La carretera: un destino peor que la muerte

Posted: viernes, octubre 12, 2012 by Godeloz in Etiquetas: , , , ,
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Todas las cosas bellas y armónicas que uno conserva en su corazón tienen una procedencia común en el dolor.
Cormac McCarthy



Olvidemos que existe un libro que ha vendido millones de ejemplares. Ignoremos que se conoce de antemano el argumento y que no hay una sola palabra escrita en la red sobre esta película. Olvidemos todo aquello y dejemos que La Carretera pase su prueba de fuego: la imagen como unidad vital de la historia. La imagen más el contenido que el cine le da. Es decir, imagen como quintaescencia de un vasto lenguaje que integra luz, sombras, diálogos, puesta en escena, actuación, música, diseño artístico, vestuario, ritmo, misterio.

Primero. Imágenes inconexas de una época que claramente se identifica lejana. Vigo Mortenssen despierta abruptamente iluminado por un resplandor tembloroso que ingresa por la ventana y, segundos después, aparece Charlize Theron saliendo también de su sueño sin conocer lo que sucede en el exterior. Está embarazada y es bella. Él está aterrorizado como nunca lo había estado en su vida. Desde afuera también provienen angustiosos gritos y mientras ella le permite al desconcierto entumecerle la cara, una estridencia total –como el sonido de un tren a toda marcha que estuviera representando el catastrófico flujo del tiempo- marca la transición hacia el rostro dormido del mismo hombre, solo que esta vez parece una criatura asediada por todos los males de la historia. A continuación viene un preludio que vagamente explica lo que ha pasado. El narrador habla de relojes detenidos, luces brillantes y conmociones cerebrales mientras las figuras lastimeras de un hombre y un niño arrastran un carrito de supermercado a través de un mundo al que la palabra desolación le queda pequeña. De entrada sabemos que es el futuro y de entrada sabemos que no hay esperanza. 


Así empieza La carretera (2009), con el sonido de una tormenta que se intuye invariable, con el predominio de una iluminación mortecina que priva a los ojos de su facultad para percibir el color, con el tono de una voz de inimaginable tristeza y con la soberbia descripción de un paisaje que es en sí mismo una entidad orgánica fundamental para la historia que se desarrollará a lo largo de los próximos ciento diez minutos. Además, como sucede en todos los paisajes inhóspitos -los que se ven en el western, en el horror, en las películas de odiseas suicidas al espacio-, palpita tras de este un peligro implacable: con estos ingredientes ya está suficientemente tejida la red destinada a envolvernos de un modo asfixiante.


Pero todavía hay más. Ahora sí pueden sumársele a estas primeras imágenes todos los antecedentes que se conocen de La Carretera: la novela apocalíptica de Cormac McCarthy, un hombre que durante mucho tiempo permaneció como escritor secreto, sólo conocido y alabado, cual ídolo pagano, por una minoría en la que se contaba el escritor Roberto Bolaño antes de fallecer y el crítico literario Harold Bloom, quien afirma que es uno de los cuatro mayores escritores de este tiempo junto a Thomas Pynchon, Phillip Roth y Don DeLillo. De modo que el germen de la película no es cualquier best-seller de aeropuerto, es una obra compleja por lo simple que aparenta ser: narrada en un estilo parco, La carretera contiene un espíritu alegórico y místico difícil de traducir en imágenes. Tras los párrafos cortos y las frases que a veces ofrecen descripciones notariales de cada pequeña acción de los protagonistas, hay todo un mundo simbólico que a la hora de traducirse a un guión cinematográfico se instaura como el mayor reto para cualquier cineasta.


Con el precedente de dos adaptaciones cinematográficas de libros de McCarthy, tanto el guionista Joe Penhall como el director John Hillcoat debían hacer un trabajo que los dejara bien librados pues, por un lado, siempre es latente el riesgo de convertir una buena historia en un tremendo fiasco como lo hizo Billy Bob Thornton en el año 2000 cuando intentó –y sólo por ese desastroso intento ese año sí debió caerle encima un juicio final- dirigir una de las mejores novelas del autor según la crítica, All the pretty horses. A juzgar por el deplorable resultado, una razonable cantidad de lectores debió huir espantada de cualquier obra firmada por McCarthy. Gracias al cielo, que no se vino sobre el mundo en el año 2000, la feroz genialidad de los hermanos Cohen se ocupó en 2007 de una historia que nos heló la sangre a todos –No country for old men-  y reafirmó lo que ya críticos y buenos lectores sabían hace tiempo: que McCarthy no era un pendejo sino todo lo contrario, un dios vivo de la literatura (quienes todavía no lo crean atrévanse a leer Meridiano de Sangre).


Ante La carretera se debían jugar bien todas las cartas. Es una historia con pocos personajes así que en el reparto no está toda la carga pero siempre fue una excelente elección darle a Viggo Mortensen el papel principal, sobre todo después de conocer su inmenso potencial tras la salvaje Una historia de violencia (2005) y la delicada Promesas del este (2007), ambas del director David Cronenberg. El niño, Kodi Smit-McPhee, era un desconocido hasta el momento pero su languidez y también un cierto virtuosismo por pulir muestran en el fondo un diamante en bruto que en este caso fue digno de lo que representa su figura en la historia: un ángel de alas rotas, el último ángel que camina sobre la tierra. La de Charlize Theron es una aparición corta pero contiene toda la amarga sustancia que acompaña al hombre a lo largo del viaje porque solamente el recuerdo de su belleza, sumado a su actitud desahuciada, perfora un agujero a través del cual fluye la tristeza, tan infinita como esa carretera inabarcable y hambrienta. Y otra aparición fugaz es la de Robert Duvall reducido a los harapos de un ciego vagabundo que con solo pronunciar una mínima sílaba es capaz de arrancarle lágrimas a un árbol muerto.


Hillcoat no toma riesgos en esta historia. Sigue con prudencia las instrucciones que dejó McCarthy en su novela. En los primeros párrafos el escritor habla de “noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo” y justamente eso es lo que se ve, gracias a un trabajo de fotografía admirable y a la recreación verosímil de un entorno agonizante que es realmente la mayor fortaleza del filme: el invierno trasciende la pantalla, el aliento se condensa en vapor y uno tiembla. Por otro lado, la violencia y el canibalismo reciben un tratamiento moderado. El guionista no cayó en la tentación de idear enfrentamientos heroicos ni subtramas de acción, es más, omitió algunas escenas truculentas que se narran en el libro para enfocar la mayor intensidad en la relación padre e hijo, en su viaje hacia ninguna parte y en el amor que los une y también los prepara para escapar, si es necesario, de un destino peor que la muerte.

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