La última pieza de la colección

Posted: miércoles, agosto 12, 2009 by Godeloz in Etiquetas: , , ,
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La enfermedad persigue al talento. Con esta frase he intentado explicar durante mucho tiempo la razón que hace a los mejores artistas criaturas tan propensas a padecer los peores males: locura, fiebres, virus, compulsiones, síndromes indomables. Se arraiga tanto la enfermedad en ellos, que a veces termina siendo justamente el tema central de sus obras. Thomas Bernhard es un ejemplo entre los escritores pero entre los cineastas surge un caso digno de ubicarse en el ojo del huracán, es más, digno de cabalgar la ferocidad de los vientos que arremolinan en las taquillas del mundo millones y millones de dólares: Christopher Nolan.

El hombre tras la excelente adaptación de “The Dark Knight” ha dedicado gran parte de su obra a seguir los caminos que la enfermedad tiene trazados para sus personajes. Desde Following en 1998 hasta su particular visión de Batman, Nolan ha enfocado la fuerza de sus filmes en las diferentes y siempre muy interesantes facetas de lo enfermo.

Following cuenta la historia de un joven escritor obsesionado con perseguir a los diferentes personajes que encuentra en la calle hasta que decide seguir a un solo hombre, ser su sombra, casi su doble. Con esta ópera prima, en la que explora modos no convencionales de contar una historia, basando gran parte de su esfuerzo como creador en un montaje que juega con la línea de tiempo, Nolan traza el mapa de lo que serán sus obras posteriores y, por decirlo de algún modo, perfecciona su punto de vista hasta el grado de convertir su segunda película, Memento (2000), en un boom mundial que todavía hoy es fetiche de los cineclubes.

Como en Following, el núcleo de Memento es un personaje a quien la vida le da un vuelco debido a la enfermedad que padece. Su incapacidad para retener recuerdos es lo que motiva cada uno de los giros de la historia y esto es transmitido a la perfección por la estructura enrevesada e inicialmente confusa del guión. Nolan juega a los acertijos y el espectador debe seguirle el juego, de lo contrario quedará más que enredado en los múltiples hilos de la historia.

Su siguiente película, Insomnia (2002), no tuvo el éxito esperado. Quienes pagamos religiosamente el ticket del cinema esperando ver la octava maravilla salimos decepcionados. Ni siquiera el reparto estelar encabezado por Al Pacino, Robin Williams en el papel de malo y la entonces reciente ganadora de un Oscar, Hilary Swank, pudo lograr la mitad de lo que Nolan consiguió con Memento. Quizá el traspié fue causado porque, a diferencia de las dos películas anteriores, Insomnia no propuso una estructura distinta a la dictada por las cánones de Hollywood; o porque el tema de la enfermedad, el insomnio severo que padece el detective Will Dormer (Pacino), no contó con el encarnizamiento desmesurado con el que Nolan había tratado la amnesia de su personaje anterior. Pero de esta caída Nolan se elevó como un cohete cuando tuvo en sus manos la posibilidad de resucitar a un héroe cuyas últimas apariciones en la pantalla grande despedían el repelente olor de un cadáver: Batman.

La saga del superhéroe había renacido en los años 90 en el buen camino señalado por Tim Burton: un Batman oscuro y contradictorio que intentaba frenar el descarrilamiento hacia la perdición en el que estaba embarcada la pintoresca Ciudad Gótica. Michael Keaton encarnó a un hombre murciélago radical y temerario, Jack Nicholson se encargó de convertir al Guasón en el más entrañable de los villanos, después Michel Pfeiffer hizo de Gatúbela la meca de las poluciones nocturnas y Dany DeVito logró imprimir un carácter malévolo a la tierna figura de los pingüinos. La tercera y cuarta entrega de la saga ni siquiera merecen la pena de mencionarse, pues ambas fueron un tremendo fiasco que sepultó a Batman durante casi diez años.

Con el pésimo antecedente de Schumacher, Nolan no tenía otro camino que hacer borrón y cuenta nueva: reinició la saga y aprovechó para ser fiel a las extrañas patologías que parece coleccionar. En Batman Begins (2005), Christopher Nolan escudriña en el pánico. Hace de Bruce Wayne un individuo inestable que debe encontrar las raíces de sus miedos, o por lo menos, la forma efectiva de contrarrestarlos. En esta búsqueda cuenta cómo se forma el héroe vigilante, las peripecias y aventuras que debe experimentar antes de forrarse en cuero para saltar por las azoteas de una Ciudad Gótica menos pintoresca que la de Burton y por lo tanto más real, inquietantemente cercana.

En las manos de Nolan, la segunda entrega de la saga ha sido clasificada como obra maestra. Ninguna producción la ha podido destronar de la taquilla y, personalmente, pienso que bien merecido se lo tiene porque “The Dark Knight” (2008) es de esas películas que uno quisiera ver una y otra vez. Lástima que la anterior producción de este director no tuviera tanta publicidad como la que tiene su hombre murciélago. Hablo de The Prestige (2006), una película que perduró poco en nuestra insipiente cartelera local pero que a mi parecer también alcanza el nivel de obra maestra. Christian Bale deja su capa de Batman para ponerse la de mago y Hugh Jackman abandona sus garras de guepardo para lucir un sombrero de prestidigitador. Los magos, enfrentados, se obsesionan el uno con el otro y se las ingenian de modos macabros para sabotear los trucos que cada uno tiene bajo la manga. Alrededor de la obsesión y la venganza orbitan otros temas que Nolan ya había insinuado anteriormente, por ejemplo el tema del doble abordado de forma sutil en Following y de un modo más directo en The Prestige, que también propone al espectador un juego de acertijos y adivinanzas.

Persecución, amnesia, insomnio, pánico, venganza, obsesión… Nolan completa su colección de patologías con pura locura y pura maldad. En “The Dark Knight” deja a un lado al héroe para enfocarse en el villano. El terrible Guasón no tiene parangón en el cine; es la encarnación perfecta de la maldad sin razones, la maldad bromista y muy humana que podría brotar del mismo infierno. Heath Ledger logró gestos aterradores, tics contagiosos y, a pesar de su sadismo, frases contundentes que ganan un poco de simpatía y mencionan muchas verdades. Nolan se lleva todos los aplausos en su dirección impecable y comparte la mitad de los mismos en la construcción del guión, que escribió junto a su hermano Jonathan, con quien ha escrito también los guiones de The Prestige, Memento y Following, hasta la fecha sus mejores películas, cosa que pone en evidencia la genialidad de estos hermanos que decidieron ser perseguidores de la enfermedad en lugar de ser los tristemente perseguidos.