El ataque del octavo pasajero

Posted: martes, enero 12, 2010 by Godeloz in Etiquetas: , ,
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Si Sunshine (2007) llegó a la cartelera local fue invisible a pesar de su incendiario resplandor. Esta es la película que Danny Boyle hizo antes de la multipremiada Slumdog Millionarie y, sinceramente, hubiera sido mejor que la invisible fuera ésta, así se hubiera ganado el Oscar. Sunshine no recibió nominaciones al Oscar, ganó un premio técnico desconocido, el Saturn Award, y estuvo nominada a categorías de concursos que nadie conoce… en fin, esto es lo que menos importa, lo que más importa es que sea una película poderosa, oscura, brillante: capaz de despertar un terror pasivo que se encuba con lentitud y es tan abrasador como los lengüetazos del sol.


También importa la paranoia, la soledad de los astronautas en su misión suicida, el gran misterio de una nave que flota a la deriva durante siete años, como un barco fantasma; importa sobre todo el territorio salvaje en el que se desenvuelve toda la trama: las inmediaciones de Mercurio, los dominios del Sol, que son como las puertas del mismísimo infierno. Resulta tan  curioso que en ese infierno galáctico de radiaciones y tormentas de fuego, en el que una estrella agoniza, alguien haya encontrado a Dios y que esto sea suficiente para desatar una carnicería como las que a él tanto le gustan...


En el Icarus II, tras una leve imprecisión en los cálculos, los tripulantes empiezan a ser víctimas de una operación aritmética que en el cine posee bastante interés: la sustracción.  Muere Kaneda, muere Searle, muere Harvey y así, el resto de la tripulación va encontrando el gráfico final que a cada quien le corresponde: congelación, conflagración, apuñalamiento por la espalda, desintegración por frío espacial, autoinmolación por bien de la humanidad, etcétera, etcétera, etcétera.


Como ya se dijo que es una misión suicida la de Sunshine no tiene relevancia que esté contando parte del desenlace y tampoco la tiene que cuente lo que quería contar: al igual que en Aliens, a esta nave llega un octavo pasajero que viene a ser como un Robinson Crusoe del espacio pero malévolo, fanático y difuso. Con una fealdad y una crueldad y una sangre fría tan fuera de este mundo que ni las cámaras logran captarlo con nitidez, las cámaras que son los ojos de los personajes, que son los ojos de los espectadores, que son los ojos de sus víctimas, ojos que además se han ido calcinando poco a poco al ser partícipes de esa misión suicida que pretende devolverle la vida al sol, una estrella moribunda, para que la Tierra, un planeta moribundo, deje de pasar el frío que muy probablemente padecerá en un futuro lejano en el que por desgracia ya nadie recordará a Sunshine ni a Boyle ni a la ciencia ficción ni a los personajes que conforman esta historia –incluyendo la voz de la computadora que a mí me parece ideal como compañera romántica de HAL9000-. Un futuro distante, sí, en el que muchas buenas películas no serán más que referencias exóticas en algunas bases de datos, pero en el que por fortuna algunas malas películas las acompañarán en ese olvido de la historia, a no ser que una misión suicida pretenda rescatarlas de sus tinieblas y en este caso apoyaría a ese extraño que siempre encuentra la manera de invadir las naves para calmar su ferocidad anulando a cuentagotas a cada ser humano que se encuentra en el camino y aprovechando el inmenso potencial que el espacio exterior brinda a la hora de hacer morir a la gente de modos simplemente horrendos.


Por ese extraño de la nave o ese octavo pasajero es que vale la pena seguir viendo películas del espacio y eso es lo que en resumen quería decir.

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