El surcoreano en el corazón

Posted: martes, enero 25, 2011 by Godeloz in Etiquetas: ,
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“Cuando no es una inmensa carnicería, el mundo es un gigantesco burdel”.
Michel Onfray

Se supone que no existe el crimen perfecto pero me gustaría saber de dónde diablos surgió esta idea porque la verdad es que la vida está llena de crímenes perfectos. En la vida real los cabos sueltos no conducen al asesino como en las películas y quizá esa sea la razón de que algunos desquiciados se tomen libertades que tienen altas probabilidades de generar desconcierto generalizado en el mundo si la cifra de muertos supera lo que es decente imaginar. De pronto, un día, el surcoreano que llevas en el corazón se pone furibundo y por fin se dispone con irritación y método a acribillar la carne de cañón que todos los días se topaba en la escuela, en el trabajo o en los centros comerciales. Si tienes suerte, algunas cámaras de seguridad documentarán tu hazaña. Si tienes suerte, algún imbécil confiará en su suerte y te grabará con su celular esperando no atravesarse en el camino de ninguna bala para después subir la insólita carnicería a su perfil de Facebook. Al final, cuando se te acaba el tiempo, las balas o la motivación, te vuelas la cabeza dejando una huella que se perpetuará durante dos o tres semanas en la historia, hasta que algún cefalópodo nigromante acapare la atención de las noticias o hasta que a otro loco se le despierte el surcoreano que lleva en el corazón y supere los niveles de sangre y pólvora que estuvieron implicados en tu epopeya.

Quizá esa era la idea original de Uwe Boll antes de rodar Rampage (2009): superar todos los precedentes de sangre y pólvora involucrados en las masacres que la humanidad en pleno ha contemplado absorta por televisión y que generan –gracias a dios o al diablo- oscarizables productos como Bowling for Columbine o como esa joyita que Gus Van Sant bautizó Elefant* sabiamente. Creo que Uwe Boll, acusado de ser uno de los peores directores del momento, tenía la idea original de salir a la calle y coser a balazos a todos los que hablaron mal de sus películas pero, amedrentado por las posibles retaliaciones judiciales, decidió escribir y rodar una historia que dejara sin argumentos a quienes siguen sosteniendo que no existen los crímenes perfectos.

Rampage es la crónica minuciosa de un asesinato masivo perpetrado por un post-adolescente que ha llegado al límite de su aburrimiento. Vive en un pueblo pequeño. Sus padres piensan que a los 23 años va siendo hora de que abandone el nido y además, el chico de la cafetería es incapaz de servirle la cantidad de espuma que prefiere con el primer café de la mañana. En estas circunstancias lo más lógico es ordenar por correspondencia un arsenal que incluye varias subametralladoras, suficiente munición como para combatir una horda de indios, suficientes explosivos como para volar una nación pequeña –por ejemplo una nación como El Vaticano- y un traje blindado que le permita ocultar su identidad, resistir las balas y darles a los transeúntes el susto de sus vidas, el último susto de sus miserables vidas. El plan incluye, como no, incriminar a cualquier estúpido y en esta historia ese estúpido resulta ser el mejor amigo.  

Bill Williamson tiene el talante de un desquiciado pero no al modo de esos veteranos que vuelven de la guerra con trastornos incurables sino al mismo estilo de los asesinos elegantes que merecen la simpatía y conciliación de quien los conoce, como el psicópata americano que interpretó Christian Bale o como el asesino de la corbata que Hitchcock le regaló a la humanidad en Frenesí. Personajes que fundamentan la locura de aniquilar al prójimo con un comportamiento insolente, sagaz, frío y, ante todo, sereno. Tras conocer las cualidades que el actor Brendan Fletcher le imprime a su personaje viene el momento de consumar el plan. Ya se han escuchado las falsas justificaciones –que el planeta en peligro, que la sobrepoblación mundial- y, sintonizados con el espíritu de la película, nos dejamos arrastrar por el punto de vista de ese demonio armado hasta los dientes que vuela la estación de policía y dispara indiscriminadamente contra los pobladores despavoridos que corren en todas direcciones como las dianas móviles de un parque de diversiones. Este recorrido sangriento podría ser acusado de monótono pero con un par de escenas queda solucionado el problema. Primero, la matanza de la peluquería, en la que Bill Williamson se detiene, se quita la máscara, toma agua, remeda el cotorreo de las mujeres que ruegan misericordia en un rincón del local y sale sin hacer un solo disparo. Las chicas quedan tranquilas, buscan un teléfono para llamar a la policía y comentan entre sí lo imbécil que era el tipo sin imaginar que el imbécil puede regresar y con sus tiros de gracia convertirlas a todas en una sanguinolenta pirámide. La otra escena que rompe la rutina de la masacre tiene el mismo tono que la primera. El ángel exterminador ingresa al bingo de la pequeña ciudad, se dirige al mostrador, pide el mejor sándwich del lugar y se sienta serenamente a consumirlo. El joven que lo atiende empalidece de inmediato y por el inmenso miedo no le cobra el servicio pero este es el único gesto aterrorizado que se verá en la escena porque todos los demás están embebidos en los cartones del juego. Tras alimentarse, Bill recorre el lugar pero es inútil, nadie huye, nadie teme por su vida y él llega a la conclusión de que ya todos están muertos por lo que abandona el patético escenario sin desperdiciar sus municiones.  

La película transcurre a un ritmo intenso y toma breves descansos, bien sea para hacer que el asesino hable con su preocupada madre por teléfono o para convencer a su estúpido amigo  de que lo siga esperando en el bosque para jugar al paintball. También hay una persecución y hay más explosiones. Hay un policía que parece experimentado como si fuera un sheriff invicto pero que también es ultimado con facilidad: juiciosamente, Uwe Boll ha tomado nota de cada cliché para darle la verosimilitud al crimen perfecto que ha fraguado: así puede hacer que el film tenga una ambivalencia interesante porque puede verse como película de acción o como una reflexión acerca de la sociedad contemporánea pero hacer lo segundo es muy aburrido, es mejor hacer lo primero, contemplar Rampage como un thriller que no necesita justificarse y que por fortuna –tanto para el excelente personaje de Fletcher como para el emocionado espectador- no desemboca en un final condenatorio porque, en medio del apoteósico desastre, los cabos sueltos son inútiles si no queda nadie con vida para juntarlos.

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*Ahora que lo pienso puede existir otra explicación para la metáfora implícita en este nombre. La interpretación que había oído alude a esa fábula de los ciegos que describen un elefante a partir de la parte del cuerpo que pueden palpar con sus manos. Como son incapaces de abarcar la totalidad del paquidermo ninguna descripción se acerca a la realidad. El ciego que toca la trompa forma en su mente una imagen similar a la de una serpiente; el que toca la panza, lo imagina como un cerdo gigante; el que toca las orejas, ve en las sombras de su pensamiento la figura de un enorme animal con alas inservibles. Pero ¿sería descabellado pensar que el título de Elefant está inspirado en esos animales que repentinamente entran en cólera y se abalanzan con todas las toneladas de su infinita corpulencia sobre una multitud de incautos? Hace poco vi un video en youtube que mostraba a un enorme elefante, ataviado con el típico atuendo de un animal de circo, que desobedece las órdenes de su entrenador y lo pisotea una y mil veces frente a cientos de espectadores para luego desbocarse por las calles de una ciudad congestionada, dejando tras de sí heridos, muertos y una demolición que solo podría atribuirse al furioso impulso de un desesperado.