El abrazo del lobo

Posted: domingo, febrero 21, 2010 by Godeloz in Etiquetas: , , ,
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Cuando Penélope Cruz dice “Llévame lo más lejos de aquí, por favor” hay que hacerle caso. Sacarla del planeta si es posible. Llevarla hasta la Luna o hasta el fin del mundo, donde se pueda estar asolas con ella para degustar cada gesto, cada palabra, cada mirada suya, que es una mirada sedante, una mirada honesta e incitadora, capaz de domar a los lobos. Almodóvar en Los abrazos rotos obedece todos los mandatos de sus ojos y de su cuerpo y la entrega completa, desnuda y maravillosa para que seamos partícipes del sacrificio y nos la comamos viva.

En el universo vibrante de Penélope Cruz no hay espacio para algunas palabras, pudor y vergüenza, por ejemplo, y tampoco hay espacio para la palabra miedo: ella sabe caminar sin titubear sobre la cuerda floja, trastabilla para que nosotros suframos un poco pero luego nos seduce con su impresionante poder y nos inyecta todas aquellas palabras que no tienen cabida en su mundo; así que después de Los abrazos rotos el mundo que conoces tiene por añadidura palabras como tristeza, furia, desconsuelo y ceguera. Es Penélope Cruz quien te ha llevado muy lejos, a un lugar del cine al que siempre será grato regresar. Un lugar con una buena historia, en el que es fácil declararle un violento amor al cine pero con la condición de que la presencia de Penélope sea siempre una garantía, un lugar en el que además es excelente la música. Claro, cuando a Penélope Cruz la acompaña Cat Power es imposible no enamorarse del aire de ese nuevo planeta en el que hemos aterrizado. Un planeta con cráteres negros y uniformes, un planeta de arenas negras y mares grises y vientos helados que obliga a los amantes a perpetuarse en los abrazos aunque después el mundo se les caiga encima.



Me gusta que las huellas de esa huída de Magdalena y Mateo en Los abrazos rotos sean cubiertas por una canción de Cat Power. Una canción triste sobre hombres lobo. Una canción que se confabula con los amantes para que puedan fugarse. Escuchar Werewolf durante ese viaje es un alivio pero también le da a la historia un opresivo sentido trágico que opera como el dique que contiene una devastadora inundación. No hubiera querido ver roto ese dique. La próxima vez que vea la película espero tener el valor de detenerla cuando la canción acabe, pensar en un perfecto final en el que Penélope encuentra su jardín del edén abrazada a su adorado director de cine, evitar el aterrizaje forzoso que Almodóvar planeó para sembrarnos en la cruda realidad y creer que para que florezca el amor hay que refugiarse en un raro paisaje donde el viento puede soplar simultáneamente en todas las direcciones.

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