Sostener la mirada del diablo

Posted: jueves, mayo 09, 2013 by Godeloz in Etiquetas: , , , , , ,
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Te diré por qué sonrío, pero te hará volverte loco.
Michael Herr


Hay compañías incómodas.  Presencias que inquietan de manera excesiva: es difícil mirarlas directamente al rostro, un leve roce produce temor o asco y el mínimo movimiento tiene una latente amenaza de locura y muerte. En el transcurso de una vida ordinaria pocas veces nos cruzamos en el camino de estas personificaciones malignas, un alivio que disfrutamos con mayor deleite cuando vemos a través del arte los diferentes rostros del mal, sintiéndonos a salvo –solo en apariencia- de su poderoso influjo. La mayoría de las veces, estas obras sitúan al público en la orilla opuesta de un abismo que el mal no es capaz de atravesar, una base heroica de la narrativa nos mantiene a buen resguardo. Sin embargo, hay casos en que los artistas se abandonan a sus impulsos más perversos y zanjan  la brecha de ese abismo que nos protege, dejando que el mal baile junto a nosotros y nos cubra con una investidura que nos vuelve tan infernales e imperfectos como los monstruos que habitan en nuestras pesadillas.

The killer inside me (2010) es uno de esos casos y no hay modo de salir ileso tras 109 minutos de soportar la incómoda compañía de su protagonista. 


Bajo el encanto y la dulce cordialidad de Lou Ford hay una demencia cociéndose a fuego lento. Su voz, la de un pusilánime alguacil del oeste americano, narra lo que es el devenir diario de Central City, un pueblo próspero en las inmediaciones de un desierto tan seco como las vidas de sus insulsos habitantes. Una vida que Ford desprecia y a la que muy pronto intentará arruinar con violentos arrebatos que lo llevarán de un crimen a otro, destruyendo incluso aquello que dice amar.  


Este hombre frío y trastornado, interpretado por Casey Affleck, no mide las consecuencias de sus actos: cuanta mayor es la violencia que los caracteriza mayor es el goce con el que parece disfrutarlos, volviéndose un protagonista indeseable y de quien cuesta desligarse pues el punto de vista de la película no abandona en ningún momento su perspectiva maniática.


Es un juego peligroso del director Michael Winterbottom el de transitar los caminos de la violencia explícita y al mismo tiempo hacer un despliegue estilístico que parece imprimir una atmósfera sarcástica a la historia. Pero si hay algo de humor en The killer inside me su color es oscuro más allá de lo negro. El desparpajo con el que el personaje cuenta su historia y la música popular que en ocasiones ambienta las escenas con un tono de burla, no alcanzan a hacer contrapeso a las escenas más fuertes de la película. Su efecto es quizá el contrario, las acentúan, convirtiéndolas prácticamente en el núcleo de la trama.
De ahí partieron, en su mayoría, las críticas negativas que recibió la película. Winterbottom fue señalado de ensañarse contra las mujeres que eligió para protagonizar esta segunda adaptación de la novela de Jim Thomson que ya había sido rodada en 1976 por Burt Kennedy.


Jessica Alba y Kate Hudson hacen parte del reguero de víctimas que Lou Ford deja a su paso. Están involucradas en las escenas más violentas del filme y paradójicamente estas escenas tienen que ver con la muerte y el erotismo. La bestialidad con la que Lou Ford fornica con Joyce Lakeland (Alba) tiene la misma violencia inhumana que los golpes con los que le desfigura el rostro, en una escena difícil de ver que a partir de primeros planos y una construcción sonora en extremo realista provocan fuertes emociones, pues en cuestión de pocos minutos lo que empieza como excitación sexual se degrada hasta los niveles subterráneos de la perversión humana, donde tienen cabida las peores brutalidades.


Pero esta historia y el carácter del personaje no estarían bien perfilados sin una segunda dosis de violencia para demostrar más allá de toda duda que bajo la piel de Lou Ford se retuerce un demonio que él mismo no puede ni desea contener. La cadena de asesinatos cometida por este lobo con piel de oveja son en primera instancia una forma de mantenerse impune, de cubrir sus huellas, pero bajo esta superficie subyace una pulsión destructiva que le prodiga sosiego al diablo desatado. La determinación de Ford de asesinar a su prometida, Amy Stanton (Kate Hudson), es una decisión arbitraria e inesperada pero en la lógica del juego que propone Winterbotton este crimen cuenta con nuestra complicidad así nos duela reconocerlo, porque a sabiendas de la barbarie de la que es capaz el personaje queremos verlo actuar de nuevo, nos ha llevado de la mano durante el tiempo suficiente para que sus motivaciones, en parte, sean también las nuestras.


El trabajo de Casey Affleck en ese sentido es digno de admirar. Es un villano en el sentido estricto del término y ninguna de sus acciones busca generar simpatía, sin embargo, su carácter es atrayente porque luce totalmente desvinculado de los demás, como si transitara en una esfera invulnerable que lo separa de la realidad inmediata, dándole vía libre para cometer sus fechorías. En esta historia la impunidad es deseable y por fortuna el director evita hablar de redención, aunque las reminiscencias de la infancia del protagonista, marcada por experiencias sexuales de una rareza singular y un aparente motivo de venganza como fondo de los primeros crímenes, intentan explicar sus actos sin que hubiera necesidad.


Con The killer inside me, Winterbottom sigue confeccionando un cine que escapa a las clasificaciones. Sus historias son heterogéneas y su estilo siempre radical. Por títulos como Welcome to Sarajevo (1997), 24 hour party people (2002), In this world (2002) o  9 songs (2004) se podría describir a este director inglés como un artista que no busca complacer las exigencias de la industria y mucho menos satisfacer a un público conformista, ese tipo de público que abandona la sala al mínimo aspaviento –como hizo Jessica Alba durante el estreno de la película en el Festival de Sundance, en 2010, incapaz de soportar otra vez la rudeza de las escenas en las que era mancillada-. 


El público de Winterbottom tendría que ser tan valiente como él, que es capaz de poner sus ojos –los de la cámara- en el centro de situaciones ante las que otros prefieren voltear la mirada.

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