Otro mundo nos habita

Posted: domingo, agosto 15, 2010 by Godeloz in Etiquetas: , , ,
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"Los sueños atraviesan muros de piedra, iluminan habitaciones oscuras u oscurecen las luminosas. Y los personajes que en ellos toman parte entran y salen a placer, riéndose de los cerrojos."
Joseph Sheridan Le Fanu 



Hay un modo en el que la nueva –insólita- película de Christopher Nolan puede ser vista como una obra realista. Incluso podría asumir la responsabilidad de tildarla como un intento documental y descriptivo sobre el mundo de los sueños. Una aproximación bastante exacta de todo lo que sucede en la mente cuando el cuerpo se dispone a dormir. Esta exactitud debe agradecerse a las posibilidades técnicas, a los efectos especiales y a la imaginación de un director que se empeña en no decepcionar a su audiencia, la cual, a lo largo de varios años, le rinde culto a la manera en que, por ejemplo, un ciego admirador de Borges subordina ante la figura del escritor sus demás referencias literarias y estímulos intelectuales. (El símil no es gratuito, pues Nolan es un apóstol moderno del cine fantástico. Así como Borges durante toda su vida se esforzó por reivindicar el territorio más fabuloso de la literatura, elaborándose para sí una erudición que según palabras de George Steiner también era una clase de fantasía, Nolan reivindica con sus películas –con la extrañeza de Following, el laberíntico argumento de Memento, la ciencia tenebrosa que subyace tras The Prestige, las violentas personalidades que deambulan en sus dos entregas de Batman  y ahora, en Inception, con la confirmación de que el tiempo es voluble y terriblemente implacable- una parcela en la que el cine se infiltra allende los linderos que mantienen la distancia entre fábula y realidad).

El realismo de Inception reside en la precisión con la que Nolan aborda el tema de los sueños. Por enrevesado que sea el argumento no es difícil comprender las operaciones que permiten la expansión infinita del tiempo o la maleabilidad de las estructuras. No tiene nada de extraño que el edificio en el que te encuentras empiece a dar vueltas como si lo hubieran arrojado a una ruleta, que un ascensor descienda desde un sótano hasta una playa o que, cuando vayas a dormir, la persona más amada sobre la faz de la tierra se transforme en tu infalible némesis. Sueñas y puedes ser inmortal, puedes volar, puedes realizar las más increíbles hazañas, consumar los más indecibles deseos, revisitar los recuerdos perdidos, recuperar el tiempo desperdiciado, vencer la condena de la ancianidad y amar con ímpetu a un amor imposible. ¿No es común a todos nosotros vivir de vez en cuando días en que la vida real se hace insípida sólo por el hecho de que segundos antes de despertar habíamos alcanzado la plenitud más anhelada? ¿No son inusualmente exquisitos aquellos días en que la realidad nos protege de esos oscuros temores que se habían materializado durante la noche en una espantosa pesadilla? Hace poco experimenté la gracia del primer ejemplo: un sueño me permitió besar y abrazar un anhelo; al despertar, la primera sensación fue de pérdida, la segunda de infelicidad y a partir de la tercera, la sensación se generalizó en una displicencia con respecto al mundo real que me recibía, incapaz de igualarse con el otro mundo que me habita. 

Justamente por lo anterior veo muy real la historia que nos quiere contar Nolan y es gratificante constatar que el cine la hizo factible. Con Inception, Nolan proclama un hecho que lo diferencia de otros directores: desconoce límites en su arte. 

Me gusta pensar en la idea embrionaria de esta historia. La persona que me acompañó a ver la película ideó una expresión -bella como ella misma- para este tipo de epifanías creativas: fogonazo de clarividencia. El momento en que nació la idea de la película debió ser justamente eso: un fogonazo, una primera imagen, la sombra de un personaje, quizá un esbozo súbito sobre la noción de eternidad que le propinó a Nolan unas cuantas noches en vela, obsesionado con darle forma a esa idea, buscando imágenes en el repertorio de su imaginación que permitieran hacer tangible lo que hasta el momento sólo él había visto en el interior de su mente. El constructo resultante es magnífico: personajes que se convierten en polizones de los sueños de otros personajes que a su vez están secuestrados en sueños de otros personajes. Así, la realidad onírica de Inception se presenta como una sucesión de capas, cada una de las cuáles tiene sus propias leyes físicas, gravitacionales y temporales: el transcurso de mil vidas puede comprimirse en milésimas de segundo y viceversa: esta clase de jugarretas son las que hacen que las venas y los nervios del público –por lo menos en mí lo consiguieron- se conviertan en ríos de sangre efervescente e impulsos eléctricos sin freno. Pocas películas* hacen que el cerebro trabaje a ese ritmo, inyectando endorfinas, adrenalina y quién sabe qué clase de alucinantes químicos al cuerpo. Por otro lado, algunos detalles superficiales refuerzan este efecto: la música constante y estupenda que acentúa la intensidad de las secuencias; los disparos, las explosiones, la violencia; y lo más importante de todo: la aparición dosificada de una bellísima diosa: Marion Cotillard. Pueden relacionar la película de Nolan con Matrix o con cualquier otro adefesio –por ejemplo con ese lamentable filme en el que actuó Jeniffer López hace algunos años y que también hurgaba en la mente humana- pero no la despojarán nunca de la autenticidad con la que plantea un acertijo que redunda en el arte y es común a autores como Philip K. Dick o el mismo Borges: la incertidumbre de la realidad, la fragilidad del ser humano cuando enfrenta la tarea imposible de diferenciar qué es lo real o cuáles elementos -sean personajes, escenarios o recuerdos- escapan del ámbito palpable de la existencia. 

*¡Bendito seas Stanley Kubrick! ¡Bendito seas Mister Hitchcock!