El infierno freudiano de Michael Myers

Posted: viernes, enero 15, 2010 by Godeloz in Etiquetas: , ,
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(El que no haya visto Halloween 2 absténgase de leer esta nota porque aquí se cuenta que al final la protagonista queda en el manicomio y el sicópata acribillado a balazos)

Lo que Michael Myers tenía de brutal y horrendo, Rob Zombie lo ha destruido con la segunda entrega de su remake. El hombre detrás de la máscara en esta versión moderna no es el mismo que aterrorizó a más de una generación desde 1978 cuando Carpenter estrenó una de sus mejores películas. No, ese gigante que se oculta detrás de la máscara no es el mismo. Puede ser más fuerte, más alto, más afín a la imagen de asesino que patentó Charles Manson pero lo que le sobra en estereotipo le falta en creatividad.


Una de las razones por las cuales el cine de horror que se hizo en Estados Unidos entre la década de los setenta y los ochenta, especialmente el género de slashers como Viernes 13, Masacre en Texas o The hills have eyes, es la calidad imaginativa que tenía el equipo de producción a la hora de matar a sus personajes. Los argumentos por lo general incluían una decena de adolescentes hormonalmente inestables que representaban la carne de cañón perfecta para que el personaje central del filme desfogara su furia y exhibiera repertorio de perversidad. Cada muerte era una creación independiente que ayudaba a mantener al público intrigado. La pregunta no era si este o aquel personaje sobreviviría, sino de qué manera retorcida sería asesinado, y vaya que las maneras en aquel entonces eran retorcidas. Recuerdo la típica lanza atravesando a los amantes que fornicaban, recuerdo una cabeza presionada contra la fibra de vidrio de un tráiler, recuerdo un cuerpo partido en dos desde la ingle hasta el cuello, algunas decapitaciones con sus respectivos chorros de sangre propulsados como fuentes... En cada secuencia que incluía un asesinato se notaba la planificación del mismo, la cantidad de detalles enriquecían la película e incrementaban el horror.

Este es uno de los pecados de Rob Zombie en Halloween 2 (2009). Si hubiera contado en su equipo con el talento de Tom Savini, por ejemplo, hubiera salvado la producción. A Savini casi todo el mundo lo recuerda por su papel en From Dusk Till Dawn y por algunas interpretaciones secundarias en clásicos del género como Creepshow 2, Dawn of the Dead, Planet Terror, entre otras. Actuaciones simples que rayan en la simpatía y son más bien homenajes que los directores le rinden al género al incluirlo en el reparto. Savini merece todos los aplausos, no por sus actuaciones sino por sus trabajos en el maquillaje y los efectos especiales. Él es la mente maestra tras los asesinatos en películas como Viernes 13 (1980), La masacre de Texas 2 (1986), Dawn of the Dead (1978), entre otros. Su imaginación a la hora de crear asesinatos sangrientos, absurdos y paródicos no necesita presentación. Es casi una bendición que se haya dedicado al negocio del cine y no al de ser un psicópata asesino.

Si Rob Zombi hubiera puesto en las manos de alguien como Savini al actor Tyler Mane, encargado de interpretar a Myers, hubiera creado literalmente a un monstruo. En primer lugar, no lo hubiera dejado despojar de su máscara y tampoco hubiera permitido que la expresión psicópata que alguien como él necesita dependiera de una barba poblada y una melena de motociclista vagabundo. Pero no, Rob Zombi hizo lo que le vino en gana con esta historia. El asesino que conocíamos, ese silencioso, omnipresente, implacable y despiadado asesino, es ahora un grandulón con complejos freudianos, alucinaciones mariquitas y traumas de infancia demasiado evidentes, que solo lucha por el propósito (un poco melodramático) de reunir a su familia, fin que justifica en últimas la escueta masacre que acomete. Las víctimas son finiquitadas sin astucia, con monotonía, sin ignominia y con desgana, como si el psicópata estuviera harto de su oficio, no lo disfrutara, es más, como si el psicópata quisiera dedicarse mejor a venderle helados a los niños. El momento más intenso de la película es al principio, donde sucede una clásica persecución del género: La inocente y ya bastante herida heroína debe escapar de un hospital en medio de una tormenta, en su camino encuentra los cadáveres que ha dejado Myers, cae a una fosa repleta de ellos, encuentra un buen samaritano que al intentar ayudarla recibe un hachazo en la espalda y en el momento de ser atrapada… simplemente despierta. Este clímax inicial resulta ser un sueño, un autogol de Zombi porque el clímax real no logra tanta tensión, ya está vinagrado por el drama familiar, el superego del doctor Loomis, que en esta versión es un alfeñique de poca monta (no el psiquiatra traumatizado y lisiado de los 70), y unas cuantas sesiones de psicoanálisis con una Lois Lane (Margot Kidder) cuyo rostro cartilaginoso por el terrible bótox es más aterrador que el del propio Myers.

Apenas un detalle incorporado por Zombi me parece nuevo para esta saga. En las anteriores entregas, Myers aparecía de la nada. Escapaba del hospital o de una ambulancia o de la cabaña del pescador que curó sus heridas y luego aparecía en el pueblo para hacer su debut de sangre. Rob Zombi en cambio lo deja ver caminando pacientemente desde los bosques remotos en los que se oculta, una peregrinación sosegada que en algo ayuda a tensionar la cuerda floja de la trama pero que finalmente no logra conjurar lo que todos esperábamos: ¡Ah, El horror! ¡El horror!

Ah, se me olvidaba. Al final la protagonista queda en el manicomio y el psicópata es acribillado a balazos.

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