Desterrados del inframundo

Posted: sábado, septiembre 04, 2010 by Godeloz in Etiquetas: , ,
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"Reconocemos la fuerza del misterio que nos impide hacer el mal, pero ¿qué hacemos cuando esa fuerza se derrumba y la balanza se inclina hacia el mal? Sabemos que en un platillo de la balanza están el cielo azul, el sentido común y la respiración de nuestros hijos mientras duermen, pero ¿por qué se inclina bruscamente mientras dormimos?"
John Cheever




Si la vida se bifurca en dos caminos y uno de ellos es un viaje, hay que elegir, más allá de toda duda, el viaje. La familia, los amigos, los libros que pacientemente hayan sido acaudalados… nada importa, no importa el amor, ante un viaje siempre hay que dejar todo atrás, no volver la mirada y pensar, es lo preferible, que tampoco se dejó un lugar al cual regresar. Hacer lo contrario sepultaría a cualquiera en el laberinto del “Qué hubiera pasado si…” Un postulado irresoluble sobre el cual simplemente extinguiríamos toda vitalidad. Pero qué hubiera pasado si mi opinión fuera opuesta. Si entre un viaje y un amor incandescente eligiera lo último; si entre la posibilidad de cruzar el mar prefiriera permanecer anclado a la paz de una familia; si en lugar de haber empujado a las antípodas a los viejos amores hubiera urdido estratagemas que los amarraran a mi lado. Qué hubiera pasado, como habría sido, que tal si… Ando atrapado en las calles de un laberinto donde justamente me encuentro esta noche con un personaje que me hace entender o por lo menos me hace creer que se puede entender o que si no se puede tampoco hay que reventarse las venas del cuello tratando. 


Un viernes lluvioso que no embellece la ciudad, más bien se diría que la cubre de espanto. Y en esta casa vacía, de esporádicos ruidos en las ventanas, producidos por la fluctuación de la temperatura en los metales, supongo; o por la colisión fortuita de pájaros ciegos, supongo; abunda la misma desgana que en la mañana me hizo olvidar el ruido del reloj despertador y que dejó desmadejadas las sábanas sobre la cama y los platos estragados en el irrisorio caos de la cocina y la ropa sucia abandonada a su suerte. Faltando una hora para la medianoche, como si a fuerza de batallar con la desgana yo hablara su idioma o ella hablara el mío, escucho su implacable pregunta: ¿Y ahora qué? No lo dice socarronamente ni con ironía, tampoco en esas palabras hay contenida alguna curiosidad. Es su modo de interpelarme, de apocarme con su desafío: tenemos todo  el tiempo por delante pero es tan poco, será tan breve nuestra vida pero las horas pasan tan lento… y esa lentitud hay que poblarla, la desgana  me lo exige cuando llego a casa. Entonces pienso en la película que había visto esa noche y comprendo que no tuve suficiente: Polanski no me sedujo con su escritor fantasma. Yo esperaba una película donde de verdad apareciera el diablo, absoluto y bañado de negrura, pero lo más gris de la película es el clima y cuando alguien sólo habla del clima manifiesta el primer síntoma de la extinción de su elocuencia. 


La condescendencia me haría decir lo siguiente: el misterio de la película es pueril pero la gracia está en los detalles, en ese escritor sin nombre abandonado a la deriva de una intriga internacional, en esa imagen final de un Londres tormentoso, en la fragilidad vista en la escena final cuando el fantasma sale protegiendo su cueva de Alí Babá bajo el brazo y luego… ¡con qué facilidad el viento la desmadeja! Pero la balanza en esta película no tiene equilibrio. 


Porque las imágenes tienen la investidura lúgubre del pandemónium medieval; porque la luz parece un hallazgo intermedio entre las partículas y las hondas, como si poseyera una propiedad viscosa que cubre por igual, a objetos y personas, de un nauseabundo pesimismo; porque uno quisiera que fuera posible tener como telón de fondo de la vida –especialmente cuando ésta se desenvuelve en una ciudad de horror creciente- esa música permanente, punzante y pavorosamente precisa que fluye como la marea de un deshielo y porque el nombre de Polanski es tan grande que hace pensar en un misterio insondable, se da por sentado, se considera una verdad absoluta, que en esta película surgirá de la nada, nos tomará por sorpresa, la figura espectral del mal en su estado más puro, un estado incluso conmovedor, con la belleza asfixiante de las tragedias griegas. Pero la historia que debería hacer contrapeso en el otro lado de la balanza es muy ligera y no permite ni de lejos que obre el milagro que uno espera. Ese milagro es el horror, el placer de sentirse deformado por una emoción oscura, por un influjo corrosivo que bombea desde el corazón de nuestras tinieblas. El mismo influjo que te impulsa a abrazar con los ojos vendados las improbabilidades de un viaje: el ansia de peligro: el deseo íntimo y callado de autodestrucción. Al final, el acertijo nunca tuvo propiedades irresolubles; al final, la verdad es tan insulsa como lo es la verdad de nuestras vidas carnales y esto no se le puede perdonar a ningún arte y menos que se le puede perdonar al cine, nunca al cine de un hombre que ha hecho de su nombre una moderna mitología en la que todos los dioses moran a sus anchas en los confines del inframundo. Pero quizá haya un enigma más hondo ¿Y si este escritor fantasma es solamente un heraldo? ¿El S.O.S. de dioses cansados que piden a gritos la paz de un destierro?