Otro crepúsculo de los dioses

Posted: jueves, octubre 04, 2007 by Godeloz in
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(Banda sonora de Cat Power -Moonshiner-)



El sentimiento que provocan en mí los mimos ronda la repulsión, pero algunos han sabido vencer mi resistencia. Lo hizo Penélope Cruz en su papel de mimo mimetizado, emparamado, triste y perturbado por la mirada de un transeúnte mutante en “Abre los ojos”; lo hizo el mimo gordiflón, extravagante y surrealista que aparece en el popurrí de cortos “Paris, Je T’aime” y también lo hicieron esos mimos del celuloide que durante más de un siglo han hecho reventar de risa a quienes los buscan en los cine clubes subterráneos: Chaplin por encima de Lloyd y el cara de palo Keaton por encima de mil clones de Chaplin.

A los hechiceros, científicos y exploradores de los delirios de prestidigitador que Méliès llevó a la pantalla grande también los considero exentos de esa especie de repulsión que me provocan esos prototipos de cómicos que son como el punto muerto que hay entre un zombi y un payaso.

Y también, como no, excluyo de mi lista negra de personajes odiados –donde figuran los cuenteros, los poetas con currículum vitae, los locutores de radio y los mochileros sudamericanos que recorren el continente a pie fascinando a las mujeres y tirándoselas sólo por el hecho de tener acento exótico, barba descuidada y pelo cochino (mochileros ¡Go home!)- a Marcel Marceau, el mimo legendario que murió el 22 de septiembre.

Nunca lo vi en una de sus actuaciones. Tampoco quise. La indumentaria que utilizaba y la cara escurrida en mil pliegues pintados de blanco espectral me recordaban a los personajes de Querel, la película de Fassbinder donde todos son marinos, locos, violentos y homosexuales. Pero me los recordaba como una visión del futuro donde la decadencia de los años se vuelve grandilocuente como ocurre con las mansiones que nadie habita. Al Marcel Marceau pintarrajeado lo veo como a la diva de Sunset Bulevar, o a esa otra diva envejecida de Tenesse Williams, Blanche Dubois, que también seducía pero tras una máscara de sombras: un glamour que se descascara y muestra una piel de herrumbre.

Pero hay otro Marcel Marceau que no participaba de ese crepúsculo de dioses y a ese sí lo vi en persona. Es curioso: fue en una sala de cine y viendo las obras completas de Méliès.

Marceau se sentó a mi lado, tenía un atuendo mediterráneo y una estatura lunática –encorvado pero de un modo que nada tenía que ver con la gravedad-, aunque no lo noté de inmediato. Toda mi atención estaba en las imágenes del “Viaje a la luna” y en la música del pianista que tocaba en vivo, improvisando las notas al ritmo esquizo que imponía la acción de los personajes. Era mágico porque ese pianista era el bisnieto del cineasta. Viajaba con su madre por todo el mundo buscando los films perdidos de Méliès y proyectándolos hasta en aldeas y caseríos. La nieta –no recuerdo su nombre- había contado esta historia antes de empezar la función. Hablaba un español perfecto, almibarado por el acento francés: las erres repercutiendo en las demás consonantes y las vocales pronunciadas como si llevaran tildes extrañas.

A mi lado, Marceau estaba tan abstraído como yo. De vez en cuando, en los silencios que había entre las películas, hacía comentarios a la mujer que estaba a su lado izquierdo. Yo, en el lado derecho, escuchaba sólo un murmullo. Todavía no sabía de quien se trataba, pero ya empezaba a notar la increíble fascinación que le estaba produciendo la maratón cinematográfica de la que éramos testigos. Los ojos le brillaban y los dientes también lanzaban destellos en la sala oscura. La función duró más de dos horas y cuando las luces se encendieron, el pianista se detuvo y los aplausos colmaron el auditorio, vi al viejo que estaba junto a mí, aplaudir con la euforia propia de los bárbaros. En ese momento lo reconocí. La mujer que estaba a su lado le dijo algo en francés, él asintió y empezaron a esquivar a la demás gente para salir del auditorio. Insisto: su atuendo mediterráneo y su figura encorvada lo hacían parecer un inmigrante selenita. Al día siguiente Marcel Marceau estaría en un teatro de la ciudad ofreciendo una presentación exclusiva. Sé de mucha gente que invirtió todos sus ahorros para ir a verlo maquillado, actuando desde un silencio cómico, postizo y antagonista del silencio introspectivo en el que yo lo vi actuar en aquella sala de cine.

Marcel Marceau se llevó todos sus silencios consigo y su tumba ahora hace parte del vecindario donde descansan los ilustres restos de Wilde, Balzac, Nerval, Proust, Morrison y los huesos extraterrestres de Méliès.