Desnudez transitoria, monstruo fugado

Posted: sábado, abril 02, 2011 by Godeloz in Etiquetas:
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Foto: My Quiet Friend
Un colchón con rastros de sangre. Un artefacto que busca parecerse a un altar de amor pero que apenas logra alcanzar la nauseabunda figura de un ciempiés petrificado. Un laberinto de pasillos circundado por hileras de puertas cerradas, incapaces de contener la atmósfera de cuerpos que se evaporan y pájaros obscenos que cantan hasta la madrugada o hasta perder su voz. La sorpresa de una pareja semidesnuda cuando un extraño abre la puerta. La última noche de un amor que agoniza y el intento inútil de los amantes por perpetuarse en las páginas de un libro… Ruido y desenfreno. Música, luz, espasmo. Alegría y ardor… Palabras que aletean tras la imperiosa fuerza de una desnudez transitoria, imágenes que bañan de sentido la piel aglomerada alrededor de adorados huesos y trashumante carne.

Ella, inalcanzablemente peregrina, atraviesa las fronteras del cuarto con su carne extranjera acuclillada en el retrete o envuelta en una toalla húmeda que sólo alcanza a cubrirle la mitad del cuerpo: senos suspendidos en el aire, como la imagen de un pájaro invernal congelado en plena migración. Su presencia (vista de soslayo por una criatura masculina, desvencijada sobre la cama, ataviada con una modorra inabarcable e ilógica, tal y como dicen que es la felicidad) es borrosa-impalpable, luminosa-voraz, insaciable-total. Sus pisadas no hacen ruido, no hay un silencio tan puro como el de su respiración, nada tiene tanta dulzura como los olores que se desprenden de sus lugares secretos y quedan impregnados más allá de los dedos, más allá de la lengua… quedan impregnados en el recuerdo, en el pasado, en la esperanza de que sean humores perdurables para evadir la certeza de que el futuro será gris o por lo menos tendrá un tono trágico, similar a la promesa de ciudades que imaginamos hermosas pero que han permanecido en ruinas durante décadas. 

El espacio, claramente delineado por paredes que no ocultan su afán de contenerla, sufre la impotencia de tener que perderla, de saberse abandonado. ¿Qué muros en qué extraña dimensión podrían sujetarla de un modo en que no la perturbe el tiempo? ¿Qué improbables coincidencias podrán hacer chocar sus pasos otra vez con este ojo que incluso viéndola la considera un monstruo fugado de la imaginación?

Un monstruo hipnótico pero tóxico que inocula la sed de hundir los dedos en las llagas, en los pozos del placer; no para alcanzar un estado de credulidad sino con el ánimo obseso de superar todas las instancias que nos llevan del dolor al gozo y otra vez al dolor.     

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