Poética incendiaria del Colombian Dream
Posted: martes, marzo 06, 2007 by Godeloz inEn cambio, “El Colombian Dream” sí que es un punto luminoso, y además multidimensional. Porque tiene tantos lados como un poliedro que se puede comer o guardar en el bolsillo. Puede mirarse desde ángulos de diferentes matices: el cinematográfico, el literario, el poético, el moral, el humorístico, el cínico, el sádico, el masoquista, el altruista, el optimista, por supuesto el pesimista, e incluso, puede mirarse desde el ángulo de un misántropo que de un momento a otro empieza a confiar (no a querer, que es bien distinto) en la raza humana, o en la raza, tan pintoresca a los ojos del mundo -¿cuál no?-, colombiana.
Desde el principio, y este es el temor que asalta a cualquier espectador que se arriesga a pagar una boleta para una película nacional, “El Colombian Dream” dice, o más bien grita: “¡ey!, yo no soy una película con argumento de telenovela”. Y lo grita con la luz, con la música y con la voz del narrador que definitivamente es conmovedora. Pero hay que advertir desde ya que en esta película no hay lágrimas. Al contrario, hay de esas muecas que suelta alguien que no sabe si reírse de un chiste o reírse de sí mismo o reírse de su vecino.
Porque “El Colombian Dream” es como las películas norteamericanas que sacan a relucir la gran estafa que es el mundialmente famoso sueño americano: a partir de un elenco coral de personajes disímiles, auténticos y descabellados le quita la máscara a la pantomima de la realidad.
La diferencia de Aljure, digamos que con Todd Solondz (Happiness), Gus Van Sant (Elefant, Last days) o Paul Thomas Anderson (Magnolia), es que tuvo la fortuna y también la mala suerte de haber nacido en un país donde, sin lugar a dudas, los sueños son bien distintos aunque parezcan iguales: la gente sueña con amor y con felicidad, aunque ésta no exista y aquel sea imposible, y entre el no existir y la imposibilidad, entonces la gente mejor sueña con algo que da sensaciones muy parecidas: el dinero. Aquí es donde está la diferencia del sueño americano y el apenas descubierto colombian dream. Cuando Solondz, Van Sant o Anderson le quitan la máscara a la realidad, el rostro que resulta raya entre lo horroroso y lo grotesco. En cambio la realidad que queda semidesnuda con el gesto incendiario de Aljure no tiene nada de horripilante y sí mucho de esclarecedora: en Colombia las personas se queman tratando de alcanzar sus sueños, pero si no terminan muertos, presos, solos o varados en una carretera, son capaces de renacer entre sus propias cenizas que para la gran población es su propia mierda.
En el caso del sueño americano es preferible volver a poner la máscara en su sitio y olvidar de golpe el olor que se había levantado. En nuestro caso es preferible seguir respirando el hedor porque al final, sin remedio, la realidad es capaz de tejerse otro rostro de fantasía.
¡Vaya enseñanza la que ha dejado esta película! Y eso que también es una película sobre drogas, traquetos, putas, pervertidos, asesinos y poetas.
Su ventaja, sobre todas aquellas que ha hecho arder (excluyendo a unas cuantas, sólo unas cuantas, que sí merecen viajar por el país en la maleta del Ministerio de Cultura), es la valentía. Por un lado, explora y explota, como toda obra cinematográfica debe hacerlo, todo lo que puede hacerse con una cámara y una película: está llena de luz y de sombras, aprovecha los colores y las texturas, juega con los sonidos y la música (una banda sonora inigualable) también cuenta la historia, hace malabares con los puntos de vista y trastoca con el movimiento. Esto es una cachetada para los cientos de Dagos García que se forman a la sombra de las lamentables productoras que creen que hacer cine es lo mismo que hacer televisión.
Por otro lado, otra cachetada que arroja “El Colombian Dream” cae en la cara de los que no creían en el cine colombiano y en la de aquellos que, sabrá Dios o el Sagrado Corazón por qué, creían demasiado. En ambos casos sólo queda una cosa por decir: “¡Cómo pega de rico este man!”.
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