La ilusión de estar muerto

Posted: domingo, mayo 25, 2014 by Godeloz in Etiquetas: , ,
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Cuando Philip Seymour Hoffman murió en febrero de este año, lamenté, como medio mundo, su deceso prematuro y pensé, como el otro medio mundo, en cuántas películas quedarán incompletas solo porque no tendrán entre su elenco a este hombre al que los medios llamaron actor total como si en esas dos palabras pudieran abreviar su endiablado talento. Ya sé que es inútil el ejercicio de imaginar ese universo paralelo en el que Philip no murió y sigue teniendo por delante dos o tres estrenos por año, sin embargo, me atrevo a decir que fuimos miles los que intentamos dilucidar esa realidad alternativa pero ¿cuántos de nosotros pueden mostrar si quiera una minúscula porción de ese mundo en el que Philip Seymour Hoffman sigue vivo? Creo que solo una persona lo ha logrado y lo hizo anticipándose un par de años a esta tragedia.

Lo digo porque después de ver por tercera vez Synecdoche New York, la película escrita y dirigida por Charlie Kaufman en 2008, sentí el alivio que le llega a los soldados cuando, en el campo de batalla, reciben cartas de los seres amados que no volverán a ver jamás. En esta película están todos los actores que Philip Seymour Hoffman fue y todos los que pudo haber sido. Lo vemos por primera vez en su mediana edad, tal y como lo conocimos, y lo acompañamos en la decadencia natural implícita en el devenir de la vida: enfermedad, soledad, amor, vejez, tristeza, sexo, muerte. Su personaje es Caden Cotard, un dramaturgo que parece atrapado en el río del tiempo del mismo modo  en que los insectos ensartados en alfileres están atrapados en vitrinas. Nada más fíjense en los detalles ocultos de las secuencias, por ejemplo la inicial, donde las fechas del día cambian de modo arbitrario, así que Cotard despierta un 22 de septiembre –inicio del otoño, inicio del fin- y para cuando está tomando café y leyendo el periódico, es 2 de noviembre. ¿Adonde se han ido los días? ¿Cómo ha pasado el tiempo sin darnos cuenta? ¿Existe algún ser humano que no se haya hecho antes estas preguntas?


Charlie Kaufman escribe películas grandiosas ubicadas casi siempre en un escenario ínfimo: la bóveda craneal. En Quieres ser John Malkovich? un pasadizo secreto conduce a la mente de un famoso actor y en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos los personajes principales se someten a un procedimiento que les borra la memoria de manera selectiva. Synecdoche New York es la primera película que Kaufman dirige. Lo que logra es una rareza de 124 minutos que hoy definitivamente y sin que Kaufman tuviera esta intención, es el testamento de un gran actor.


La empresa en la que se empeña Caden Cotard después de recibir una cuantiosa beca, es la de reproducir con exactitud milimétrica su propia vida. A través del arte penetra su pasado y revive su presente, contratando actores que lo interpretan a él, a su familia, a sus amigos, a los desconocidos que se topa por la calle, a los desconocidos que se topan con otros desconocidos, etcétera. Y esta labor, vitalicia al fin y al cabo, parece la construcción de una monstruosa matrioska pues recrear a escala Nueva York implica recrear al interior de esa pequeña ciudad otra obra en cuyo interior sucede lo mismo y así sucesivamente. De tal manera que el filme está hecho de capas, en cada una de las cuáles Philip Seymour Hoffman o Caden Cotard transita arrastrando como una pesada cadena sus tormentosos delirios.     


A finales del siglo XIX, el médico francés Jules Cotard describió un raro desorden mental que hacía pensar a quienes lo padecían que estaban muertos, que su carne se estaba pudriendo o que algunas partes de sus cuerpos –órganos, extremidades, sangre- habían desaparecido. Madame X fue su primera paciente –murió de hambre- y él llamó a la enfermedad delirio de negación, pero esta heredó con los años el apellido de su descubridor. Las personas que sufren el delirio o síndrome de Cotard niegan su propia existencia, son excesivamente hipocondriacas y entre otros síntomas, manías y embelecos desarrollan una visión muy distorsionada del mundo. Parece una descripción bastante fiel del personaje de Synecdoche New York y es una broma macabra la de Charlie Kaufman el haber bautizado a su personaje principal con este apellido.


Aunque Caden Cotard no está a merced de sus eufóricas erupciones creativas; él intenta ordenar ese mundo distorsionado que percibe a partir del micromundo que construye, aunque el mundo real se esté desmoronando –noten que paredes para afuera, la historia de Charlie Kaufman es un apocalipsis-  y al final entiende de qué se trata todo: no es muerte, no es dolor, no es soledad ni enfermedad lo que busca abarcar con su obra, es la vida misma, cada microscópico detalle, una vida en la que nadie es un extra. En una de las escenas finales, Caden está a punto de acostarse con Hazel –la mujer interpretada por Samantha Morthon-, ambos en su vejez, en el cuarto de una casa eternamente en llamas y ella dice: “El final está construido en el principio”. Una verdad anhelada que opera como uno de tantos acertijos sembrados por Kaufman a lo largo del filme.


Hagamos el experimento de volver al principio de la película para comprobar si este guionista jodidamente genial es consecuente con lo que dice. En la conversación radial que Caden Cotard oye cuando despierta en la primera secuencia, en el inicio de su otoño, una mujer recita este poema: “Quien no tenga una casa hoy, nunca la tendrá. Quien quiera estar solo, siempre estará solo. Estará sentado, leerá, escribirá largas cartas hasta el atardecer y vagará por los bulevares de arriba abajo, agitadamente, mientras caen las hojas secas”. De un modo alegórico esta es la historia de Caden Cotard y además es la senda marcada para que Philip Seymour Hoffman dejara su legado artístico. No fue su última película pero en esta lo hizo todo y después murió. Es un hecho áspero pero es verídico.