¿Sabrá mamá lo que es un falo?

Posted: jueves, julio 26, 2007 by Godeloz in
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(Notas jurásicas a partir de un viaje a Villa de Leyva)



Cuando le mostré a mamá el cronosaurio de Villa de Leyva, ella dijo no saber lo que era un fósil. No le expliqué el proceso mediante el cual el mineral reemplaza al hueso a lo largo de miles de años porque francamente yo tampoco entiendo como puede llegar a pasar semejante cosa. Solamente le dije que era el esqueleto de un reptil marino que se la pasaba nadando en el jurásico hace 180 millones de años.

“Porque, mami, Villa de Leyva era un mar hace 180 millones de años”, le dije sin tener muy en cuenta que me estaba metiendo en la grande. Mientras mamá hacía sus cálculos y trataba de adivinar cuál era la cabeza y cual la cola de ese animal prehistórico que yo le mostraba en el computador, fue diciendo con la certeza sagrada que siempre han tenido sus palabras: “¿180 millones? Oiga, si apenas estamos en el 2007”. Tengo que reconocer que con esa frase pronunciada al amparo de su mucha sabiduría, me sembró una duda tremenda. Dejó en tela de juicio todos los años que antecedieron la llegada de su amadísimo señor Jesucristo – que en paz descanse-, y de paso puso a rodar un flashback que me llevó por todos los acontecimientos insólitos que sólo pueden ocurrir en la cabeza de una madre y que auguraba gritando con el rasgo de una desbocada furia: “Grosero con la mamá, se lo va a tragar la tierra”, “Llorarás lágrimas de sangre”, “Cuidaito con esa mano que se le queda levantada”. Hasta ese momento había dejado pasar de largo el mundo de misterio y fábula en el que viven nuestras mamis. Bueno, García Márquez se inventó su realismo mágico gracias a la loca de su abuela y quien sabe cuántos más le han pegado al gordo plagiando el fabulario de sus progenitoras, pero esa no es excusa para que no se hable una vez más de ello.

Para las mamás no sólo existe un Dios en el cielo y un Satanás debajo de la tierra sino que la mano peluda puede dejarte sin cobija por la noche, la tierra puede abrirse para aplastar a los niños malcriados y los árboles de naranja pueden crecer en tu estómago si te tragas las semillas. Con esa mitología cualquiera escribe un best-seller. ¡Y tanto que se esfuerzan algunos artistas buscando temas para sus cuadros, películas o libros! Bastaría con que echaran leña al fuego hablando con sus mamás y dejaran que expliquen las cosas sin hacerlas caer en la cuenta de sus absurdas y fantásticas conclusiones. Lástima que ellas no puedan llevarse el crédito de sus obras. ¿A quién no le gustaría saber el nombre de la mamá que atinó a decir por vez primera que los niños llegan engarzados en el pico de una cigüeña en lugar de explicar paso a paso las complejidades del apareamiento? ¿De cuál boca de cuál madre salió la sentencia que arruinó muchos noviazgos al hacer creer que dar un beso es correr el riesgo de quedarse pegado y que andar cogidos de la mano equivale a preñar a la novia? A mí por lo menos sí me gustaría saber el nombre de la primera mamá que resucitó un pollo metiéndolo en una olla y pegándole golpes. Si se les diera la oportunidad, estoy seguro que idearían la forma casera de revivir a un dinosaurio. Es irónico que sea tan complicado explicarles ciertas cosas. No quiero imaginar lo que hubiera dicho o preguntado mi madre de mostrarle fotos del observatorio Muisca de tótem con forma de falos. ¿Sabrá mamá lo que es un falo? Si casi no me cree cuando le dije que en Villa de Leyva estaban filmando El Zorro y que por eso las fachadas de las casas coloniales tenían esos colores turbios y descascarados cuando deberían ser blancas como el Espíritu Santo. Aunque en eso yo también me armo un embrollo. ¿Cómo es posible pretender que un pueblo del altiplano cundiboyacense se parezca a la seca California y además hacer que el héroe enmascarado lo encarne Christian Meyer, un peruano que tiene nombre de sicópata del cine, muy a la altura del Michael Mayers de Halloween o del Jason Voorhees de Viernes 13?