Outsiders del VHS

Posted: lunes, enero 16, 2012 by Godeloz in Etiquetas: , , , , ,
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Los hermanos Juan Felipe y Esteban Orozco rodarían sus películas hasta en la Luna, si la hazaña fuera posible. Por el momento se conforman con mantener el cine que quieren hacer dentro de la órbita terrestre. Ya son dos películas las que estos cineastas colombianos tienen en una baraja con la que apuestan frente a las esferas más elevadas del cine mundial, pues las historias que brotan de su imaginario fílmico y su voracidad cinéfila necesitan de ese circuito en el que los únicos límites para rodar los impone la calidad del guión, la obstinación de los creadores y la universalidad natural de su lenguaje. 


Lo primero lo han ido puliendo desde su primer largometraje, Al final del espectro (2006) -intensa trama de horror que actualizó una oferta nacional pobre en géneros-; lo segundo lo demostraron con Saluda al diablo de mi parte (2011) –producción de grueso calibre que enfrentó desafíos financieros, logísticos y técnicos superados a fin de cuentas porque tanto guionista (Esteban) como director (Juan Felipe) son cabeciduros sin remedio-; y lo tercero –la búsqueda de ese lenguaje que puede llegar sin trabas a una audiencia global- se puede notar si se tiene la ocasión de oírlos hablar sobre CINE –así, con mayúsculas- durante un par de horas: el hilo de la conversación se torna circular como si mediante un flashback pudiéramos verlos crecer como jóvenes metaleros marginados que sobreviven en la bochornosa Montería de los años 80, refugiados en la música –difícil de conseguir-, las revistas de horror –rarezas atesoradas con devoción- y las películas que seleccionaban de las videotiendas y veían con avidez vampírica.  


En el plano de los dos muchachos iluminados por las ráfagas de una película con Bruce Willis se escucharía la voz en off de Juan Felipe confesando lo siguiente: “Nosotros venimos de la generación del VHS. No crecimos en cineclubes sino alquilando en videotiendas esas películas de acción oscura y muy violenta de los 80.” Línea de diálogo que podría ser interrumpida por la intervención de un segundo protagonista, Esteban, para nutrir la narración con un contrapunto reflexivo: “Siempre hemos tenido una fascinación por lo macabro, nos gustan las historias macabras y nos gusta particularmente el cine de acción norteamericano que es así, siniestro y sobre la naturaleza humana”.
La obligación de acompañar ambas declaraciones con imágenes de Robocob o Cobra y homenajes visuales al primer Rambo –el outsider ideal-, a Cronenberg y a Michael Mann sería ineludible en esta trama que intenta describir un poco la madera de la que están hechos los dos cineastas y que ya hemos visto arder en películas radicales.  


Pero antes de escucharlos nuevamente hay que incluir una secuencia silenciosa pero explosiva, como la escena en la que Sarah Connor sueña con el fin atómico del mundo. En el interior de una oficina en los Estados Unidos dos jóvenes colombianos negocian un contrato que podría abrirles las puertas de la meca del cine. Oficina elegante, negociación de tahúres del lejano oeste y miradas con mensajes encriptados que cambian de golpe cuando alguien les menciona que el edificio del frente fue el mismo, óigase bien, el mismo edificio donde rodaron Duro de Matar I. En la vida real Esteban Orozco estaba acompañado por Luis Otero, el fotógrafo de El Diablo, pero la ficción concede libertades y podemos ubicar a la pareja de hermanos que contemplan con cara de no-me-lo-puedo-creer lo cerca, lo cerquitica que están de ese cine que alegró sus tardes y sus noches y hasta sus mañanas, en una adolescencia no muy lejana pero sin lugar a dudas cubierta de una luz legendaria como la que bañaba a los ninjas relampagueantes de Big Trouble en Little China
La cercanía de ese tótem en el que John McClane dejó su pellejo en cada pedazo de vidrio los incendia  por dentro, impregnándolos de una energía que desfogan en el rodaje de El Diablo donde el pellejo de ambos quedó igual de trajinado que el de Ángel, personaje interpretado por Edgar Ramírez quién por momentos  luce como un duro de matar salvaje pero inmensamente más humano: de alma dura y blanda carne.


La actitud de este personaje ficticio y la de estos cineastas verdaderos se ampara bajo una ley del todo o nada -no apta para cardiacos, diría el afiche promocional de este relato- ya que en este tipo de empresas hay que estar dispuesto a jugarse la vida. Esteban Orozco recuerda muy bien las palabras de Tarantino cuando dijo en una entrevista que por Reservoir Dogs se hubiera dejado pegar un tiro y por Pulp Fiction se hubiera dejado cortar un brazo: “Él aprendió a meterse sólo en proyectos por los cuáles moriría y a nosotros nos pasó igual. En 2008 empezamos a rodar una película normal pero en 2010 terminamos de hacer una película por la que realmente moriríamos.”  


Esteban se refiere momentos distintos en la historia del rodaje. Una arremetida inicial en 2008, cuando el presupuesto se esfumó tras once días de filmación en los que completaron la primera mitad de la película; un receso obligatorio que se extendió por año y medio; y en 2010, un segundo asalto de trece días –con cambios tangenciales en el guión, nuevas ideas sobre los personajes y actitud de kamikazes- en el que finiquitaron por knockout este rodaje. No desentona la comparación de sus peripecias con la estructura típica de una historia de boxeadores: el héroe derrotado regresa para vencer con furia y determinación nunca antes vistas. 


“Quisimos hacer un thriller básico de acción en 2008 pero cuando ocurrió la crisis decidimos meterle más candela, hacer una película de la que estuviéramos orgullosos”, es la voz de Juan Felipe resumiendo en pocas palabras la enorme complejidad de lo vivido durante esta realización: las peleas –Juan Felipe: “Porque tenemos gustos similares pero somos muy distintos, así que siempre discutimos hasta que no gane ni el uno ni el otro sino que gane lo que realmente es bueno para nuestro cine”-, los cambios en el guión –Esteban: “Tuvimos más de 30 versiones del guión.  En la primera versión, Ángel no moría pero después nos dimos cuenta que había que matarlo, eso la gente no se lo espera.”- y la construcción gradual de una historia que quería obedecer a los cánones de un género -el thriller policiaco-, manteniéndose en un mundo de ficción que no rayara en lo espectacular –Juan Felipe: “Nosotros queríamos hacer un thriller contado desde una perspectiva dramática, que los personajes se sintieran y tuvieran conflictos, no hacer que el chico malo robara un banco por levantarse a una chica. Pero siempre quisimos que El Diablo fuera una película sórdida, que la violencia no tuviera censura y que todos los personajes fueran salvajes, que todos fueran malos, una película donde lo único que se salvara fuera la infancia y en parte, la mujer”-.


En El Diablo todas las investiduras están diseñadas para provocar miedo: los disparos son atronadores, las patrullas de la ley son de un negro fantasmal, cada rostro tiene algún gesto grotesco y no existe la alegría: es el inframundo de la imaginación de los Orozco, del que hemos visto apenas una porción, como una isla lejana divisada desde un mástil: a medida que nuevas películas permitan explorarlo –terror brutal es lo próximo que preparan- se oirán los gritos que anuncien de qué estará sembrado el territorio de su cine. Si las fuentes de las que Juan Felipe y Esteban han bebido siguen fermentándose en su imaginario, desde ya se puede augurar un cine fértil en sobresaltos y espasmos.

(Artículo publicado en la Revista Kinetoscopio No. 95)

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