Drive: El escorpión escapa de la fábula

Posted: lunes, julio 09, 2012 by Godeloz in Etiquetas: , , ,
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"Solo nos interesa la fuga nocturna, la alucinada hora en que los faros de los coches traspasan la atmósfera. Salimos. Recorremos la ciudad, inventamos su heroísmo y lo mantenemos en secreto. Realizamos hazañas hasta que llega el alba."
Juan Villoro


El escorpión que lleva en su chaqueta de plata es la marca de un héroe condenado. Es dorado, las tenazas dispuestas en posición defensiva y la cola retraída en una curva que parece próxima a desahogar un recto latigazo para clavar muy hondo su aguijón a quien se quede mirándolo. Transita la ciudad especialmente en la noche. Como los arácnidos del desierto es un animal de hábitos nocturnos: parece más a gusto con el clima y conoce muy bien el arte de camuflarse en las sombras. El rostro apacible manifiesta los signos de una soledad acarreada con aplomo. Habla poco y las escasas palabras que dirige a sus semejantes salen encadenadas en el hilo de una voz cargada de arena. Su actitud es una coraza que borra las nociones del pasado. A lo mejor nunca fue niño, a lo mejor salió de un agujero convertido en ese monstruo solitario, a lo mejor aterrizó sin memoria sobre las calles incandescentes de Los Ángeles. Tampoco tiene nombre, simplemente es el conductor.


A bordo de un Chevy Impala adulterado con 300 caballos de fuerza, el conductor es inalcanzable. Se convierte en un raudo fantasma, invisible para las farolas de los helicópteros policiales que barren la ciudad en su vuelo de moscardones ansiosos. Durante el juego de búsqueda y captura suena una canción de Kavinsky, se acelera la sangre, el silencio aturde y la ciudad prolongada en una vía sin retorno devuelve la mirada desde sus cristales pulidos. La visión aérea de la escena revela un círculo de fuego con luces de neón y rascacielos erectos como las espinas de una trampa.  El destino de un escorpión acorralado es desvanecerse bajo la inyección de su propio veneno pero en Drive la fábula tiene una variable catastrófica: la inmunidad de los héroes condenados les da el poder de hacer arder a quienes caigan en su abrazo vengativo. 


A diferencia del personaje, el director de la película sí tiene nombre y un pasado importante. Nicolas Winding Refn tenía 26 años cuando estrenó su primer largometraje en Dinamarca, Pusher (1996), que más tarde se convertiría en una trilogía del inframundo de Copenhague, donde cada grieta de la calle está fertilizada con mala suerte por toneladas. Sus protagonistas son víctimas de un mundo industrial construido sobre los destinos ruinosos de los desafortunados: prostitutas maltratadas, dealers de poca monta, cinéfilos sin esperanza, adictos a los piquetes intravenosos, gangsters en desgracia, prófugos de furia destructora. Cada película rodada después de ese primer ejercicio de inmersión en el abismo es la continuación de una búsqueda en la que Winding Refn podría descubrir los tesoros sepultados en la escoria humana.


Aunque parece que el director danés necesita seguir excavando porque ni en Bleeder (1999) ni en Bronson (2008) ni en Valhalla Rising (2009) aparece esa belleza que siempre se insinúa tras las desgracias de sus protagonistas: un amago de redención que permanece incompleto, superado por el descolorido panorama de un porvenir tan ineludible como calamitoso. 


Nicolás Winding Refn es un hombre de finales abiertos. Abandona a sus personajes en un vacío que uno después llena con lástima o repulsión: volver a casa completando los finales probables de las películas para encontrar que se ha caído en un juego en el que ambas caras de la moneda tienen marcas idénticas.


Aunque Drive es distinta. Ryan Gosling se desplaza en las escenas elevándose sobre las hondas de un ruido de reverberaciones ubicuas.  Trompetas eléctricas que anuncian la llegada de un ángel letal. Cantos distorsionados que alaban la perdición de los villanos. La mala suerte también rodea al conductor como a otros personajes de la filmografía de Winding Refn pero donde otros han caído, el conductor se levanta triunfal: sus manos transportan un poder justiciero, sangran pero entregan dolor. Enfundadas en guantes de cuero se vuelven implacables, su furia es poesía, los dedos son aguijones que reclaman velocidad.


Y sin embargo, la película es una pausa en la que se puede permanecer sin reparar en la sucesiva transición de los minutos. Puede ser que algo del estilo visual y el ritmo del montaje le dé al tiempo una densidad difícil de traspasar: Drive es otra dimensión. En los silencios de sus personajes se encubren deseos, miedos y pensamientos secretos que jamás son pronunciados pero que establecen conexiones telepáticas con quienes se interponen en el cruce de miradas de Irene (Carey Mulligan) y el conductor. Se dicen poco y callan lo esencial. Su relación tiene que ver más con las progresivas variaciones de luz que los rodea mientras ocupan una colección de escenarios que el director parece haber sacado directamente de las pinturas de Eric Fischl: el erotismo es un anhelo invisible; la soledad, un arma peligrosa. 


El poder subliminal de las secuencias de Drive la separa de los típicos conflictos criminales. ¿Cuántas veces se repite la fórmula del héroe que usa sus talentos especiales para salvar sus amores, vencer a los malos y quedarse con un botín manchado de sangre? Nicolas Winding Refn usó otro molde. Tomó los elementos de la novela de James Sallis pero los reordenó para darles el tono que venía imprimiendo en personajes como Lenny (Mads Mikkelsen), de la película Bleeder, imperturbable ante los rumbos bestiales por los que se desvía la historia.


Así es el conductor: imperturbable durante las persecuciones, frío durante los tiroteos, audaz para convertir un beso en el preludio de una ejecución, sereno en el combate a cuchillo de las sombras. 


Existe la ilusión de poder mirar dentro del personaje pero todo lo anterior apenas son destellos que escapan del impenetrable exoesqueleto: inseparable chaqueta de plata, vaqueros ajustados, los zapatos que llevaría Elvis Presley. La figura asociada a cualquier rebelde sin causa pero además el conductor ha establecido con el motor y la carrocería de sus autos una simbiosis que lo vuelve sobrehumano. Sus talentos especiales trascienden la simple habilidad de fluir como un rayo por la carretera. En el tiempo que se toma para mirar por la ventana y dejarse acompañar por una música que convierte la tristeza en una danza, el conductor se declara expulsado del mundo y por lo tanto exento de sus vilezas. 


Quizá esa sea la explicación de la atmósfera atemporal que tiene la película. Según las afinidades estéticas de quien la observe se pueden señalar los detalles de otras épocas. Alguien ve en la composición exuberante de la tipografía de los créditos una referencia de los años 70, otro cree que la música alude las tensiones culturales que predominaron en los años 80 y hay quien dice que el dúo de gangsters (Albert Brooks, Ron Perlman) son especímenes conservados en el ámbar de los años 60. Se puede hacer un catálogo de posibles fuentes e influencias pero el ejercicio de disección puede aplicarse a cualquier obra y eso no la hace menos auténtica. Yo empezaría mencionando a Travis Bickle, Charlie Brigante o a los forasteros sin nombre, hijos de Sergio Leone, que cruzaban el desierto con una lentitud de proporción inversa a la velocidad de sus pistolas.  Para ellos, Drive no tiene guiños ni tributos, solo el anuncio de que un nuevo miembro acaba de incorporarse a su pandilla. 

2 comentarios:

  1. Sex Shop says:

    Muy buenooo!!!!!!

  1. Sex Shop says:

    Muy buenooo!!!!!!