Deconstruyendo a Harry: un Decamerón distorsionado

Posted: miércoles, julio 04, 2012 by Godeloz in Etiquetas: ,
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Para armar un puzle conviene ubicar primero las piezas de las esquinas y los bordes, de modo que la imagen vaya creciendo hacia el centro, como en una implosión controlada. Es un problema cuando las piezas son incontables y no aparecen aquellas de bordes rectos que delimitan el paisaje. La tarea se va volviendo infinita, expansiva y lo que va resultando de las pocas piezas que se logran ensamblar es una imagen distorsionada y fragmentaria, que además exige una rara sensibilidad para unirlas entre sí y adivinar lo que sugieren en el fondo. Esta es la misma idea del universo que se expande, una idea que ocasiona angustias severas porque es difícil de concebir y quienes intentan abarcarla deben hacerla pasar por un tamiz que si no es una larga sucesión de visitas al psicoanalista, una reclusión temporal en el manicomio o una conversión mística, resulta siendo la producción de alguna obra maestra. En el caso excepcional de Woody Allen se deben señalar todas las anteriores.

La polémica ha sido una bestia que Allen gusta desatar y, cuando en 1997 estrenó su película Deconstruyendo a Harry, no dejó títere con cabeza. A través de su personaje, Harry Block, expresó opiniones cáusticas hasta la saciedad sobre el sexo, la religión, las mujeres, el amor, la ciencia y el mismísimo Papa.  Convirtiendo cada fragmento de la historia en “oro literario”.


Sí, hay que decir primero que esta historia es una cadena de fragmentos, que los planos pueden repetirse o saltar en el tiempo como en un agujero de gusano; que así como el escritor Harry Block está incómodo en su vida y advierte que de alguna forma extraña sólo encuentra en la ficción su perfecta horma, el espectador comparte el malestar y comprende a todas luces el bloqueo por el que atraviesa Harry. Así, desde las primeras imágenes entrecortadas hasta los relatos fantásticos, en los que bien puede aparecer la muerte o un judío caníbal, el espectador firma un pacto con el diablo y acepta armar el puzle junto a Harry Block (Allen) y sus alter egos mal disimulados.

Como Ingmar Bergman en Fresas Salvajes, Allen quiere mostrar en esta película la búsqueda del paraíso perdido. No es un accidente que los personajes de las dos películas emprendan un viaje para recibir sendos homenajes en sus respectivas universidades. Este viaje corto en apariencia, es en realidad hacia otro lado, no tanto hacia el pasado como hacia los tropiezos que desembocaron en el presente, y no es tanto una forma de expiación o arrepentimiento como una estrategia para comprender la misma verdad que todos en el fondo conocen: “que nuestra vida depende de cómo la distorsionamos”.


Woody Allen entrega en Deconstruyendo a Harry una particular colección de relatos: el actor que de repente se encuentra desenfocado, el joven que suplanta una identidad que está en la lista de  la muerte, el hombrecito que baja a los infiernos para rescatar a la novia que le robó el diablo… cada pequeña historia es una parte del todo, es una clave para entender –que no es justificar- el caos de Harry Block, los orígenes de su bloqueo de escritor (writer’s block) y las circunstancias que lo han ubicado en la posición que él mismo explica al principio para hacerle entender a la ofendida Lucy el inconveniente de descerrajarle un tiro: “He sido desgraciado. Mi chica se ha ido con un amigo cercano. Sufro de insomnio, herpes. He derrochado todo en psiquiatras, abogados y putas”.


Tal confesión parece abierta, sincera, y puede ser tomada no como el diálogo de un personaje sino como el manifiesto real que el cineasta hace sobre su vida. Pero como lo ha repetido el mismo Woody Allen, Harry no es él. Es cierto que expresa ideas y opiniones recurrentes en su obra –las que proclama en el ámbito del cine, el teatro y la literatura-, pero esta película no es una autobiografía y mucho menos un alardeo solipsista como llegó a ser calificada, pues si Woody Allen fuera neurótico, infiel, consumidor compulsivo de pastillas, alcohólico y mentiroso al mismo grado que Harry Block, no tendría tiempo para crear, y vaya que a lo largo de sus 40 años de carrera artística ha demostrado que está muy lejos de atravesar el temido bloqueo de escritor.


El hecho de protagonizar él mismo la película fue más bien una mala jugada de la casualidad. Allen quería a Robert De Niro o a Dustin Hoffman para el papel. Negoció con ellos, también con Elliot Gould, pero ninguno de los que había imaginado como Harry Block estaba libre y, sin más opciones, se tuvo que autocontratar, y bueno, de paso demostró que funciona muy bien por dentro y por fuera de su arte. 

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