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jueves, noviembre 08, 2012
by Godeloz in
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Alessandro Baricco,
Seda
En sus contadas páginas existe toda la aventura que
cualquier ser humano desearía para almibarar su triste vida. El personaje
principal tiene un nombre elegante que bien podría aplicarse a un poeta o a un
asaltante de caminos, y de hecho, en un modo profundo, lo es. Joncour es un
asaltante de caminos y los conoce todos o si no los conoce todos por lo menos
conoce los imprescindibles. Llenos de peligros, amenazas y trampas mortales,
son caminos que conducen al amor o al ideal del amor o a los sueños de amor que
cada día llueven sobre cualquier persona, sólo que Hervé Joncour decide no
escamparse, decide vivir a la intemperie de esa amenaza, de esa promesa, de esa
utopía que aguarda en unos ojos cerrados al otro lado del mundo: esa es la
verdadera épica: no hay aventuras con espadas que sean significativas o que
borren la belleza que subyace por ejemplo en la huella que los pájaros pueden
dejar sobre la nieve como si conocieran una rara caligrafía de palabras
monosílabas y miradas hondas como los abismos del mar. La sangre que fluye en
este libro no alcanza a nivelarse con el caudal de tristeza que lo inunda y
esta simple decisión del escritor nos ayuda a entender justamente esas islas de
melancolía que a veces descubrimos navegando a través de las horas o días o
semanas en que redunda la ausencia como si de verdad imitara el impetuoso
apetito de una serpiente que se muerde la cola. Además, en este libro, palpita
viva la posibilidad del viaje y eso hace que sienta la satisfacción de estar
regalando un tiquete de partida, nunca de vuelta, con el cual podrías
deslizarte a través de un vórtice que conduce al asombro. En el asombro siempre
podremos ser felices. Cuando lo leas no pienses en ti ni en tu historia ni en
ninguna de las personas que te rodean: piensa mucho en que existirás en el
mismo tiempo que existen esos personajes, una época no muy antigua, cuando la
luz eléctrica era solo una hipótesis y cruzar el mundo era tan difícil como lo era
llegar en la mitología de los griegos al reino de los muertos. Y piensa que, a
pesar de ello, Hervé Joncour llegó hasta Siria, hasta Egipto, llegó hasta
África, hasta la India, pasó por el mismísimo fin del mundo, por la estepa rusa
y después hasta lagos que la gente llamaba el mar o el demonio. A pesar de
cualquier imposible itinerario todos somos capaces de llegar a ese reino
perdido, somos igualmente capaces de fugarnos de él, lo que le queda imposible
a cada uno es evitar el irresistible impulso de mirar hacia atrás; la ventaja
es que no en todas las historias voltear la mirada implica condenarnos a una
eternidad de sal o a ver, impotentes, el amor que se aleja. En algunas
historias voltear la mirada significa proclamar el dominio sobre el tiempo y
esa es la ventaja que me gusta regalar con este libro: ver en el aire cosas que
los demás no ven y saber qué cosa es la maravilla.
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