Alquimia de las marionetas (pura locura de animal salvaje)

Posted: miércoles, diciembre 10, 2014 by Godeloz in Etiquetas: ,
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Mr. Fox le tiene fobia a los lobos. Es un hábil perpetrador de granjas y fulmina aves de una mordida y sostiene a su familia escribiendo columnas en el periódico y crea planes maestros como un gran ladrón, pero le tiene fobia a los lobos. En su corazón es un animal salvaje. A pesar del buen gusto y el traje de tweed y su honda, honda sabiduría, en su corazón es un animal salvaje que le tiene fobia a los lobos. Pero esa fobia es el disfraz de la admiración, quizá el disfraz de la envidia que Mr. Fox siente por los lobos, por su poderosa libertad. En el encuentro que tiene con uno de ellos, sus ojos revelan la verdadera naturaleza de la fobia que dice tenerles.

La aventura que narra la película de Wes Anderson está a punto de terminar cuando se produce el encuentro. Mr. Fox conduce una motocicleta. Acaba de salvar el pellejo y atraviesa a toda velocidad una carretera rural cuando frena ante una advertencia de Kylie, la zarigüeya. A lo lejos, sobre un montículo de rocas, en una zona del bosque con aspecto glacial, se distingue la figura de un lobo altivo y sigiloso. Un lobo sobre sus cuatro patas que en lugar de usar ropa como los demás habitantes de ese bosque entrañablemente civilizado, está desnudo en su pelaje negro, y sus ojos oscuros y centelleantes están clavados en los del personaje principal de esta película animada. Mr. Fox se pregunta de dónde viene, le pregunta en voz alta, pero no recibe respuesta. Entre los dos animales se establece una clase de comunicación que trasciende las palabras, una conexión metafísica, sugerida en los ojos de Mr. Fox, que se llenan de lágrimas, y latente en una exclamación que sale de su boca como si la porción de aire necesaria para pronunciarla hubiera estado reservada en su vientre desde que era un pequeño cachorro “¡What a beautiful creature!”

Qué hermosa creatura es Mr Fox. También hay que decirlo. Hay que decirlo buscando esas porciones de aire que están reservadas en nosotros para hablar de las cosas importantes. Esta película de Wes Anderson merece además un sobregiro en el aliento que sirva para elogiar a cada uno de los personajes, incluyendo a los malvados.

Es una obra atípica en la filmografía de este excéntrico director que no se cansa de reafirmar su sello personal en cada nueva producción que estrena. Aunque nunca antes había hecho una película totalmente animada, y tampoco había mostrado interés en adaptar historias que no fuesen suyas, con el libro de Roald Dahl, Fantastic Mr. Fox, hizo una excepción. Anderson fue un niño que leía con embriaguez de fantasía la obra del escritor británico y estoy seguro de que reconoció en esta historia de animales cosmopolitas todo un jardín de juegos en el que podía desinhibir sus pulsiones creativas.

El rodaje de la película tuvo lugar en los estudios Mills de Londres, en 2007. Anderson reunió a un copioso equipo de artistas y técnicos para orquestar un proceso de grabación que debía ser minucioso en el cuidado de los detalles y operar con exactitud en la construcción de cada plano. Aunque se utilizaron distintas técnicas de animación, la principal fue el stop motion, un método que tiene tanto de artesanal como de alquímico. Porque no se me ocurre una palabra mejor para describir esta forma de hacer películas.

Las animaciones en stop motion son pura alquimia. Para hacer una película tradicional necesitas personas de carne y hueso que asuman un rol y simulen las distintas situaciones y peripecias de la historia. La ilusión de movimiento que queda plasmada en la película depende de una persona viva que en el ejercicio de su talento y voluntad convierte sus gestos, movimientos y palabras en los de otra persona mientras lo graba la cámara. En cambio, un proceso de animación como el stop motion consiste literalmente en darle vida a objetos inanimados, a materia muerta que, como el monstruo del doctor Frankenstein o el Gollum, necesita una descarga eléctrica o una palabra sagrada para despertar a la vida. En el caso de las marionetas usadas en Fantastic Mr. Fox, el soplo de vida que recibieron provino de la cámara misma y los 62.640 cuadros que capturó para generar la extraordinaria ilusión.

La película es de una plasticidad deliciosa. Otro sello personal de Anderson, quien prefirió rodar a 12 cuadros por segundo para hacer evidentes las hermosas costuras de la producción. Se utilizaron marionetas articuladas de distintos tamaños con ojos de porcelana que irradiaban el carácter en todos los tipos de miradas. A cada personaje se lo cubrió con pelo real y un vestuario que se diseñó cuidando los más finos detalles. Se buscaron locaciones como granjas y bosques para grabar las voces de los actores –mencionemos solo a George Clooney, Meryl Streep y Jason Schwartzman en representación del conspicuo y multitudinario elenco que Anderson acostumbra incluir en su nómina-. Además, el mobiliario de los sets se diseñó replicando el estilo de los muebles que el escritor Roald Dahl tenía en su casa, quizás de esta manera Anderson reafirmaba la hipótesis de que, creando a Mr. Fox, Dahl estaba haciendo una versión de sí mismo. Otro homenaje está implícito en la ambientación general de la película, inspirada en el pueblo británico donde vivió el escritor: Great Missenden.

Después de ver Fantastic Mr. Fox hice el ejercicio de buscar ese pueblito en el mapa. La visión satelital me mostró una comarca geométricamente dividida en parcelas, con oasis de bosque esparcidos aquí y allá –Rock Wood, Wood End, No Man`s Wood- y carreteras en línea recta que recorrí de manera virtual buscando el color por fuera del tiempo que tiene la película. En uno de esos bucólicos caminos por los que alguna vez caminó Dahl, quizá inspirándose para escribir sus libros, encontré árboles muy parecidos al árbol donde se muda Mr. Fox con su familia y praderas de color pardo en las que lo imaginé, con pavos atenazados en el hocico, huyendo de los terribles Buggis, Bunce y Bean; ejerciendo el salvajismo inherente de un zorro: la inteligencia y la ferocidad al servicio del placer y la supervivencia.

En su juventud, Mr. Fox era un hábil saqueador, ladrón infalible, cazador tenaz. La fundación de una familia lo alejó de su lado salvaje y su interés por recuperar ese estilo peligroso de disfrutar la vida es el inicio de la aventura. Este propósito aparentemente egoísta envuelve al pintoresco catálogo de personajes que lo rodean, empezando por su intrépido hijo zorro Ash, su hábil sobrino zorro Kristofferson y los demás animales genuinamente humanizados que se suman al plan: la liebre, el tejón, el castor, el topo, la comadreja, la nutria, incluso el minúsculo ratón. La riqueza de personajes, la personalidad exquisita de cada uno –Ash es una bomba de protones-, la emocionante sucesión de eventos y la belleza de cada plano hace que uno quiera invertir una porción de aliento diciendo de la película lo que Mr. Fox le dice a su hijo cuando expresa su más intrépido acto de coraje: “That was pure-wild-animal-crazyness”.

Cerati, una gira en puntos suspensivos

Posted: jueves, septiembre 04, 2014 by Godeloz in Etiquetas: , ,
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Todavía esperan que Cerati despierte. Su familia se mantiene incólume a su lado, todos los días, desde hace más de 4 años. No pierden la esperanza. Sus fans, miles en todo el mundo, piensan en él escuchando sus canciones, imaginando cómo serán las canciones que escribiría si regresara de su sueño profundo sin perder el talento que lo convirtió en la voz del rock latinoamericano. La voz que abriga como un manto protector las otras voces que crecieron en la adrenalina de este rock multiforme desde la década de los 80.

Aunque Gustavo Cerati ya dejó una huella imborrable en la historia del rock mundial, nadie se atreve a decir que esa historia ha concluido. Serían extraordinarias las canciones que el artista pudiera arrancar del lado de la vida en el que se encuentra en este momento. Así como son extraordinarias las canciones que sus amigos le cantan cuando lo visitan, esperando generar una reacción de lucidez, un signo de que aún no pierde la conexión con quienes lo aman.

Son pequeños movimientos los que le anuncian a su familia que Cerati todavía resiste. Dicen que cuando su madre Lilian Clark llega a la visita diaria, en la Clínica Alcla, donde lo cuidan con extremadas medidas de seguridad, Cerati mueve la cabeza como si la estuviera saludando. También traga saliva cuando se lo piden y en las conversaciones que sus familiares tienen en la habitación, cuya puerta solo se abre con la huella digital de su madre y sus dos hermanas, no faltan los intentos por crear un código para comunicarse. Cerati duerme pero quizás escucha lo que sucede alrededor. Cuando lo dejaron escuchar una grabación de su padre, que era locutor, su ritmo cardíaco se alteró, aumentaron sus pulsaciones y sus familiares interrumpieron el ejercicio porque claramente le estaba recordando a Cerati la muerte de su viejo, que le dolió tanto. “Con la muerte de mi viejo, las cosas cambiaron muchísimo. Ahí apareció la debilidad, la posibilidad de la muerte, el arrastre que lleva consigo eso”, dijo el que fue vocalista de Soda Estéreo en una entrevista a la Revista RollingStone, en la cuál además reconoció que ya no se sentía inmune, que atrás habían quedado esos días de excesos y venían los días de renuncias: dejar los litros de alcohol, olvidar el polvo blanco, despedirse de los 30 cigarrillos diarios que fumaba.

Eso pensaba en  2006, cuando dejó su hábito eterno y adorado de fumar tabaco porque una tromboflebitis le acalambró las piernas. Como acto simbólico se despidió del cigarrillo inmortalizando su última fumada en el videoclip de atmósfera noir de Crimen. Estaba convencido de que ese había sido su último cigarrillo pero meses más tarde regresó a él con mayor ímpetu. Aunque es inútil señalar culpables, justificar el daño que sufrió en su hemisferio izquierdo tras el concierto en Caracas. 

Cerati siempre llevó su cuerpo a los límites porque ese era el precio que debía pagar por su ilimitado talento. Desde mediados de los 80, cuando irrumpió en la escena el fenómeno telúrico que fue Soda Estéreo, y hasta su última gira, Cerati fue un creador incansable. Escribía canciones porque era una necesidad tan vital como la de permanecer en gira perpetua. Y eso se notaba cuando salía al escenario y se aferraba a su guitarra como si fuera un ancla que lo mantenía en este mundo y no en el de los dioses. Aunque el 15 de mayo de 2010, durante su último concierto, poco le faltó para volar sobre esa ciudad de la furia que es Caracas. Era la última estación de su gira por América presentando su quinto álbum “Fuerza Natural” y, en la última canción, Cerati se desbocó en las cuerdas de su guitarra, les arrancó un llanto eléctrico por más de dos minutos antes de despedirse. Y aquí es donde quedan los puntos suspensivos de su historia inacabada. Las diligencias de hospital y los trajines de su cuerpo dormido hacen parte de un paréntesis mudo. Fuera de ellos sigue sonando su música porque quienes crecieron esperando un beso después del temblor no quieren verlo partir. “Despertará”, es la canción que se canta por él.   

La ilusión de estar muerto

Posted: domingo, mayo 25, 2014 by Godeloz in Etiquetas: , ,
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Cuando Philip Seymour Hoffman murió en febrero de este año, lamenté, como medio mundo, su deceso prematuro y pensé, como el otro medio mundo, en cuántas películas quedarán incompletas solo porque no tendrán entre su elenco a este hombre al que los medios llamaron actor total como si en esas dos palabras pudieran abreviar su endiablado talento. Ya sé que es inútil el ejercicio de imaginar ese universo paralelo en el que Philip no murió y sigue teniendo por delante dos o tres estrenos por año, sin embargo, me atrevo a decir que fuimos miles los que intentamos dilucidar esa realidad alternativa pero ¿cuántos de nosotros pueden mostrar si quiera una minúscula porción de ese mundo en el que Philip Seymour Hoffman sigue vivo? Creo que solo una persona lo ha logrado y lo hizo anticipándose un par de años a esta tragedia.

Lo digo porque después de ver por tercera vez Synecdoche New York, la película escrita y dirigida por Charlie Kaufman en 2008, sentí el alivio que le llega a los soldados cuando, en el campo de batalla, reciben cartas de los seres amados que no volverán a ver jamás. En esta película están todos los actores que Philip Seymour Hoffman fue y todos los que pudo haber sido. Lo vemos por primera vez en su mediana edad, tal y como lo conocimos, y lo acompañamos en la decadencia natural implícita en el devenir de la vida: enfermedad, soledad, amor, vejez, tristeza, sexo, muerte. Su personaje es Caden Cotard, un dramaturgo que parece atrapado en el río del tiempo del mismo modo  en que los insectos ensartados en alfileres están atrapados en vitrinas. Nada más fíjense en los detalles ocultos de las secuencias, por ejemplo la inicial, donde las fechas del día cambian de modo arbitrario, así que Cotard despierta un 22 de septiembre –inicio del otoño, inicio del fin- y para cuando está tomando café y leyendo el periódico, es 2 de noviembre. ¿Adonde se han ido los días? ¿Cómo ha pasado el tiempo sin darnos cuenta? ¿Existe algún ser humano que no se haya hecho antes estas preguntas?


Charlie Kaufman escribe películas grandiosas ubicadas casi siempre en un escenario ínfimo: la bóveda craneal. En Quieres ser John Malkovich? un pasadizo secreto conduce a la mente de un famoso actor y en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos los personajes principales se someten a un procedimiento que les borra la memoria de manera selectiva. Synecdoche New York es la primera película que Kaufman dirige. Lo que logra es una rareza de 124 minutos que hoy definitivamente y sin que Kaufman tuviera esta intención, es el testamento de un gran actor.


La empresa en la que se empeña Caden Cotard después de recibir una cuantiosa beca, es la de reproducir con exactitud milimétrica su propia vida. A través del arte penetra su pasado y revive su presente, contratando actores que lo interpretan a él, a su familia, a sus amigos, a los desconocidos que se topa por la calle, a los desconocidos que se topan con otros desconocidos, etcétera. Y esta labor, vitalicia al fin y al cabo, parece la construcción de una monstruosa matrioska pues recrear a escala Nueva York implica recrear al interior de esa pequeña ciudad otra obra en cuyo interior sucede lo mismo y así sucesivamente. De tal manera que el filme está hecho de capas, en cada una de las cuáles Philip Seymour Hoffman o Caden Cotard transita arrastrando como una pesada cadena sus tormentosos delirios.     


A finales del siglo XIX, el médico francés Jules Cotard describió un raro desorden mental que hacía pensar a quienes lo padecían que estaban muertos, que su carne se estaba pudriendo o que algunas partes de sus cuerpos –órganos, extremidades, sangre- habían desaparecido. Madame X fue su primera paciente –murió de hambre- y él llamó a la enfermedad delirio de negación, pero esta heredó con los años el apellido de su descubridor. Las personas que sufren el delirio o síndrome de Cotard niegan su propia existencia, son excesivamente hipocondriacas y entre otros síntomas, manías y embelecos desarrollan una visión muy distorsionada del mundo. Parece una descripción bastante fiel del personaje de Synecdoche New York y es una broma macabra la de Charlie Kaufman el haber bautizado a su personaje principal con este apellido.


Aunque Caden Cotard no está a merced de sus eufóricas erupciones creativas; él intenta ordenar ese mundo distorsionado que percibe a partir del micromundo que construye, aunque el mundo real se esté desmoronando –noten que paredes para afuera, la historia de Charlie Kaufman es un apocalipsis-  y al final entiende de qué se trata todo: no es muerte, no es dolor, no es soledad ni enfermedad lo que busca abarcar con su obra, es la vida misma, cada microscópico detalle, una vida en la que nadie es un extra. En una de las escenas finales, Caden está a punto de acostarse con Hazel –la mujer interpretada por Samantha Morthon-, ambos en su vejez, en el cuarto de una casa eternamente en llamas y ella dice: “El final está construido en el principio”. Una verdad anhelada que opera como uno de tantos acertijos sembrados por Kaufman a lo largo del filme.


Hagamos el experimento de volver al principio de la película para comprobar si este guionista jodidamente genial es consecuente con lo que dice. En la conversación radial que Caden Cotard oye cuando despierta en la primera secuencia, en el inicio de su otoño, una mujer recita este poema: “Quien no tenga una casa hoy, nunca la tendrá. Quien quiera estar solo, siempre estará solo. Estará sentado, leerá, escribirá largas cartas hasta el atardecer y vagará por los bulevares de arriba abajo, agitadamente, mientras caen las hojas secas”. De un modo alegórico esta es la historia de Caden Cotard y además es la senda marcada para que Philip Seymour Hoffman dejara su legado artístico. No fue su última película pero en esta lo hizo todo y después murió. Es un hecho áspero pero es verídico.  

Sufrimiento del impostor

Posted: jueves, marzo 20, 2014 by Godeloz in Etiquetas: , , ,
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“Para atrapar la verdad es preciso en parte traicionar la realidad”.
 Abbas Kiarostami

El primer encuentro entre Abbas Kiarostami y Hossain Sabzian tuvo lugar en la cárcel de Ghasr de Teherán en 1989. El cineasta Iraní había rodado desde que tenía 30 años, en 1970, diez cortometrajes, cuatro documentales y seis películas. Con poco más de 28 años, lo más grande que había hecho el triste desconocido Sabzian hasta el momento era soñar, soñar con películas y protagonizar un caso singular de suplantación que llamó la atención de un periodista ansioso por escribir una historia como las que habían consagrado a Oriana Falacci.

La travesura de aparente candidez que había cometido Sabzian, cuando se hizo pasar por el director de cine Mohsen Makhmalbaf, no llegó a la prensa de su país como un escándalo desproporcionado sino como una anécdota curiosa que hubiera estado destinada a perderse entre cientos de casos judiciales (también casos curiosos o macabros o pasionales) de no ser porque conmovió tan poderosamente a Kiarostami que durante un par de noches no pudo conciliar el sueño.

El director Iraní había alcanzado un éxito notable en 1987 con su película ¿Dónde está la casa de mi amigo? Y se disponía a rodar una película pedagógica en el Centro para el Desarrollo Intelectual de Niños y Adolescentes cuando leyó el caso de Sabzian: un desconocido pretendía estafar a la familia Ahankhah haciéndose pasar por un afamado director de cine pero fue capturado por las autoridades y conducido a un centro penitenciario. A Kiarostami le faltaba un día para iniciar el rodaje de la película que había estado en preproducción por lo menos con un año de anterioridad, pero después de pasar la noche en vela pensando en ese hombre, quien posiblemente también se había desvelado pensando en el cineasta que pudo haber sido y que no fue, decidió aprovechar todos los recursos de producción que ya tenía disponibles para rodar otra cosa, para rodar Close-Up.

Así es como el propio Kiarostami recuerda ese momento: “La historia tuvo tanto impacto en mí que no pude dormir por un par de noches. Convencí a mi productor para hacer este filme en lugar de hacer otro que se llamaría ‘Dinero de Bolsillo’. Close up es la película que más me gusta entre mis otras películas. Para mí es muy diferente. Todo Sucedió muy rápido”.

La rapidez de la que habla Kiarostami se nota en la forma en que está construida Close Up. Como espectadores participamos de esa búsqueda, de la fascinación por ese donnadie que habla de cine, de literatura, de la meditación en las montañas como si lo habitara el espíritu creativo de los genios. Vemos a Kiarostami y su equipo de rodaje buscando los policías que participaron de la captura, visitando al juez para pedirle autorización para filmar el juicio, conversando con la familia ofendida y acudiendo a la cárcel para escuchar de su futuro protagonista una frase que atravesará como una lanza las demás escenas. En ese primer encuentro, Kiarostami le pregunta con la cordialidad del hombre libre que visita a un cautivo: “¿Hay algo que pueda hacer por usted?” A lo que Sabzian responde: “¿Podría hacer una película sobre mi sufrimiento?”

Después de 40 días de rodaje, lo que resultan son 98 minutos en los que se alternan hechos reales con escenas dramatizadas por los verdaderos protagonistas de la historia. Imágenes de un juicio donde el cineasta participa como un interrogador más, mezcladas con escenas que recrean esa historia en la que se cruzaron los caminos de una familia acomodada y un hombre pobre con sueños de grandeza. Para cualquiera que vea esta película es fácil discernir entre los momentos reales y los “ficticios” –si es que hay algo de esta obra a lo que podamos llamar ficción-, pero si esta separación solo se tuviera que juzgar a partir de las técnicas usadas por el director para construir cada secuencia, no habría tal separación, el estilo es uniforme y la historia fluye como una sola: la del impostor que quiso ser cineasta y la del cineasta atraído por las razones que convirtieron a un hombre común en impostor. Este es uno de los mayores logros de Kiarostami, hacer que la simplicidad técnica –cámara al hombro, rodaje en exteriores, iluminación natural, sonido ambiente, actores naturales— se confabule con los hechos concretos para que el relato tenga al mismo tiempo veracidad y simbolismo, pues Close Up no es solo el recuento de una anécdota, también es un diagnóstico sobre el estado emocional del individuo provocado por una sociedad donde pocos, muy pocos, ni los burgueses ni los pobres, pueden ser lo que sueñan. “Es un filme sobre la identidad, o sobre el estado de depresión después de una gran revolución, en la cual muchas personas como Sabzian no encuentran lo que están buscando, y personas como la familia Ahankhah han perdido muchas cosas”, dice Kiarostami.

De hecho, entre Sabzian y las personas que se sintieron timadas por su mentira hay un vínculo que constituye la fuente de interés del director. Pues tanto en el impostor como en los hermanos Ahankhah existe esa clase de frustración velada que convierte a las personas en seres infelices e incompletos. En una de las entrevistas a la familia que denunció a Sabzian, se cuenta que uno de los hermanos estudió ingeniería pero tuvo que dedicarse a ser panadero y, más adelante, en el juicio, el otro hermano confiesa su interés por el cine, razón por la cual, justamente, creyó con ilusión que la suerte había puesto en su camino a un Makhmalbaf dedicado a cazar estrellas pues Sabzian, en su juego, veía en el joven burgués a un futuro galán de películas como El Ciclista, dirigida por el hombre que estaba suplantando.

¿Tenía Sabzian verdaderas intenciones de escamotearle a estos incautos algún dinero? La acusación que lo lleva ante la ley así lo indica, pero es otra la historia develada a medida que le rinde cuentas a la corte. Quizá son sus palabras las que confirman como acertada la intuición que condujo a Kiarostami a fijar su lente en este hombre. Sabzian no es un rufián al que se le vino abajo su estafa, él también creyó con encanto en el papel que estaba representando, vio la oportunidad de volver a los juegos de su niñez, la cual describe al principio del juicio de la siguiente manera: “Tengo un gran interés en las artes, vi un montón de películas de chico. Jugaba con mis amigos y fingía ser un director. Nuestros juegos eran más que nada sobre artes, pero no tuve los medios para dedicarme a esas cosas y desarrollé una especie de complejo”. Luego habla con propiedad de las películas de Makhmalbaf y las de Kiarostami, los admira porque saben retratar el sufrimiento de las personas y se siente muy identificado con algunos de sus personajes, por ejemplo con el niño de The Traveler (1974): “Se podría decir que soy exactamente como el personaje principal”, continúa Sabzian. “Debido a su pasión por el fútbol, ese muchacho toma fotografías con una cámara que no tiene rollo para juntar dinero y poder ir a un partido, pero se queda dormido y se lo pierde, como yo siento que lo he hecho”.

Pero Sabzian no se perdió del todo ese partido, ni se lo perdió la familia que fue engañada. Otro logro de Kiarostami con esta película, un logro muy humano, es que incorporó a estas personas en la historia del cine, los invitó a participar como protagonistas de su propio drama con la intención de contar una verdad que sigue haciendo sombra sobre los seres humanos. En Irán, en Colombia, en cualquier parte, los sueños son endemoniadamente escurridizos y la vida transcurre dando saltos consecutivos entre interminables decepciones. Sin embargo, existe el cine para defendernos, existe el arte, existe la bondad y esto Kiarostami no lo excluye de su historia. El encuentro final entre Hossain Sabzian y Mohsen Makhmalbaf no sólo es un epílogo redentor, es también la reafirmación del arte como un valor moral que nos salva del sufrimiento.