La virtud del escapista

Posted: viernes, mayo 06, 2011 by Godeloz in Etiquetas: , ,
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"Los sueños atraviesan muros de piedra, iluminan habitaciones oscuras, u oscurecen las luminosas. Y los personajes que en ellos toman parte entran y salen a placer, riéndose de los cerrojos".
Joseph Sheridan Le Fanu

Hay tres películas de fugas que me han dejado al borde de un colapso nervioso. Las tres las he visto en el Cineclub Eafit y después de cada una he salido expulsado a la noche fría de la ciudad con la sensación de ser un sobreviviente. Son Crónica de una fuga (Adrián Caetano, 2006), Un condenado a muerte se ha escapado (Robert Bresson, 1956) y La evasión (Jaques Becker, 1960). 


En cada una el punto de vista de los cautivos es avasallador. Nunca he experimentado la sensación real de cautiverio pero esas películas me han llevado bastante cerca y además realzan un hecho básico de la vida: los planes de fuga tienen un trasfondo precioso. Las peripecias de los prisioneros por escapar de sus captores, superar los muros que asfixian su existencia contenida y vencer las artimañas del laberinto, derrumban cualquier consideración moral sobre la justicia. Un plan de fuga perfectamente confeccionado diluye las diferencias entre el bien y el mal y plantea posiciones morales que nos hacen ignorar los crímenes de quienes estén involucrados en el ardid que burlará las rejas. No importa si son asesinos, ladrones o estafadores; si el azar, la inteligencia y la astucia permiten que la fuga llegue a buen término, habrán redimido todas sus culpas. Esto especialmente se cumple en La evasión, pues tanto en Crónica de una fuga como en Un condenado a muerte se ha escapado, la inocencia de los protagonistas es indiscutible, ya que sus captores son hijos bastardos de la infamia. La evasión, por lo tanto, se acerca más a la perfección del género. Esta película fue considerada en su momento la mejor película carcelaria jamás filmada, y con toda razón. Durante 125 minutos experimentamos un proceso de transmigración de almas que nos lleva a sufrir lo mismo que sufren los cinco personajes. Hay cansancio, ansiedad infinita, un vaivén insoportable de dudas, hambre, sed, por momentos hay alegría y una desazón permanente porque todo marcha tan bien, el plan es tan perfecto y la suerte sonríe de una manera tan deslumbrante que todo da para pensar que el final será el peor de los finales. Y en parte es así si uno dejara que la película se detuviera en la última secuencia, cuando toda la guardia de la prisión se echa encima de los ilusionados escapistas. Pero la historia sigue más allá de las imágenes rodadas, más allá del guión… más allá de la vida del propio director existe la historia de una fuga exitosa.   


Becker es el responsable del plan perfecto de esa evasión. Los hechos son simples: en 1947 cinco internos de la cárcel de la Santé intentaron escapar. Su plan fue descubierto y la filigrana con que fue tejido fascinó a la prensa, a los franceses y al director que doce años más tarde recordó la historia, buscó las notas de prensa y releyó la novela escrita por uno de los presos involucrados, José Giovanni, para luego mover cielo y tierra en busca de productor, presupuesto, locaciones, protagonistas , la estocada final del guión por parte del ex presidiario novelista y la actuación del verdadero cerebro que tramó la estrategia de escape, Jean Keraudy, a quien vemos en el preludio del filme diciéndole a su fascinado público de 1960 y a su fascinado público de 2011, que la historia contada por su amigo Jaques Becker es real, real porque le ocurrió a él. 


Keraudy purgó por lo menos diez años de cárcel y quizá algunos de sus compañeros sucumbieron a la pena capital, pero finalmente obtuvieron la llave maestra que los arrojó a la libertad y a la inmortalidad: un cine que premia la inteligencia de estos hombres cuyo duro corazón se ablanda por la camaradería.


La evasión, como todas las obras maestras, repele cualquier intento de encasillarla en un solo género. Por ejemplo, algunas decisiones de Becker la acercan al documental como prescindir por completo de música -reemplazándola por una banda sonora natural que amplifica la ansiedad por la huída-, o detener encarnizadamente los planos en las acciones mecánicas del escape: cavar túneles, cortar barrotes, reptar por cloacas, construir de la nada un artefacto para abrir todas las puertas son actos en los que la cámara abre su párpado con mayor encomio, lo que hace operar sobre los minutos un efecto de relatividad que en ocasiones los vuelve caliginosos y simultáneamente los transforma en una ráfaga de velocidad cósmica que en un pestañeo nos lleva hasta el temido desenlace. Uno quisiera acompañar un poco más a Roland (Keraudy), Manu, “Monseñor”, Geo e incluso a Gaspard, el delator; darles más tiempo para que en una segunda oportunidad puedan cumplir la meta de esfumarse permanentemente. Por eso es una lástima que los productores de la época, temiendo que la película fuera demasiado larga, mutilaran 20 minutos que continúan perdidos y en los que con toda seguridad, Becker, quien murió antes de que su última obra pudiera estrenarse, registró detalles fundamentales para acercarnos al secreto implícito en cualquier plan de huída.

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