La realidad desgarrada

Posted: domingo, abril 24, 2011 by Godeloz in Etiquetas: , ,
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El misterioso Philip K. Dick es uno de los acontecimientos más grandes de la literatura y el cine. Es un genio que de algún modo se dejó conducir por su mente a un lugar privilegiado del tiempo y del espacio desde donde pudo columbrar la manera de crear su obra portentosa. Cuentos y novelas que causan admiración y terror, que dejan al espíritu o a la conciencia o a la suma de ambos, embotados de una desconfianza gelatinosa que nos acerca un poco al otro lado de la realidad, sin llegar a transportarnos completamente. No ha sido extraño que los argumentos de sus historias inspiren películas que bien manejadas se convierten en referentes para el cine de ciencia ficción pero que también corren el riesgo de volverse productos inertes a los que cabe desearles la peor de las suertes cuando atrofian los intrincados argumentos del escritor californiano. Intentar la adaptación de Philip K. Dick es deslizarse sobre una delgada capa de hielo; si llega a quebrarse, un negro abismo queda al descubierto y esto es lo que ocurre en la última película inspirada en uno de sus cuentos, The adjusment Bureau.

La historia original, titulada Adjusment team, fue escrita en febrero de 1953 y apareció publicada en la revista Orbit Science Fiction en septiembre de 1954. Con la historia de Ed Fletcher, el autor aborda temas bastante recurrentes en él, aunque no repetitivos: la incertidumbre de la realidad, la existencia de una fuerza poderosa que define y guía nuestra existencia, el enorme poder que el azar tiene por encima de cualquier designio divino y la confusión mental provocada tras una desgarradura de ese tejido de normalidad que interactúa directamente con los sentidos. En poco más de 20 páginas, Philip K. Dick recrea uno de sus mundos posibles y deja que se desmorone poco a poco ante los ojos de un héroe tan común como el mismo lector que recorre sus páginas. Lo que apenas se insinúa en este cuento, es vulgarmente explícito en la ópera prima de George Nolfi, responsable de los guiones de Ocean’s twelve, The sentinel, The bourne ultimatum, entre otros blockbuster que no le han dado penas pero que tampoco le han dejado ninguna gloria.

Mientras en el mundo paralelo de Philip K. Dick los funcionarios, convocadores y el anciano dirigente que los gobierna son descritos con una frialdad burocrática que ahuyenta cualquier interpretación religiosa, en la película esta interpretación es latente todo el tiempo a partir de pueriles comparaciones literales de los personajes: los agentes que vigilan que cada persona cumpla con su plan llegan a ser comparados con ángeles en más de una ocasión y a su jefe lo llaman El Presidente aunque dejan claro que en la tierra es llamado de muchas maneras. Pero esta obviedad no es la mayor falla de la película frente al cuento. La falla más grande es el desperdicio de belleza. Por el lado del cine, el protagonista es David Norris, un joven político destinado a ser Presidente de los Estados Unidos que accidentalmente se entera del entramado secreto que dirige el destino de los seres humanos y debe elegir entre el amor de su vida o el sueño de ser el hombre más poderoso del mundo. Por el lado de la literatura el protagonista es un don nadie quien, también por accidente, ingresa al lado oscuro de la realidad encontrando un mundo gris y frágil que se desmorona al contacto. Tanto en la película como en el cuento esta escena se repite: el hombre que llega al trabajo y lo encuentra todo trastocado por seres de extraño atuendo. Sin embargo, la película no logra la atmósfera lúgubre que Dick consigue en la descripción de un ambiente enrarecido, plagado de “una niebla espesa y siniestra que lo ocultaba todo”, carente de color y con la textura de la arena. Una atmósfera ante la que el personaje es recorrido por “escalofríos de inquietud” y queda “perdido en una bruma de confusión y terror”. Es difícil, pero no imposible, que la extrañeza de estos cuentos encuentre dignos traductores y ahí está Ridley Scott como el mejor ejemplo.

Es comprensible que un producto cinematográfico como este necesite de los esquemas fundidos de siempre para lograr un recaudo que llene los bolsillos de quienes tienen un interés por el dinero en una medida inversamente proporcional a su conocimiento del cine pero no deja de ser lamentable que un mundo tan rico visualmente se desperdicie en virajes tontos (las persecuciones a través del entramado de puertas es una copia del Benny Hill más rústico, ¿no?), y mensajes patrioteros que en conjunto comenten el delito imperdonable de desprestigiar la obra del autor que inspiró la historia, como si la imaginación de Philip K. Dick no tuviera mejores efectos especiales.

Desnudez transitoria, monstruo fugado

Posted: sábado, abril 02, 2011 by Godeloz in Etiquetas:
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Foto: My Quiet Friend
Un colchón con rastros de sangre. Un artefacto que busca parecerse a un altar de amor pero que apenas logra alcanzar la nauseabunda figura de un ciempiés petrificado. Un laberinto de pasillos circundado por hileras de puertas cerradas, incapaces de contener la atmósfera de cuerpos que se evaporan y pájaros obscenos que cantan hasta la madrugada o hasta perder su voz. La sorpresa de una pareja semidesnuda cuando un extraño abre la puerta. La última noche de un amor que agoniza y el intento inútil de los amantes por perpetuarse en las páginas de un libro… Ruido y desenfreno. Música, luz, espasmo. Alegría y ardor… Palabras que aletean tras la imperiosa fuerza de una desnudez transitoria, imágenes que bañan de sentido la piel aglomerada alrededor de adorados huesos y trashumante carne.

Ella, inalcanzablemente peregrina, atraviesa las fronteras del cuarto con su carne extranjera acuclillada en el retrete o envuelta en una toalla húmeda que sólo alcanza a cubrirle la mitad del cuerpo: senos suspendidos en el aire, como la imagen de un pájaro invernal congelado en plena migración. Su presencia (vista de soslayo por una criatura masculina, desvencijada sobre la cama, ataviada con una modorra inabarcable e ilógica, tal y como dicen que es la felicidad) es borrosa-impalpable, luminosa-voraz, insaciable-total. Sus pisadas no hacen ruido, no hay un silencio tan puro como el de su respiración, nada tiene tanta dulzura como los olores que se desprenden de sus lugares secretos y quedan impregnados más allá de los dedos, más allá de la lengua… quedan impregnados en el recuerdo, en el pasado, en la esperanza de que sean humores perdurables para evadir la certeza de que el futuro será gris o por lo menos tendrá un tono trágico, similar a la promesa de ciudades que imaginamos hermosas pero que han permanecido en ruinas durante décadas. 

El espacio, claramente delineado por paredes que no ocultan su afán de contenerla, sufre la impotencia de tener que perderla, de saberse abandonado. ¿Qué muros en qué extraña dimensión podrían sujetarla de un modo en que no la perturbe el tiempo? ¿Qué improbables coincidencias podrán hacer chocar sus pasos otra vez con este ojo que incluso viéndola la considera un monstruo fugado de la imaginación?

Un monstruo hipnótico pero tóxico que inocula la sed de hundir los dedos en las llagas, en los pozos del placer; no para alcanzar un estado de credulidad sino con el ánimo obseso de superar todas las instancias que nos llevan del dolor al gozo y otra vez al dolor.