Los marcianos

Posted: martes, octubre 31, 2006 by Godeloz in
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"¿Es posible que un hombre tenga razón aunque el resto del mundo crea que está equivocado? No pensemos en eso, sometámonos, animémonos y apretemos el gatillo."
Ray Bradbury. Crónicas marcianas.



Sonaba la estática en la radio y la señora K. no podía encontrar la música cotidiana que calmaba el aire enrarecido de Marte. Casi al borde de la desesperación, la Señoara K. lanzó un grito al vacío de cristal que la rodeaba y golpeó el aparato. Un corto circuito. La voz frenética de un marciano anunciaba el acontecimiento del día: habían llegado los vecinos del tercer planeta en sus naves plateadas de titanio, disparaban rayos láser contra los monolitos ancestrales de los valles, descargaban miles de huevos atómicos sobre las ciudades, las explosiones aniquilaban la población y pronto, muy pronto, llegarían al pueblo de la Señora K. Era el fin. 

Enloquecida, la señora K. corrió a despertar a su esposo. El señor K. descansaba tranquilamente en el sillón. El sol se derramaba en su boca viscosa. "Qué demonios pasa, mujer. ¿No ves que soñaba con marcianitas voluptuosas de electrizantes antenas?" La Señora K. conectó el cable de la radio a una de las antenas del Señor K. y este enmudeció de pánico. Tomó a su esposa de la mano y saltó por la ventana. Descalzo, casi sin aliento, el Señor K. recordó que no se había puesto los pantalones y regresó a la casa por ellos. "¿Qué pasa?", gritó la mujer." "Si he de morir a manos de los terrícolas, que no sea mostrándoles el culo", respondió el Señor K.  

La señora K. esperaba a su marido mientras centenares de personas la estrujaban. Las calles estaban llenas de esposas enloquecidas. Esposos semidesnudos que corrían con sus traseros al viento. Los niños perdidos lloraban por sus madres hasta cambiar a un color ambarino. Las ratas se deslizaban por los callejones  y se adentraban en las catacumbas marcianas. Los vehículos arrollaban a las personas. Los más radicales se hacían un hara-kiri marciano pues se indignaban de que sus científicos no hubieran podido prever la invasión terrestre. ¿No decían que había demasiado oxígeno en la tierra? ¿que tanta agua hacía la vida imposible? Se preguntaban los marcianos antes de abrirse el estómago con un cuchillo.

El pueblo era un caos. Cuerpos aplastados saturando el aire. Marcianos aplastados por los cuerpos que caían. Científicos lanzándose de los edificios más altos. Un ejército preparándose para la guerra. Templos repletos de creyentes le suplicaban a los dioses misericordia. Las tiendas de abarrotes destruidas y saqueadas. La señora K. aún esperaba a su esposo. Esquivando la horda conglomerada en las calles, entró a su casa y lo vio cagado de la risa. Todavía con el trasero al viento y el cable de la radio conectado a su antena. "Era ficticio. La invasión, la guerra, todo era ficción. No ha ocurrido nada. No han llegado los del tercer planeta. El locutor acaba de decir que ni siquiera existen", dijo el Señor K. La señora K. también sonrió. Cerró la ventana. El sol ya no se derramaba. 

Muchos marcianos muertos, muchos niños perdidos. Suficientes líos por un día. En la noche, mientras las lunas iluminaban los áridos valles de Marte, alguien pensaba, antes de irse a la cama, que tal vez en algún lugar del vasto espacio, otro mortal miraba al infinito pidiendo a los dioses ser el único en el universo.