Barrio Triste Films: una historia a lomo de camello

Posted: lunes, noviembre 28, 2011 by Godeloz in Etiquetas: , , ,
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Foto: Diana Giraldo
Si los pasillos y habitaciones de la casa se extendieran en orden como una sábana, el área ocupada sería tan extensa como una cancha callejera de microfútbol, pero el azar quiso que los distintos espacios se enredaran entre sí con el orden que sólo saben dar los albañiles que trafican los secretos de su oficio entre un excepcional clan de maestros del remiendo y la improvisación.

Así que el zigzag de un corredor puede conectar todas las habitaciones del lugar y sin embargo dejar la impresión de que fluye a través de universos paralelos y opuestos. La misma impresión se robustece cuando las tinieblas del patio trasero son espantadas por el cañonazo de luz del proyector y al mismo tiempo alguien comenta que afuera debe estar lloviendo porque desde el otro patio llega el leve sonido de una llovizna repentina. Así, mientras en un patio llueve, en el otro transcurre una función secreta de cine y en el trayecto que los conecta a los dos pueden estar sucediendo escenas tan corrientes como la de un hombre que come arroz frente a las imágenes de la telenovela más burda o acontecimientos que serán recordados en la historia del cine local como la discusión entre un director y el protagonista de su ópera prima frente a una pared tapizada con el plan de rodaje que los mantendrá ocupados durante las próximas semanas.

Cada rincón de la casa donde Barrio Triste Films tiene su sede despierta la necesidad de someterlo a una paciente observación, pero cada quien encontrará su punto de enfoque. Por ejemplo, la pared que recibe al visitante: la primera imagen es la de un fondo blanco sobre el que crece un tupido matorral de garabatos que gradualmente, a medida que el visitante se acerca unos pasos, se convierte en una multitudinaria formación castrense de números y caracteres, para finalmente, cuando la cercanía permite tocar el papel cuadriculado sobre el que alguien derramó su escritura, tener la configuración de un plano cartesiano infinito sobre el que se ordenan historias encriptadas en escenas y secuencias.
Se leen nombres como Yulay y alias como Tatuaje. En una de las escenas mencionan hordas de cucarachitas, en otra es patente el predomino de lo sexual sobre lo violento. Líneas más abajo se menciona una cárcel y en el siguiente cuadrante del plano el escenario cambia por la habitación de un hotel o por la trastienda de un taller mecánico: universos paralelos de una misma historia en la que se cruzan las anécdotas brutales de personajes que en la habitación contigua comparten tranquilamente un trago.  

Las secuencias allí exhibidas sólo son una pequeña muestra de un guión que en su desglose original de 140 secuencias ocupa 265 cuartillas firmadas por Giovanny Patiño. Es el mismo Papá Giovanny que más de diez años atrás figuró en algunas escenas de La vendedora de rosas y que ahora está metido en la piel de guionista-director-productor del primer largometraje nacido directamente de las calles de Barrio Triste: Lola… drones.

Tras el documental Madres invisibles y el cortometraje Al rojo vivo, Papá Giovanny se embarcó en este proyecto de largo aliento impulsado por el ansia de contar las historias de las que ha sido testigo a lo largo de toda una vida en la calle. Ansia contagiada en parte por los directores de cine que en los últimos años han estado cerca de él como Víctor Gaviria o Barbet Schroeder. Cada experiencia acumulada en las inmediaciones de ese cine que se rodaba en las calles de Medellín fue almacenada por Giovanny: guardaba cada papelito que le entregaba algún director, leía al derecho y al revés los guiones de las películas y siempre, al ver la familiaridad de esas historias, se decía que él tenía mejores cuentos qué contar. No demoró en desahogar una de sus historias sobre el papel.

La historia de este guión es un relato de viajes. Con la historia de Lola picándole en las manos Giovanny se embarcaba en su motocicleta para salir de la ciudad. En Marinilla, El Peñol, Santa Fe de Antioquia o cualquier otro pueblo cercano buscaba lugares tranquilos para sentarse a escribir a mano el guión de su primer largometraje.

En ocasiones las escenas se negaban a fluir y debía regresar con el papel en blanco pero otras veces aparecían en el papel como si se hubieran escrito automáticamente o alguien más se las hubiera dictado al oído. Además de reconocer que tiene mala ortografía –“Yo soy un personaje que escribo mamá con hache”- y que es Aurora la que pule los errores del guión, Giovanny confiesa que tiene una segunda persona, un Giovanny distinto que lo acompaña cuando se encierra a escribir. “Es difícil, es escaso y de pronto no lo encuentro siempre pero yo a ese man lo amo porque me ayuda con el cine, y siento el eco y me pongo hiperactivo.” 

Según Giovanny, a la hora de armar una secuencia vive una intensa película en la que se emociona, ríe, llora, grita. “Gozo, me emborracho y se la leo a todo el mundo y me dicen: este marica está loco”. Pero es como si dijeran que todos comparten la misma locura porque los personajes, las situaciones y los escenarios son vínculos que los enlazan a todos. Unos actúan las historias que otros vivieron.

En el guión de Lola… drones  también existe la violencia natural en la que se resguarda cualquier persona enfrentada a la calle pero prevalece el amor como el punto de encuentro de todas las historias. Desde sus primeras líneas hay una intención explícita de sensualidad e inocencia. Lola aparece como una mujer frágil pero fatal, infaliblemente bella como la Lola real que inspiró esta historia. Giovanny no recuerda exactamente cómo se le clavó la espina pero si tuviera que elegir una primera imagen no duda en recordar el día en que apareció Maria Dolores en uno de los bares del barrio, más eufórica que nunca. “¡Muchachos, hoy estoy cumpliendo años!”, gritó y se quitó la blusa mostrándole a todos las tetas. “Hijueputa, yo me quedé hipnotizado: ‘Pero por Dios, esas no son tetas, son una obra de arte de Dios, el que las toque es un hijo de puta’. Y ella vuelve y se tapa y se sienta con nosotros a beber y a reírse y a llorar por la vida. Desde ahí empecé a escribir sobre ella”.

Y escribir sobre Lola era escribir sobre todos al mismo tiempo: sobre hombres que todos los días van como funámbulos sobre una vida de últimos minutos y mujeres que en un juego invariable de seducción tientan al diablo y engañan a la muerte; lo que arma al final un relato intenso que Giovanny compara con el lomo de un camello: “Tiene subidas y bajadas. Vos en mi guión no vas a ver que el atraco del banco, que las balas, el efecto especial, que le volaron la cabeza a alguien. Vos ves una historia de amor divina que maneja la jerga pero no la palabrería. De pronto ves niñas que dicen suripanta, paplemosa, changonera; o en la escena de la cárcel ves hombres que son muy delincuentes pero que hablan es pura poesía.”

Giovanny calcula que el zigzag de esta historia mantendrá a los espectadores atados en las butacas, pero no es una estrategia preconcebida. Como los pasillos de esa casa en la que todos los días se planean, ensayan o reescriben las escenas, la estructura de la película tiene una forma que obedece los caprichos de la suerte. Según el ánimo del día, Papá Giovanny la ve como el lomo del camello pero también asocia esas subidas y bajadas al clímax orgásmico de una mujer: se nota que está enamorado.