Últimas huellas en el polvo lunar

Posted: lunes, febrero 15, 2010 by Godeloz in Etiquetas: ,
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Moon es una película que te hace polvo. Así que ten cuidado al acercarte. Primero porque puedes estar rodeado de cien personas, de mil personas, de una enloquecida muchedumbre y a pesar de ello se te contagia la poderosa soledad del personaje. Segundo, porque es una ficción futurista que se balancea entre la utopía y la infamia. Sí, en el futuro de Moon la humanidad ha resuelto sus problemas, el calentamiento global fue derrotado por una nueva fuente de energía extraída de las piedras lunares; todo el sol que las ha bañado durante miles de años permanece en ellas y puede exprimírseles como el jugo a las naranjas; así que hay una mina y un minero y un robot que ayuda al minero. Un robot que recuerda al Hall 9000 de 2001 Odisea del espacio pero que no está loco, todo lo contrario, es un robot bueno, como el que todos quisiéramos tener en casa, ésta es la utopía. Y hay un precio que se debe pagar, ésta es la infamia.

Uno se pregunta cómo una película con tan pocos personajes (dos. Uno si se excluye al robot por su falta de humanidad –aunque a fin de cuentas resulta siendo muy humano-) puede desarrollar un conflicto, mantener el interés, producir sobresaltos. El caso es que Moon está muy bien pensada y produce un tremendo mareo cuando la historia llega a su giro principal, cuando de verdad, transcurridos unos minutos, empieza la película. Sam, el personaje, y Sam el actor, Sam Rockwell, se ven frágiles, solitarios y tristes. Duermen solos pero sueñan que no duermen solos. Sueñan con una mujer, sueñan jugueteando con esa mujer bajo las sábanas. La tocan, despiertan, corren a buscar su imagen en los monitores, se ahogan en la nostalgia y se impacientan porque falta tan poco para regresar. Después de vivir tres años solos en la Luna es justo regresar y cuantos menos días faltan para la partida más se ahogan en un flujo de saudade* incontrolable que les muestra cosas que no están, que los reduce a lo mismo en que puedes quedar reducido al ver esta película: a polvo. El deterioro de Sam, el personaje, es evidente. Sam, el actor, es capaz de lucir la decadencia de su cordura haciéndola ver tan pesada como el traje de astronauta con el que suele caminar por la inhóspita Luna. Es un desencanto acumulado, una amargura desastrosa colgando en la barba poblada, los labios siempre contraídos y el ceño rotundamente acurrucado en la displicencia que surge cuando el entorno carece de significado. Y esto es tan asombroso en una película de ciencia ficción que en ningún momento necesitarás rayos láser, batallas intergalácticas o monstruos alienígenas carnívoros para sentir la inminencia de un futuro que bien podría aterrar o llenar de optimismo. Esta película tiene un secreto. No lo guarda por mucho tiempo. No te lo voy a revelar todavía. Si te lo contara no sería yo sino mi clon siniestro. Sólo diré que Sam llega a encontrarse consigo mismo. Que seguirá siendo el último hombre sobre la Luna para siempre. Que la espera no se concreta. Que la soledad nos derrota por Knockout a todos. Que la ausencia de violencia no es una condición para que uno no considere el final algo violento o muy violento.

Moon es una película valiosa; lo demuestra el hecho de que haya sido ignorada por los que planifican nuestra pobre cartelera, y hay que tener cuidado al acercársele básicamente porque quedas convencido de que es importante no estar solo y eso te martilla todo el tiempo, sobre todo cuando estás solo.


*Saudade. ¡Qué buena palabra para hablar de la Luna!

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