Crónicas de pequeños desastres

Posted: lunes, abril 02, 2007 by Godeloz in
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Esto es estar en un relato de John Cheever: vas en el tren de la mañana que te lleva desde tu imperio suburbano de falsa calma hacia la ciudad donde los sueños están rotos. Nada se mueve y hay silencio y en el periódico los desastres de la tierra son tan lejanos que parecen un cuento de hadas siniestras pero ilusorias. Pero la vibración interna del relato te dice que el tren va a descarrilarse y que toda belleza perece sin remedio. Lo que no sabes es cuándo, si de ida o de vuelta. Lo importante es que te das cuenta, adviertes el punto exacto en el que el equilibrio se rompe: de pronto a la vida se le cae la mampostería y sólo se reponen los tocados por la suerte. ¿Y quienes tienen esa suerte? Los honestos, los brillantes, los que pueden amar, es decir pocos, realmente muy pocos, lo que implica a muchos que van a incinerarse.

Leer un libro de John Cheever en español es casi una rareza. No abundan en las librerías, no hace parte de los más vendidos y es un clásico norteamericano opacado por figuras con más brillo. Hay que decirlo: Cheever es un autor secreto, exquisito, apreciado por aquellos que tienen buena puntería a la hora de cazar trofeos para los anaqueles de sus bibliotecas. A mis manos llegó el primero de sus libros gracias a un amigo que ha sobrevivido a varios descarrilamientos. Le dije una tarde: “necesito leer algo que me ponga el mundo al revés”. Y él, con un gesto de burla que sólo quería decir “te entiendo”, respondió: “Busca a Cheever, ‘La Geometría del Amor’, está disponible, nadie lo presta”. Lo leí en pocos días, cada uno de sus cuentos, mi mundo no volvió a ser igual. Después, trabajando como redactor de noticias económicas en un periódico venido a menos, desempolvé del centro de documentación una selección de sus primeros cuentos. Fue maravilloso encontrar una historia como “Saratoga”, donde un par de jugadores son reunidos por el azar y se convierten en amantes sólo para hacer despacio una cosa: perder y perderse. Todavía conservo esta edición en mi biblioteca sin remordimiento de haberla hurtado.
Y seguí buscando libros del buen Cheever. Sabía de sus novelas (de las cuáles no he leído ninguna hasta el momento) y era consciente de que había un centenar de cuentos más por leer. En la mejor biblioteca de esta ciudad hallé otra antología titulada “El Nadador”, ese cuento inquietante en el que te ahogas y sales salpicado, con tu estómago repleto de fríos cócteles para que no te afecte demasiado ese asunto de no comprender del todo el transcurso del tiempo.

Para que ninguna historia se me olvidara, o al menos para que no se perdieran de mí sus esencias, leí este libro tres veces, cada uno de sus cuentos: creo que soñé algunas noches con “El ángel del puente” y estuve profundamente conmovido por las aventuras del pobre “Brigadier y la viuda del golf”. Empecé a anhelar un peregrinaje europeo como el que hizo “Una mujer sin país” y espero también, desde entonces, un romance tranquilo en una casa junto al mar. Después de dudarlo mucho devolví el libro a la biblioteca (nunca podría quedarme con un libro de esta biblioteca insomne). Hasta aquí, por un tiempo, llegó mi historia con Cheever. Otras lecturas llegaron a mis manos: Schwob, Fante, Bolaño, navegué un buen tiempo en “Los Miserables” (un viaje que sigue inconcluso), volví a historias ferroviarias con Juan José Arreola, Philip K. Dick me acompañó en un paseo por la esquizofrenia, Ribeyro me hizo recordar lo importante que sería hundir a Europa para hundirse con ella, y en el Diario de Lecturas de Manguel me volví a encontrar con Cheever, en esta ocasión con algunos fragmentos de sus diarios. El hombre escribió cada maldito día de su vida. Imagino sus diarios como una colección de volúmenes superior a la enciclopedia británica, con la ventaja adicional e insuperable de estar escritos a la luz de un permanente delirio etílico.

Cheever es uno de mis escritores favoritos: nació en 1912, tres años después que John Fante, ocho antes que Charles Bukowski, Hemingway tenía apenas trece años y cuando Kerouac salía desnudo del vientre de su madre, él ya contaba con una década de andares. Fue una de las voces más poderosas de esta generación de la decadencia, criada en los extramuros, en la escasez y en la infelicidad. Murió en 1982, yo estaba por cumplir mi primer año de vida. Empecé a leerlo cuando tenía 20. Iba en el tren, estaba sereno, y apareció Cheever a decirme: “Hey, hombre, disfruta el viaje todo lo que puedas y reza por que el maquinista acelere la marcha, para que más adelante sólo encuentres rayos de luz que se posan en los hombros de las mujeres, pruebes la felicidad por un minuto y no te duela mucho cuando el vagón de vueltas y se desmantele”.

Hace un año, este vagón empezó a girar por primera vez y fue como un azar que en días previos alguien me obsequiara una edición de 1972 con 49 de sus cuentos. En la contraportada aparece una foto de Cheever, un hombre con medio siglo de vida que sonríe. Las páginas están amarillas. La letra es pequeña, difícil de leer. Huele a polvo y siempre que intento leerlo me aborda la sensación de estar creando oscuridad. Por más luz que haya en la habitación se cansan mis ojos y las líneas se confunden y no avanzo. Pero es un libro hermoso porque cuando fue editado Cheever estaba vivo y más de 30 años después llegó a mis manos. Ahora, celebro una nueva aparición de sus cuentos. La editorial Emecé publicó dos tomos con sus mejores relatos y otra vez me importó un comino saber que este tren en el que vamos va a estrellarse, y le agradezco a Cheever la valentía, así como le agradezco a otros escritores que me enseñaron ser cobarde, así como le agradezco a todos el único aprendizaje que sirve para algo: saber descubrir como ninguno el cuerpo de una mujer, al menos mientras se presenta uno de esos pequeños desastres que te dicen: “la vida vale mierda porque la soledad pierde muchas batallas pero siempre gana la guerra”.

Nada más miren los títulos de los cuentos para que se antojen y corran a buscar a Cheever, algunos de ellos me han hecho llorar:

Tomo 1

-Adiós, hermano mío
-Un día cualquiera
-La monstruosa radio
-Oh, ciudad de sueños rotos
-Los Hartley
-La historia de Sutton Place
-Granjero de verano
-Canción de amor no correspondido
-La olla repleta de oro
-Clancy en la torre de Babel
-La Navidad es triste para los pobres
-Tiempo de divorcio
-La casta Clarissa
-La cura
-El superintendente
-Los chicos
-Las amarguras de la ginebra
-¡Adiós, juventud! ¡Adiós, belleza!
-El día que el cerdo se cayó al pozo
-El tren de las cinco cuarenta y ocho
-Sólo una vez más
-El ladrón de Shady Hill
-El autobús a St. James
-El gusano en la manzana
-La bella lingua
-Los Wryson
-El marido rural
-La duquesa

Tomo 2
-El camión de mudanzas escarlata
-Simplemente dime quién fue
-Brimmer
-La edad de oro
-La cómoda
-La profesora de música
-Una mujer sin país
-La muerte de Justina
-Clementina
-Un muchacho en Roma
-Miscelánea de personajes que no aparecerán
-La quimera
-Las casas junto al mar
-El ángel del puente
-El brigadier y la viuda del golf
-Una visión del mundo
-Reunión
-Una culta mujer norteamericana
-Metamorfosis
-Mene, Mene, Tekel, Upharsin
-Montraldo
-El océano
-Marito in cittá
-La geometría del amor
-El nadador
-El mundo de las manzanas
-Otra historia
-Percy
-La cuarta alarma
-Artemis, el honrado cavador de pozos
-Tres cuentos
-Las joyas de los cabot

Por último: sigo trastocado por las imágenes que adornan esta hermosa edición: una libélula, una jaula abierta con un pájaro que al parecer no quiere salir y sólo canta, y una maleta de viaje. También por la imagen de su novela Falconer: un ángel caído. Veo esas imágenes mientras este vagón en el que voy sigue dando vueltas y me hiere con sus esquirlas. Sonrío.

3 comentarios:

  1. caruri says:

    Diego:
    Me demoré pero llegué al fin. Chévere tu blog. Intenso. Bello.
    Tus temas nos dicen de tus obsesiones. Como nos pasa a todos.
    Este texto de Cheever es merecedor de más difusión. Tiene un poder especial, evidente. El mismo que te tocó en su momento.
    Un abrazo.

  1. X. says:

    Me sorprendo, con agrado, descubriendo que tenemos muchos autores (hijoputas) en común.
    Me mató lo de: "la vida vale mierda porque la soledad pierde muchas batallas pero siempre gana la guerra".
    Feliz fin del mundo.

  1. Anónimo says:

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