Amar lo excepcional

Posted: jueves, diciembre 09, 2010 by Godeloz in Etiquetas: , ,
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Las mujeres altas tienen un problema. Atemorizan, intimidan, los hombres se alejan de ellas. Salir con una mujer alta es un acto de valentía, una audacia como pocas. Desde la cumbre de su soledad, ellas podrían hablar a fondo de las distintas clases de abandono. Aunque a hombres menudos como Antoine Doinel les sobran agallas y no se amedrentan ante la diferencia de estatura para tener la dichosa oportunidad de gozar la recompensa generosa que las mujeres altas suelen otorgar en privado. En general, con su actitud saltarina, Antoine Doinel demuestra agallas en cualquier circunstancia. Su fachada es la ingenuidad e inocencia, o más bien son los ingredientes de su carnada infalible. En la gracia de este personaje, en su franqueza, caen atrapadas las hermosas parisinas que se le atraviesan en Besos robados (Baisers volés, 1969).

La película es la tercera en la que Truffaut cuenta las aventuras pantagruélicas de Antoine Doinel, un nombre perfecto para el héroe tragicómico que cada ser humano debería tener como modelo de su vida. En Los 400 golpes ya se había visto su fuga de la adolescencia; luego, en 1962, aparece enamorado por primera vez en Antoine & Colette; y, siete años después, no ha perdido el desinterés con el que camufla su rebeldía. Besos robados abre con Doinel en una celda, vestido de soldado y comprometido a tiempo completo con la deserción. A lo largo de toda la película desertará de empleos, desistirá de amores, perseguirá incansablemente los ideales de belleza, prodigará la misma pasión a sus amores platónicos como a las prostitutas, y saldrá triunfante de cada nueva aventura: es lo más natural en hombres que, como él, son capaces de enviar 19 cartas de amor en una semana o de considerar válida la estretegia de caminar con una postura profesional junto a una mujer gigantesca: en resumen, Antoine Doinel es un hombre que ama lo excepcional hasta las últimas consecuencias. Así lo define la señora Tabard en la escena más envidiable. ¿Quién no desea la suerte de ese hombrecillo envuelto entre sábanas que recibe la visita inesperada de una rubia que proyecta la cadencia de su voz mientras desata su bufanda y suelta los botones de su camisa, exigiendo a su impávido interlocutor que la mire a los ojos?

Esa envidia común y corriente que brota cuando en las películas alguien vive la vida que uno quisiera vivir en este caso se debe al desfile de ángeles eróticos como Christine, que más tarde será la esposa de Doinel, o la mujer sorprendida con su amante en un cuarto de hotel y a quien agradeceremos siempre la falta de pudor con la que exhibe sus pechos erguidos como proyectiles. Además, quién no envidiaría la oportunidad de trabajar en una agencia de detectives. Yo pensaba mucho en que esta película merecería llamarse Los detectives salvajes, es un formidable título para definir a ese grupo de excéntricos cazadores que componen la nómina de la Agencia Blady, entre quienes está, como no, el mismísimo Truffaut cuya aparición me hace llegar a la conjetura de que no estaba simplemente ocupando un lugar del casting sino cumpliendo el anhelo que seguramente nacía en él mientras consumía compulsivamente el cine negro de los años 40: ser un detective de casos irresolubles y amantes esporádicas. Vivir en el peligro.

Las aventuras de Antoine Doinel no se agotan. Después de Besos robados lo veremos en dos películas más: Domicilio conyugal y Amor en fuga. Y hay que prestarle atención, no perderlo de vista así como nadie podría prescindir de las películas de Truffaut cuando de un modo u otro entran en la vida. Con este director excepcional habría que hacer un ejercicio de memorización sin precedentes. Repetir cada palabra de sus guiones e imaginar cómo debió reirse durante sus rodajes. Esta osadía es imposible pero vale la pena hacer un intento, así sea fallido. Por mi parte, quisiera aprender lo que el misterioso perseguidor de Christine le dice en la última escena de la película: 

Señorita. Sé que no le soy del todo desconocido. Hace tiempo que la vengo observando sin que se dé cuenta. Pero ya hace unos días que no intento ocultarme. Y ahora ha llegado el momento. Verá ……. Antes de conocerla a usted, nunca había amado a nadie. Odio lo provisional. Conozco bien la vida. Sé que todos traicionan a todos. Pero lo nuestro será diferente. Seremos un ejemplo. No nos separaremos ni una hora. Yo no trabajo, no tengo obligaciones en la vida. Usted será mi única preocupación. Comprendo … Comprendo que esto es demasiado súbito para que acepte inmediatamente, y que antes desea romper los lazos provisionales …. que la atan a personas provisionales. Yo soy definitivo…” Después de decir esto, me alejaría, abrazado a mi gabardina y miraría de nuevo a Christine para decirle que soy muy feliz.

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