El gigante incómodo

Posted: miércoles, febrero 25, 2009 by Godeloz in
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Villoro dijo la dirección del hotel y parecía contando una historia fantástica: “Me encuentras en el hotel de la Pasión, en la calle Estanco del Tabaco”. Se despidió con un apretón de manos y yo pensando que me había tomado el pelo. Esa noche, en el hotel, comprobé que el lugar donde se alojaba el escritor existía y que además yo no disimulaba para nada mi ignorancia sobre las calles de Cartagena. Leí hasta altas horas de la noche y desperté temprano para buscar pacientemente el hotel. A tres personas interrogué y las tres señalaron direcciones distintas. Agradecí mi previsión de salir anticipado. Di varias vueltas en la ciudad amurallada pero no tantas como el dolor de estómago que me había provocado el desayuno. Sudaba a cántaros pero tenía frío. Pensé en descartar el encuentro y dedicarme a lo que en verdad quería en ese momento: pasar largas horas regocijando mi indigestión en un baño. Hasta que mi escrutinio tropezó con la X del mapa: Hotel la Passión, un discreto y elegante cartel ubicado en una casa esquinera que parecía de todo menos un hotel: búnker habanero, claustro de la nueva era, sede de una sociedad secreta o guarida de excéntricos… Las puertas de doble ala estaban cerradas, con púas en el primer escalón para evitar el sueño de los vagabundos. Sólo una de las puertas carecía de púas. Toqué el citófono una y otra vez. Mi dolor de estómago crecía. Nadie respondía. Sentía que mi espalda se transformaba en joroba para soportar el malestar. Entonces golpee la puerta con un puño furioso y un hombre delgado, alto, con acento de muchos mares, atendió mis llamados. Le dije quién me esperaba y me hizo esperar. El interior del hotel transmitía sosiego y me dejé invadir de una docilidad que calmó los agudos borborigmos que acuchillaban mis tripas. Villoro apareció a los pocos minutos. Apenas lo vi pensé que sí era verdad que me encontraba en un lugar que orbitaba un planeta distinto.

Sobre la altura de Juan Villoro muchos hacen bromas cuando lo ven por primera vez. Las fotos que aparecen en sus libros lo hacen ver como un hombre de estatura normal, incluso, como dirían en México, chaparro. Sin embargo, la realidad supera la ficción de esas imágenes: Villoro es alto con ganas; así que nunca escasean los comentarios sobre su inesperada estatura. “Lo bueno es que me salvo de un chiste porque hay un escritor mexicano que mide dos metros cinco, fue basquetbolista. Alejandro Sandoval, le dicen el alto vacío. Él me salva de los chistes porque los más fuertes sobre el más alto van para él. Es por escalas. Necesitamos un gigante que lo salve”.

Pasada la impresión de su porte alargado, otros rasgos de gigante pueden verse en el escritor mexicano. Por ejemplo los extensos brazos, los dedos de falanges prominentes, un calzado descomunal, pero, más que todo, una singular expresión que puede asociarse a la de los gigantes buenos de los cuentos infantiles: una especie de sonrisa permanente aflora entre su barba poblada y, al hablar, la energía de ese gesto -¿involuntario?- inunda las palabras, que además surgen cargadas de las dos principales características de la obra del autor: imaginación e inteligencia.

Es cada vez mayor la frecuencia con la que se escucha hablar de Villoro en el ámbito literario. No pasa mucho tiempo sin que un nuevo libro suyo aparezca e inicie un safari nada accidental a través de los distintos idiomas en los que se le traduce. Como narrador, Villoro muta su voz entre los distintos géneros pero esa voz que varía levemente de un cuento a una crónica, o de un ensayo a una novela, es sólo una, la voz de una prosa camaleónica y deslumbrante.

¿Cómo realiza cada transición cuando pasa de un género a otro?

Yo creo que tiene que ver con el temperamento, porque soy una persona bastante dispersa que tiene curiosidades distintas, necesito tensiones y estímulos diversos. Si alguien me pregunta en qué género te sientes más cómodo yo diría que en ninguno, por eso me interesan todos. Son desafíos totalmente contrarios y también complementarios. Durante un tiempo me dediqué más al cuento y posteriormente a la crónica. También hay temporadas en las que quizá he sentido más la necesidad de tener por ejemplo control de los materiales, que es algo que te exige mucho el cuento. El cuentista tiene que controlar cada uno de los detalles con los que está trabajando, en cambio el novelista se puede someter más a la divagación. Es un poco como un sonámbulo que avanza sin saber muy bien a dónde. Para mí, estas situaciones distintas estimulan reacciones diversas. Por ejemplo, cuando yo termino algún libro en un género, digamos de ensayo, me ayuda mucho pensar en términos de otro género para no repetir lo que he hecho, y si termino una novela me ayuda irme a un cuento infantil para entrar forzosamente en una realidad distinta y ponerme a prueba en otra situación. Ahora, esto son manías personales, pero lo único que hago es escribir prosa. Es como un sastre que está haciendo más o menos el mismo tipo de ropa en tallas distintas y para climas distintos, pero no creo que se requiera una versatilidad tan grande como la de las personas que por ejemplo combinan, como David Bowie, la actuación con la fotografía, la pintura con la composición y con cosas muy distintas.

Se habla mucho de un género híbrido que combina ensayo, novela, diarios de viaje ¿usted cree que este género está tomando mucha fuerza?

Me parece muy interesante que lo menciones porque a mí me interesa mucho escribir en distintos géneros pero me interesa mucho respetar las reglas de los géneros. Por eso los escribo, me gusta mucho la posibilidad de hacer una obra de teatro que sea teatro teatro, no que sea un ensayo dramatizado; o me interesa escribir una novela que sea novela novela, no que parezca una sucesión de cuentos. Entonces por momentos sí hay vasos comunicantes, por ejemplo en mi novela El Testigo hay momentos que se acercan mucho a la crónica porque tuve que hacer una especie de investigación de la realidad histórica del México de la guerra cristera y luego de la realidad contemporánea. Sí hay puntos de contacto. Cuando escribo una crónica, algo se cuela del ensayista que soy en las opiniones del cronista. Pero creo que es muy interesante mantener la fuerza de los géneros porque los géneros son restricciones que te ayudan a crear. Tienes ciertas reglas qué cumplir y para cumplir las reglas necesitas trucos y llegas por sorpresa a resultados que no tendrías si no tuvieras esas restricciones. A veces las reglas del periodismo tienen que ver con el espacio, por ejemplo cuántos caracteres tiene tu crónica o tu artículo y eso determina mucho cómo condensas la realidad. A mí me ha pasado que casi siempre me alargo cuando escribo una crónica y luego tengo que recortar para llegar a un número de caracteres adecuado. Nunca me ha pasado que la versión larga sea mejor que la corta. Siempre me quejo de tener que recortar pero al recortar mejoro entonces la pregunta es: cuando no tengo esta restricción de un jefe de redacción, cuando se trata por ejemplo de mi novela ¿cómo sé hasta dónde debo recortar? Si yo pudiera hablar con Dios le preguntaría cuántos caracteres tiene mi novela, pero eso definitivamente no es posible.

En El Testigo usted toca el tema del exilio, ¿cree que esta palabra sigue siendo casi que un sinónimo de Latinoamérica?

Yo creo que fue muy importante para todos los latinoamericanos. Yo estudié la carrera de sociología y tuve la suerte de que la mayoría de mis profesores fueran exiliados latinoamericanos, principalmente de Argentina, Uruguay y un poco de Perú. Después viví en Berlín Oriental y ahí me encontré con muchos exiliados argentinos, uruguayos, también había nicaragüenses, chilenos, bueno, gente que había ido a vivir a la ciudad o con becas y a mi todo esto me ha alimentado mucho, he estado muy cerca del exilio. Por otra parte el exilio español en México fue muy importante para mi familia, entonces la idea del exilio me parece, sí, muy significativa. Creo que El Testigo tiene que ver con esta circunstancia. México nunca fue un país de exiliados porque nosotros nunca tuvimos una dictadura real y tampoco tuvimos una democracia real, tuvimos esta mezcla extraña que fue el PRI, que duró 71 años en el poder, pero que no expulsaba a la gente a vivir en otros lados, entonces nuestra noción personal del exilio es más bien a través de los otros, a través de los latinoamericanos y los refugiados españoles. Yo creo que hoy en día por fortuna la situación de exilio ha amainado en América Latina, está por supuesto el caso cubano y siempre es un problema latente, pero ha amainado. Sin embargo la condición del exiliado es esencial a la naturaleza humana, es una posibilidad que puede ocurrir. Por eso quizá la primera gran historia es la de un exilio, que es la odisea, es un hombre que viaja si se quiere voluntariamente o siguiendo su destino durante más de 20 años por las islas hasta regresar a casa, entonces esta parábola del que se va y tiene que regresar está siempre en la mente de los hombres aunque no lo vivan en carne propia y es un poco lo que yo exploré en El Testigo porque mi personaje vive 24 años fuera de México y regresa a una país que ya no le pertenece, donde no puede ser protagonista y donde no puede ser testigo.

¿Pero también el exiliado que regresa es como esa persona que llega a remover y a sacar a los que se han refugiado en la impunidad?

Tenés razón, es como un catalizador. Porque el que viene de fuera se convierte en una persona extraña que pone a prueba a los demás, por un lado se convierte en alguien en quien confía mucho la gente, porque él no tiene un pasado, ni tiene vínculos que lo aten mucho, entonces es alguien que puede entender lo que le dicen pero al mismo tiempo no está comprometido con un grupo, con una causa o con una situación. Y por otra parte es también alguien que remueve y pone a prueba lo que están haciendo los demás. Porque tú dices: “Él se fue, durante 24 años no estuvo aquí, ¿qué hecho yo mientras tanto para acreditarme ante él, para justificar que valió la pena quedarme? Un exiliado que regresa pone a prueba a los que se quedaron.

En varios de sus cuentos los personajes son futbolistas. Hábleme del futbolista como personaje literario.

Soy un gran aficionado y soy un futbolista frustrado. Jugué en el equipo pumas, en las fuerzas inferiores hasta juvenil doble A. me probé en la reserva especial y no tuve facultades para seguir adelante. Me apasiona el juego pero como escritor he tratado de adentrarme en la condición secreta de las escenas públicas. Cuando un futbolista está en el estadio o en una cancha cualquiera y anota un gol o anota un autogol, parecería que está ante el triunfo o ante la tragedia y sin embargo ese gol a favor o en contra puede ser algo que tenga un historia privada, que afecte su vida, que afecte su relación con los demás, incluso que está provocado por eso. Un portero al que lo acaba de dejar su mujer a lo mejor ese va a ser el peor partido de su vida o a lo mejor justamente va a ser un acicate para que sea el mejor. Hay algo de vida interior en estas escenas que parecen exclusivamente atléticas. Yo creo que el deporte es también una condición mental no sólo para quienes lo practican sino también para quienes lo ven, porque nosotros vamos al estadio a cumplir revanchas, anhelos, ilusiones que no necesariamente tienen que ver con el juego, que tienen que ver con la forma en que nos sentimos: las frustraciones, nuestros malestares, nuestros desahogos, entonces todo esto cristaliza de manera muy dramática en el fútbol. Yo he escrito muchas crónicas porque creo que la crónica es el mejor género para acercarse al fútbol porque el fútbol ya llega muy narrado: llega con apodos, con leyendas, con mitografías, con historias que todos los aficionados conocen. La crónica es la oportunidad de estructurar todo eso y de darle una consistencia literaria. Es difícil hacer una gran novela de futbol precisamente por esto, porque ya está muy codificado y a pesar de que hay tanta afición por el futbol, o por eso mismo, resultaría muy difícil crear un mundo a partir del fútbol que es lo que tiene que hacer un novelista. En cambio el cuento te permite entrar en secretos marginales: de pronto una historia triste, una pequeña traición, un enigma…

En Los Culpables hay precisamente un personaje que es un futbolista. ¿Cómo nacieron estos cuentos con personajes que parecen tan relacionados, que tienen tantas cosas en común?

Son siete cuentos en primera persona. A mí me interesaba explorar las posibilidades naturales de la voz. No son cuentos en lenguaje coloquial pero son cuentos escritos como si naturalmente se llegara a esta formulación, es una exploración de las posibilidades del habla. Ninguno de los personajes es un narrador profesional y el que quiso serlo fracasó. Uno es un limpia ventanas, otro es un ejecutivo que se la pasa perdiendo aviones, otro es un futbolista, otro es un mariachi célebre pero que se siente fracasado. Entonces son personajes que no están acostumbrados a contar y que por accidente, al desahogarse, al querer justificarse, dan con una fórmula narrativa. A mí me ha interesado mucho. Cuando estoy en algún lugar y escucho en la mesa de al lado en una cantina o en el asiento de atrás de un autobús, que alguien está contando una historia y no sabe que eso es una muy buena historia, que está contando algo con un planteamiento, con un conflicto, con un desenlace sorprendente y cuenta con una naturalidad increíble, con cierto desorden. Por eso los narradores de Los Culpables son vanguardistas accidentales porque empiezan a contar por un lado, se acuerdan de otra cosa, regresan y van contando con el desorden propio del que no está tratando de contar una historia sino de desahogarse y, sin embargo, eso, al modo de un caleidoscopio, integra una historia que puede ser interesante para el lector y sobre todo que el lector entiende antes que los relatores porque ninguno de ellos sabe que está contando una historia propiamente. Cuando ellos quieren quedar bien en realidad están haciendo el ridículo, cuando se quieren justificar en realidad no les creemos, era un juego que me interesaba.

Hablando de lecturas…

¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de un libro?

El Capitán Hatteras de Julio Verne, su viaje al polo norte me cautivó muchísimo. No me identifiqué con él porque era una epopeya extrema y era difícil asociarme con ella pero fue el primer libro que leí con gusto.

El último autor que lo ha asombrado

Me gustó mucho Benjamin Black que es el seudónimo que utiliza John Bamville para escribir novelas policiacas. Como tantos escritores, a pesar de ser muy conocido, tenía pocos lectores. Aceptó escribir varias novelas policiacas y se creó un seudónimo que es muy distinto a él: es un hombre impaciente, es un patólogo, un médico forense, alcohólico, que se ubica en la Irlanda de los años 50 llena de prejuicios religiosos, morales y de clase. Escribió una serie de novelas extraordinarias. Lo que me sorprende mucho de este autor es que curiosamente ya me había sorprendido pero como otro autor. Me había sorprendido como John Bamville y ahora me sorprende como Benjamin Black.

¿Cuál es la joya de la corona de su biblioteca?

Por una razón sentimental Rayuela de Julio Cortázar, porque me lo regaló un amigo muy querido que murió en el terremoto del 85. Él era médico, murió haciendo guardia en el Hospital General a las seis de la mañana. Yo quise estudiar medicina y él quiso estudiar literatura, decidimos prácticamente, en un pacto de hermanos, que el siguiera una carrera y yo siguiera otra y que nos íbamos a estar comunicando siempre, pero desgraciadamente él murió en el terremoto del 85. Me escribió en este libro una dedicatoria tan larga como uno de los capítulos prescindibles que incluye Cortázar al final de la novela, entonces para mí es como un tesoro sentimental. Además tiene el porte de una caja negra, como la caja negra de los aviones que tienen las últimas palabras así que son las últimas palabras de mi gran amigo Javier Cara.

¿Qué libro le regalaría a un niño?

La peor señora del mundo de Francisco Hinojosa, un gran escritor mexicano, está publicado en el Fondo de Cultura Económica, es un libro maravilloso.

¿A cual autor le gusta releer?

Borges inevitablemente

¿De cuáles libros ha bebido más para confeccionar su obra?

Un autor al que vuelvo incesantemente como una especie de música que necesito para entrar en forma y que siempre me estimula y no falla es Juan Carlos Onetti.

Los autores decisivos…

Hay sacudidas fundamentales, el primero fue José Agustín que es un escritor que escribió De Perfil, una novela sobre adolescentes en la ciudad de México. Yo la leí siendo un adolescente y me marcó mucho porque me identifiqué plenamente con ella. Luego el descubrimiento de Borges, Cortázar... Fue esencial para mí la literatura argentina la literatura norteamericana ha sido muy importante con Faulkner, Carver… y luego traduje a un escritor alemán del siglo XVIII, Lichtenberg, un físico que descubrió la electricidad positiva y la electricidad negativa y no lo pudo probar y sugirió que se le pusiera el signo de más y menos. Fue maestro de Alejandro Volta. Entonces la idea de estos signos que vemos en nuestras pilas la tuvo este gran inventor de chispas, no sólo chispas físicas sino chispas mentales. Tiene un gran sentido del humor, una gran ironía y tiene una imaginación muy dispersa con la que yo me identifico.

¿Qué bibliotecas lo han sorprendido en las ciudades que visitó?

A mí me gustó mucho la biblioteca Miguel Cané donde trabajó Borges en Buenos Aires por razones curiosas: sabemos que Borges escribió mucho de bibliotecas, los libros fueron el hecho esencial de su vida y uno se imagina una biblioteca donde él haya trabajado como una cosa laberíntica-gigantesca-infinita y esta es una biblioteca de barrio. Antes fue un cine y la oficina de Borges estaba atrás donde era la sala de proyección. Todavía se conserva esa oficina y es una biblioteca muy precaria, muy pequeña y para mí fue una lección extraordinaria de cómo en una biblioteca tan modesta puedes imaginar todo el universo de los libros.