Sufrimiento del impostor

Posted: jueves, marzo 20, 2014 by Godeloz in Etiquetas: , , ,
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“Para atrapar la verdad es preciso en parte traicionar la realidad”.
 Abbas Kiarostami

El primer encuentro entre Abbas Kiarostami y Hossain Sabzian tuvo lugar en la cárcel de Ghasr de Teherán en 1989. El cineasta Iraní había rodado desde que tenía 30 años, en 1970, diez cortometrajes, cuatro documentales y seis películas. Con poco más de 28 años, lo más grande que había hecho el triste desconocido Sabzian hasta el momento era soñar, soñar con películas y protagonizar un caso singular de suplantación que llamó la atención de un periodista ansioso por escribir una historia como las que habían consagrado a Oriana Falacci.

La travesura de aparente candidez que había cometido Sabzian, cuando se hizo pasar por el director de cine Mohsen Makhmalbaf, no llegó a la prensa de su país como un escándalo desproporcionado sino como una anécdota curiosa que hubiera estado destinada a perderse entre cientos de casos judiciales (también casos curiosos o macabros o pasionales) de no ser porque conmovió tan poderosamente a Kiarostami que durante un par de noches no pudo conciliar el sueño.

El director Iraní había alcanzado un éxito notable en 1987 con su película ¿Dónde está la casa de mi amigo? Y se disponía a rodar una película pedagógica en el Centro para el Desarrollo Intelectual de Niños y Adolescentes cuando leyó el caso de Sabzian: un desconocido pretendía estafar a la familia Ahankhah haciéndose pasar por un afamado director de cine pero fue capturado por las autoridades y conducido a un centro penitenciario. A Kiarostami le faltaba un día para iniciar el rodaje de la película que había estado en preproducción por lo menos con un año de anterioridad, pero después de pasar la noche en vela pensando en ese hombre, quien posiblemente también se había desvelado pensando en el cineasta que pudo haber sido y que no fue, decidió aprovechar todos los recursos de producción que ya tenía disponibles para rodar otra cosa, para rodar Close-Up.

Así es como el propio Kiarostami recuerda ese momento: “La historia tuvo tanto impacto en mí que no pude dormir por un par de noches. Convencí a mi productor para hacer este filme en lugar de hacer otro que se llamaría ‘Dinero de Bolsillo’. Close up es la película que más me gusta entre mis otras películas. Para mí es muy diferente. Todo Sucedió muy rápido”.

La rapidez de la que habla Kiarostami se nota en la forma en que está construida Close Up. Como espectadores participamos de esa búsqueda, de la fascinación por ese donnadie que habla de cine, de literatura, de la meditación en las montañas como si lo habitara el espíritu creativo de los genios. Vemos a Kiarostami y su equipo de rodaje buscando los policías que participaron de la captura, visitando al juez para pedirle autorización para filmar el juicio, conversando con la familia ofendida y acudiendo a la cárcel para escuchar de su futuro protagonista una frase que atravesará como una lanza las demás escenas. En ese primer encuentro, Kiarostami le pregunta con la cordialidad del hombre libre que visita a un cautivo: “¿Hay algo que pueda hacer por usted?” A lo que Sabzian responde: “¿Podría hacer una película sobre mi sufrimiento?”

Después de 40 días de rodaje, lo que resultan son 98 minutos en los que se alternan hechos reales con escenas dramatizadas por los verdaderos protagonistas de la historia. Imágenes de un juicio donde el cineasta participa como un interrogador más, mezcladas con escenas que recrean esa historia en la que se cruzaron los caminos de una familia acomodada y un hombre pobre con sueños de grandeza. Para cualquiera que vea esta película es fácil discernir entre los momentos reales y los “ficticios” –si es que hay algo de esta obra a lo que podamos llamar ficción-, pero si esta separación solo se tuviera que juzgar a partir de las técnicas usadas por el director para construir cada secuencia, no habría tal separación, el estilo es uniforme y la historia fluye como una sola: la del impostor que quiso ser cineasta y la del cineasta atraído por las razones que convirtieron a un hombre común en impostor. Este es uno de los mayores logros de Kiarostami, hacer que la simplicidad técnica –cámara al hombro, rodaje en exteriores, iluminación natural, sonido ambiente, actores naturales— se confabule con los hechos concretos para que el relato tenga al mismo tiempo veracidad y simbolismo, pues Close Up no es solo el recuento de una anécdota, también es un diagnóstico sobre el estado emocional del individuo provocado por una sociedad donde pocos, muy pocos, ni los burgueses ni los pobres, pueden ser lo que sueñan. “Es un filme sobre la identidad, o sobre el estado de depresión después de una gran revolución, en la cual muchas personas como Sabzian no encuentran lo que están buscando, y personas como la familia Ahankhah han perdido muchas cosas”, dice Kiarostami.

De hecho, entre Sabzian y las personas que se sintieron timadas por su mentira hay un vínculo que constituye la fuente de interés del director. Pues tanto en el impostor como en los hermanos Ahankhah existe esa clase de frustración velada que convierte a las personas en seres infelices e incompletos. En una de las entrevistas a la familia que denunció a Sabzian, se cuenta que uno de los hermanos estudió ingeniería pero tuvo que dedicarse a ser panadero y, más adelante, en el juicio, el otro hermano confiesa su interés por el cine, razón por la cual, justamente, creyó con ilusión que la suerte había puesto en su camino a un Makhmalbaf dedicado a cazar estrellas pues Sabzian, en su juego, veía en el joven burgués a un futuro galán de películas como El Ciclista, dirigida por el hombre que estaba suplantando.

¿Tenía Sabzian verdaderas intenciones de escamotearle a estos incautos algún dinero? La acusación que lo lleva ante la ley así lo indica, pero es otra la historia develada a medida que le rinde cuentas a la corte. Quizá son sus palabras las que confirman como acertada la intuición que condujo a Kiarostami a fijar su lente en este hombre. Sabzian no es un rufián al que se le vino abajo su estafa, él también creyó con encanto en el papel que estaba representando, vio la oportunidad de volver a los juegos de su niñez, la cual describe al principio del juicio de la siguiente manera: “Tengo un gran interés en las artes, vi un montón de películas de chico. Jugaba con mis amigos y fingía ser un director. Nuestros juegos eran más que nada sobre artes, pero no tuve los medios para dedicarme a esas cosas y desarrollé una especie de complejo”. Luego habla con propiedad de las películas de Makhmalbaf y las de Kiarostami, los admira porque saben retratar el sufrimiento de las personas y se siente muy identificado con algunos de sus personajes, por ejemplo con el niño de The Traveler (1974): “Se podría decir que soy exactamente como el personaje principal”, continúa Sabzian. “Debido a su pasión por el fútbol, ese muchacho toma fotografías con una cámara que no tiene rollo para juntar dinero y poder ir a un partido, pero se queda dormido y se lo pierde, como yo siento que lo he hecho”.

Pero Sabzian no se perdió del todo ese partido, ni se lo perdió la familia que fue engañada. Otro logro de Kiarostami con esta película, un logro muy humano, es que incorporó a estas personas en la historia del cine, los invitó a participar como protagonistas de su propio drama con la intención de contar una verdad que sigue haciendo sombra sobre los seres humanos. En Irán, en Colombia, en cualquier parte, los sueños son endemoniadamente escurridizos y la vida transcurre dando saltos consecutivos entre interminables decepciones. Sin embargo, existe el cine para defendernos, existe el arte, existe la bondad y esto Kiarostami no lo excluye de su historia. El encuentro final entre Hossain Sabzian y Mohsen Makhmalbaf no sólo es un epílogo redentor, es también la reafirmación del arte como un valor moral que nos salva del sufrimiento.