Tan real como un huevo que se rompe

Posted: lunes, julio 14, 2008 by Godeloz in
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“La diferencia entre la ficción y la realidad es la impuntualidad de los héroes”
Anónimo

(Lobo y Sirena protagonizan el cuento que The Presets canta como Banda Sonora)

La intención de hacer ficción esconde en el fondo el impulso kamikaze de borrar los linderos que dividen lo real de lo imaginario. De esta reflexión se han ocupado muchas mentes que han llegado a conclusiones más certeras y por muy diversos caminos, en igual o mayor medida que los modos de hacer ficción con los que cuenta el mundo. Uno de ellos es el de quienes intentan convertir la dimensión paralela que han creado en una tan verosímil y natural, que termine siendo plausible a la luz de las reglas, normas y convenciones entre las que se circunscribe la triste vida de los seres humanos.

Es paradójico que sea lo más frecuente el que esa misma triste vida sea la que termina rechazando las diferentes formas de lo real que proponen algunas obras. Soy de los que considera posible cualquier combinación de leyes naturales que gobiernen los giros de una historia. Que un hombre se transforme en un monstruoso insecto o sea reducido al tamaño de un turpial para cantar todas las noches en el umbral de un sexo femenino no es más asombroso que una caminata en el abismo espacial o la truculenta cena en la que un pene es el plato principal compartido simultáneamente por el caníbal obseso y el mutilado desangrándose. Citando las locas aventuras de un Mesías, quien entre estos ejemplos se considere capaz de señalar sin que le tiemble la mano aquellos fantásticos y aquellos netamente verídicos que tire la primera piedra.

Personalmente, preferiría saber que en algún lugar de Arabia una princesa desnuda se masturba con el hombrecillo de la jaula a imaginar al hombre de aspecto viscoso que se pudre en la cárcel mientras terceros amasan fortuna con los derechos de su anécdota macabra.

Crecemos pensando que de un momento a otro merecemos el final esperado de la felicidad eterna y quienes se toman la molestia de hacer notar que realmente el vivir felices para siempre es una farsa con buen marketing corren el riesgo de convertirse en parias.

Hace poco tiempo vi la nueva versión de Funny Games, película de Michael Hanneke reencauchada por él mismo. Mala cosa fue haberla visto un domingo, pues se terminó arruinando mi capacidad para conciliar el sueño plácidamente antes de rematar la vuelta en círculo que cada semana nos deposita en los lunes horrendos. Me removí en la cama hasta la madrugada y a la vez la historia de la película se removió en mi cabeza como un huésped indeseable. Este insomnio temporal fue el reflejo del estado en el que quedaron mis emociones cuando la película terminó y aparecieron los créditos. Durante los 120 minutos de duración de Funny Games el giro esperado, el convencional, no logró concretarse. ¿Yde dónde provino mi incomodidad si esto es tan normal en el cine independiente, en los cineastas europeos y en las historias donde nadie tiene superpoderes? Al fin y al cabo, todo lo que estamos viendo en la pantalla carece de sustento en la vida real y por ello es tan grato que todas las licencias sean concedidas. Así como a nadie escandaliza que la reina de Inglaterra olvide su pudor a la hora de otorgar al 007 una licencia para matar, los inusuales psicópatas de Funny Games no deberían causar ningún tipo de escozor cuando descargan los perdigones de una escopeta en la espalda de un niño; acuchillan y ejecutan al padre herido y finalmente arrojan al agua a una madre que lo ha visto todo sin cesar en sus intentos por librarse de las sogas que la atan de pies y manos. Hasta el último minuto esperé que la hermosa Naomi Watts se convirtiera en la superviviente que sale nadando de las frías aguas para hacer justicia. Pero el momento no llegó y el único resultado que pude obtener fue una historia de dolor a punto de empezar para una nueva familia.

Mientras el velero surca el lago hasta el próximo puerto, los jóvenes asesinos, quienes no dejan adivinar las razones de sus respectivos trastornos, hablan sobre esa diferencia entre la realidad y la ficción. El más inteligente de los dos es el responsable de la conclusión que más causa escalofrío. Lo que sucede en la pantalla es ficción, pero, si lo estamos viendo, es tan real como los huevos que se quiebran al caer al piso.

Muchos críticos de la película con una triste vida igual a la de cualquier ser humano convirtieron a Hanneke en un paria diciendo simplemente que se lavó las manos puntualizando el carácter ficticio, “netamente lúdico”, de su obra. ¡Al contrario! Pienso que Funny Games dice sin tapujos que lo vilmente mostrado está sucediéndole exactamente ahora a un vecino y que, de hecho, nada cuanto hagamos podría impedirlo pues para alguien siempre será demasiado tarde.

Para nada es una novedad que la atrocidad se traslade a las expresiones artísticas. La novedad consistiría en que esa intención de conjurar lo atroz sea eficaz en este mundo que llamamos tangible; que los héroes lleguen en el momento justo y quienes han sufrido siempre alcancen la gracia que merecen. Cuando alguien me pregunte “¿para qué sirve la ficción?” ahora ya sé qué responderé: la ficción sirve para que ganen los buenos.

(Este fábula de Mogwai es ideal para acompañar este post y desconectarse de lo siniestro)