Sally Menke, el espíritu siamés de Quentin Tarantino

Posted: viernes, septiembre 21, 2012 by Godeloz in Etiquetas: , , , ,
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El arte no es posible si no baila como pareja de la muerte.”
Kurt Vonnegut



El cuerpo de Sally Menke fue hallado a pocos kilómetros de la enorme señal que le da nombre a la tierra del cine. Había salido a caminar en el desierto en uno de los días más calurosos en la historia de Los Ángeles desde 1877. Todo el mundo recuerda cómo el clima del infierno se apoderó ese lunes de la ciudad. El 27 de septiembre de 2010, el mercurio de los termómetros ascendió hasta los 113 grados Fahrenheit. Una temperatura mortífera que convirtió el ejercicio de senderismo de Menke en un viaje a las entrañas de la muerte. La acompañaba su perro. Un labrador retriever de pelaje negro que no se separó de ella. Cuando las brigadas de rescate encontraron a Menke en el fondo de un barranco, después de una búsqueda que se había extendido durante casi 12 horas, el perro estaba a su lado, vigilándola en silencio y probablemente con un semblante triste pues se sabe que los perros se confunden y afligen cuando sus amos se mueren.

Curiosamente, Sally encontró su final del mismo modo en que había empezado el capítulo más importante de su vida. En 1992 una llamada interrumpió su caminata por las montañas de Canadá. Del otro lado de la línea, un desconocido le ofrecía con tono entusiasta participar como editora de su primera película. Quentin Tarantino le envió el guión de Reservoir dogs y, tras la primera lectura, Menke quedó encantada. No solo la animaba la historia sino la posibilidad de trabajar con Harvey Keitel y de imprimir su nombre en una producción que le abría el camino para seguir los pasos de Thelma Schoonmaker, editora de cabecera de Martin Scorsese, a quien Menke admiraba desde sus modestos inicios.

Si seguía trabajando en documentales de bajo presupuesto o en películas como Las tortugas ninja, su nombre sería letra menuda en la historia del cine. En cambio, en ese guión que le había enviado un joven cinéfilo de Los Ángeles que se había cansado de permanecer tras el mostrador de una tienda de video, Menke veía grandeza, reconoció un tono similar al de las películas que más le gustaban de Scorsese y consideró que la película podía ser la llave para acceder a los secretos más codiciados de su oficio.

La relación entre director y editora se convirtió rápidamente en un idilio y se extendió a toda la filmografía de Tarantino hasta volverse casi una simbiosis de la que brotaron imágenes que estarán ceñidas para siempre a una generación y a un estilo particular, imitado hasta el cansancio, de hacer cine.

De cierta manera, el trabajo de los editores va en contracorriente de los demás roles que se desempeñan en una película. El ejército de gente involucrado en una producción debe enfocar todo su esfuerzo en hacer visible su trabajo. Y los espectadores deben notarlo para alcanzar el gozo que se le exige al cine. Desde el director de fotografía hasta el diseñador de vestuario tienen la aspiración de asombrar al público cuando le presentan su obra. El editor tiene la aspiración inversa: su trabajo es mejor en tanto sea capaz de lograr que nadie lo vea. Hacerse invisible es el secreto mejor guardado del oficio.

La mano de Sally logra pasar desapercibida en los intrincados argumentos de Tarantino. Las historias fluyen a un ritmo avasallador con saltos temporales frecuentes, diálogos frenéticos y elipsis sucesivas en una estructura sembrada de referencias visuales de otras películas y fragmentada en capítulos que no siempre respetan la linealidad del tiempo. Definitivamente la exuberancia narrativa de Tarantino demandaba un alma capaz de ponerse en sintonía con cada una de las piezas que conforman sus rompecabezas. Enclaustrada en el cuarto de edición, Sally aprendió a tejer sobre la seda. Sus colegas la recompensaron con un enorme respeto y el mundo del cine retribuyó sus logros con dos nominaciones a los premios Oscar, tres nominaciones en los Bafta, un premio como editora del año en el Festival de Cine de Hollywood en 2004, entre otros galardones. Sin embargo, el premio mayor de su carrera fue su amistad con Quentin, quien la consideró siempre su "más sincera y fuerte colaboradora".

En los rodajes, Tarantino contagió el aprecio que sentía por Sally. Por lo general ella no estaba presente mientras se grababan las escenas pero, siendo un director juguetón y bromista, Tarantino ideó una forma de hacerse acompañar por el espíritu de su editora: al final de cada toma le exigía a sus actores que dirigieran un desenfadado "Hello Sally" a la cámara, detalle con el que, sabía, le robaría interminables sonrisas durante las también interminables horas de montaje. El saludo mutó de mil maneras distintas. Cada actor participó del juego a su modo, improvisando diálogos espontáneos como los que entablan las personas devotas con sus dioses. Ese saludo constante que los actores repiten reflejando su mayor simpatía es una oración pronunciada para ganar el amor de un ojo omnipresente que observa desde las alturas, el ojo de la editora, quien tiene el poder de moldear los destinos de las criaturas que después de un rodaje quedan atrapadas en los rollos de las películas y cuyos destinos son luego reorganizados, agrupados, segmentados, acoplados y montados por sus propias manos.

Una sencilla búsqueda en Youtube permite encontrar esas imágenes agrupadas en una colección de guiños hilarantes que revelan la sustancia entrañable de la relación entre el director y la editora: en el rodaje de Malditos bastardos (2009), Mélanie Laurent detiene su apresurada huida para volver a la cámara, saludar a Sally con su sensual acento francés y lanzar un beso. La doble de riesgo Zoe Bell, quien se interpretó a sí misma en Death Proof (2007), sacude su mano para saludar mientras actúa como el mascarón de proa del Dodge Challenger que avanza a toda velocidad por la carretera. Es frecuente que en el reverso de la claqueta con la que marcan las escenas, haya un mensaje escrito para Sally. En la toma 4 de la escena 21 de Death proof el mensaje era "We love you Sally".

La relación de Sally con Tarantino fue así de profunda. Según las propias palabras del director, era difícil determinar donde empezaban las ideas de uno y terminaban las del otro. En los extras incluidos en el DVD de Grindhouse, Tarantino lo expresa así: "El proceso de edición y el de escritura están realmente muy compenetrados, muy conectados. Tanto así que realmente siento que el borrador final de un guión es el primer corte de la película y el corte final de la película es el borrador final del guión. Yo escribo solo pero cuando empezamos la edición escribo con Sally y creo que es el verdadero epítome de una colaboración. No recuerdo cuál era su idea o cuál la mía, estamos justo ahí, juntos." 

De modo que ese estilo que el mundo reconoce como obra de un hombre es realmente un compendio en el que se resume el estilo compartido por dos amigos cercanos.  Tarantino se lleva la gloria pero tampoco faltan laureles para Sally: por más de 18 años fue la chica que se divertía en el cuarto de edición sirviendo al propósito mayor de traducir con fidelidad los deseos del director y acompañándolo con firmeza durante las tribulaciones implícitas en una producción cinematográfica. "Creo que los editores jugamos un gran papel dándole soporte a los directores, haciéndolos sentir que pueden ver algo como un problema pero estar los suficientemente cómodos como para aprovecharse de ellos", decía.

Conociendo la filmografía de Tarantino desde Reservoir dogs, salta a la vista que cada realización no estuvo exenta de esos desafíos que ambos debieron resolver durante la filigrana del montaje. Desde esa primera escena en la que una pandilla de elegantes rufianes discute sobre las implicaciones morales de dejar propina a las meseras es posible hacerse a una idea de la minuciosidad con la que debieron tratar cada plano para que la conversación fluyera durante ocho minutos sin caer en tiempos muertos. En ese tipo de diálogos, reproducidos en la conversación de Vincent Vega y Jules Winnfield sobre el nombre  francés de las hamburguesas, en la charla de la novia vengadora de Kill Bill con Hattori Hanzo cuando lo busca para pedirle una espada o en el interrogatorio implacable que el coronel Hans Landa le hace al granjero LaPadite en Malditos bastardos, Tarantino prueba su punto cuando dice que el guión y el montaje están tan unidos como hermanos siameses que morirían desangrados si llegaran a escindirse.

Lo que abre un gran interrogante relacionado con la próxima película del director. Hasta el momento. Tarantino nunca pensó en que alguien pudiera sustituir a Sally. Su trabajo en la edición se había estilizado de un modo exquisito durante los últimos años alcanzando logros tan notables como la secuencia de la pelea en la casa de las hojas azules de Kill Bill vol. 1 donde el empalme de cada plano es milimétrico y acelerado, conjugando las mejores enseñanzas del western y el cine de samuráis. El menor parpadeo puede hacer que el espectador se pierda detalles vitales. El mismo efecto ocurre en la persecución final de Death Proof, película que además atravesó un tratamiento poco ortodoxo: para hacerla lucir envejecida, desgastada, con el aura típica de una road movie setentera, Sally y sus asistentes sometieron los rollos de celuloide a diversas clases de tortura. Los rayaron con lápices y garfios. Los patearon y hasta los dejaron abandonados a pleno sol. El resultado fue el esperado, los colores y la textura de la película de verdad la hacen lucir como una reliquia que un viajero dejó caer de su máquina del tiempo.

Ese nivel de ingenio se echará de menos en el próximo estreno del director. A finales de este año Tarantino presentará su octava película, Django desencadenado. En el lugar de Sally Menke está Fred Raskin quien trabajó junto a ella en el departamento de edición de las demás películas del director. Pero el vacío que dejó Sally al morir producirá en sus compañeros y en los cinéfilos familiarizados con su trabajo una sensación muy próxima al síndrome del miembro fantasma. Tras esta abrupta amputación en el cine de Tarantino, prevalecerá la ilusión de que la mano de Sally continúa moviéndose entre las costuras que unen las escenas.