Amor, amistad y otros daños colaterales

Posted: miércoles, septiembre 20, 2006 by Godeloz in
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La persona que escribió que es imposible vivir sin amor estaba equivocada, al contrario, el amor es el camino más rápido para dejar de tener vida.

Pocas palabras como ésta involucra tantas otras que son la principal causa de la miseria humana: dolor, soledad, crimen, locura, suicidio, adicción y en el peor de los casos (o tal vez sea el mejor de ellos), la muerte. Esos momentos efímeros de felicidad y placer que se ganan con la relación amorosa, son un dique tras el cual hay contenido todo un caudal de angustia. La historia se ha encargado de demostrarlo.

Las parejas más ilustres deben su fama precisamente a los desenlaces trágicos a los que las ha llevado el amor. Abelardo y Eloisa fueron un par de desgraciados que nunca pudieron estar juntos, Tristán e Isolda casi desmoronan un imperio por su pasión, Romeo y Julieta tuvieron que aniquilarse ellos mismos, Efraín y María sólo encontraron el camino de la enfermedad y la distancia; por darle rienda suelta a su amor Paris, al raptar a Helena, provocó una guerra que duró 10 años. Y si los ejemplos célebres son tan numerosos ¿Cuántos miles de amores desgraciados no habrán nacido y muerto en el total anonimato?

La ruina del cuerpo

El amor desde su forma más primitiva, es decir, desde esa primera atracción cuyo único objetivo es llevar al otro a la cama, empieza a causar estragos. Los sentidos se alteran por una suerte de farmacodependencia que, bajo las condiciones adecuadas, lleva a los seres hasta el más total y patético delirio. Todo queda fuera de control, hasta la razón, que no encontrando otra explicación se engaña creyendo que todo aquello son mariposas en el estómago.

Pero no son mariposas en el estómago, son drogas, drogas y más drogas secretadas por el verdadero corazón que no está en el pecho sino en el cerebro: el hipotálamo, que produce endorfinas, encefalinas y feniletilaminas, sustancias similares al opio, la morfina y las anfetas. Esa es la explicación para que durante el enamoramiento nada duela y nada importe: la persona enamorada no duerme, no come, no razona y no piensa en otra cosa que no sea el objeto de su amor. Aquí hay una contradicción porque durante la ruptura ocurre en primer lugar exactamente lo mismo y después todo lo contrario: primero, por la decepción, nada importa, la persona no come, no duerme, no razona, no piensa en otra cosa que no sea el objeto de su amor y después todo le duele come como un cerdo, duerme como un lirón y piensa en un montón de barbaridades sobre el objeto de su amor. La razón en este caso es muy sencilla de identificar: el amor nos ha vuelto adictos. Tal vez sea más correcto decir, cuando se enfrenta el abandono, que “nos han roto el hipotálamo” en lugar de la ya vieja expresión de “nos han roto el corazón”.

Legión de solitarios

El amor, como diría Ribeyro, nos expulsa del festín de la vida. Las cárceles, los hospitales, los manicomios y las cantinas están llenos de una legión de hombres y mujeres que llevan en sus rostros, en la languidez de su cuerpo y en su profunda melancolía, la inconfundible insignia de los solitarios.

Tras ese cuerpo derrumbado por las copas yace una historia de amor, entre los delirios que se escuchan en los pasillos de los sanatorios subyacen amores perdidos, olvidados, reprimidos o nunca sentidos; ese rostro que busca las sombras del patio carcelario quizá muestra los ademanes del remordimiento o la satisfacción.
Porque nada raro es que el amor nos lleve a cometer las peores atrocidades. Cada año en Colombia ocurren miles de crímenes pasionales. Y aunque en la mayoría de crímenes las víctimas son mujeres, cerca de 1.800 por año, los hombres también llegan a ser ahogados, golpeados o degollados por sus amantes.

Acorralados

En pocas palabras, el amor nos somete y nos acorrala. Lo sabía la hermosa actriz de cine de los años 40, Joan Crawford, al afirmar, con todo el glamour y el ingenio de una diva de su talla, que “El amor es fuego. Pero nunca puedes saber si te va a calentar el corazón o a quemar la casa”.

Pero no hay que preocuparse tanto, porque si bien no hay enemigo pequeño todo gigante tiene su talón de aquiles, y existe una solución para todo este embrollo.

Cuando las llamas consumen la relación amorosa, cuando las parejas se engañan creyendo que se va a explotar de amor y que no se puede estar ni un minuto lejos de la otra persona, que se corre el riesgo incluso de perder el reflejo de respirar si llega a faltar el otro, entonces la salida para todo aquel desenfreno es el matrimonio.

En su Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce define de esta forma el amor: “Locura temporal que el matrimonio cura”.

Por su puesto, en un principio (acaso durante la luna de miel), la pasión es más intensa, se llega a un clímax nunca antes pensado y no se puede percibir nada que no sea a través de los sentidos del otro. Pero después, a las parejas les llega el antídoto para su intoxicación: el tedio.

Es injusto que a los homosexuales no les den la posibilidad de acabar con el amor que sienten. Les está vedado el matrimonio y tal vez esa sea la causa de que su vida se asocie tanto a los desmanes del libertinaje. En el fondo, lo único que piden no es seguridad social ni derechos patrimoniales sino la santa alternativa de apagar el fuego que los consume por dentro.

Y no se entiende que el proyecto de ley que buscaba convertir a los amantes en una especie de cónyuges secundarios haya recibido tantas burlas y críticas si ese hubiera sido el método perfecto para que los llamados tinieblos también tuvieran la posibilidad de aburrirse.

Frente al matrimonio alguien dijo alguna vez que es mejor morir de tedio que de soledad. Y no por nada el saber popular le comenta a los que quieren dar el paso definitivo en el altar que “casarse es matar el amor y dormir con él”, así después huela a podrido.Aunque no hay que olvidar a Calamaro cuando canta: “debería estar prohibido haber vivido sin haber amado”, ya que a fin de cuentas, es imposible vivir sin amor.

1 comentarios:

  1. Anónimo says:

    Interesante punto de vista,