La jauría de los infames

Posted: miércoles, diciembre 12, 2012 by Godeloz in Etiquetas: , ,
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“Esta solía ser la ciudad de Los Ángeles”, dice Gustav Briegleb, el personaje de John Malkovich en El sustituto, como obertura a su descripción personal de la decadencia y corrupción que se apoderó de esa ciudad a finales de los años 20. Las imágenes que acompañan su testimonio son algunos clásicos tiroteos protagonizados por hombres sin escrúpulos y metralletas de tambor escupiendo 300 balas por minuto. Pero algunas imágenes prestadas del cine de gangsters no bastan para dar cuenta del horror in crescendo que curtirá los 140 minutos de la obra de Clint Eastwood. Una Angelina Jolie haciendo de Christine Collins escucha más o menos aterrada lo que cuenta el reverendo Briegleb, porque, no teniendo suficiente con la desaparición de su hijo Walter, gratuitamente es puesta en la primera línea de fuego en la batalla contra el sistema más corrupto y peligroso de ese tiempo: el LAPD, o Departamento de Policía de Los Ángeles. Se cae en cuenta de que no son necesarias balas perdidas para que caigan inocentes y que si la vida fuera una película, como bien lo entiende Eastwood, no estaría circunscrita a un solo género; al contrario, sería una reunión de las diversas formas del cine con brochazos de romance, thriller, cine negro, melodrama, ciencia ficción y tragicomedia. Hacer con éxito esta amalgama requiere unas agallas que van más allá de escribir en los créditos iniciales “A true history” para decirle al público que por muy kafkiano que sea lo que verá a continuación, todo es absolutamente cierto. Esa tarea de contar sin malabarismos semejante historia es reservada a unos pocos, especialmente a los veteranos que todavía conservan el dominio de lo clásico, especialmente a Clint Eastwood.

Porque la historia de El sustituto no es fácil de digerir. La madre que pierde al hijo. El impostor que regresa a ocupar su cuarto. El manicomio. Los tribunales. Los niños hechos pedazos en el gallinero de Wineville. Los trece escalones del patíbulo. La infamia reproducida en una escala de personajes que empieza en el capitán de policía y se extiende en médicos, siquiatras, enfermeras, funcionarios públicos y un mocoso circuncidado… Hacer coincidir las piezas del rompecabezas, sin matar el misterio, conservando la coherencia, manteniendo además unidad entre los diferentes hilos es algo que Clint Eastwood consigue con narraciones paralelas y retratos sutiles que no se encarnizan con los personajes pero tampoco se toman el tiempo de compadecerlos. Los planos demoran lo justo para mostrar un gesto, puntuar una emoción o presentar en su debida proporción los detalles de un escenario. Y en esta gramática tan propia de Clint Eastwood a la hora de atar los cabos que construyen o deconstruyen un personaje también se le da cabida al lugar común como vía rápida para significar las tormentas internas. ¿Cuántas veces se ha repetido en el cine la imagen de la madre abrazando el oso de peluche de su hijo ausente? Pero también, ¿cuántas veces se repite esta imagen en el lado real de la pantalla? La vida es una sucesión interminable de lugares comunes tal vez porque Dios no se atreve a jugar a los dados, la diferencia es que en su cine Clint Eastwood sí se atreve, es más, él es descarado y no sólo arroja los dados sino que también juega a la ruleta rusa. 

En las películas de las últimas dos décadas, más que nunca, Eastwood ha hecho martillar el percutor sobre cartuchos densamente cargados. Los imperdonables y Un mundo perfecto en los noventa o Río Místico, Millon Dollar Baby y Cartas de Iwo Jima en los primeros años del siglo XXI, son obras de un hombre maduro que mastica muy paciente sus ideas: la culpa, la valentía, el heroísmo, las líneas que se deben cruzar para redimir los errores o compensar los fracasos, el pasado que vuelve con sus lastres multiplicados sobre personajes que ya sean cowboys retirados, convictos en fuga o padres de familia con antecedentes criminales, siempre le apuestan al todo o nada. No es inusual que esa moneda que Eastwood hace arrojar a los actores con los que trabaja caiga en nada, dejando a pesar de eso algunas ganancias: films que durante los últimos minutos se echan al bolsillo algunos gramos de perdón o esperanza.

Claro que tan sólo esto no basta, es de algún modo el premio para consolar lo que a todas luces se presenta como irremediable. La tragedia de la madre desconsolada de El sustituto se apacigua en cierta medida por algunas victorias, pero no la que más se espera. El melodrama es explícito en las manos de un director que también sabe contar historias con la música. Las mismas tonadas y melodías surgen en las escenas de El sustituto: un piano triste que envuelve la situación de Christine Collins para hacerla comparable a un callejón sin salida, a una piedra que rueda siempre desde la cima de la montaña o, mejor, a un nudo gordiano que debe ser cortado de tajo sin que tampoco quede resuelto el misterio, porque Los Ángeles era una ciudad que para el año de la desaparición de Walter Collins, 1928, ya le abría la puerta a los desesperados –parafraseando a un querido cinéfilo- pero acto seguido reventaba sus narices con un portazo.

El guión y el diseño de producción se compaginaron como almas gemelas. El ambiente recreado es el de una ciudad a medio camino entre lo tradicional y lo moderno. La primera imagen que se presenta de ella es la de vecindarios tranquilos con repartidores de leche, pajaritos que cantan y niños que juegan. Pero hay más círculos en este infierno doméstico y muy pronto aparecen los tranvías, los edificios trepando al cielo, las calles concurridas por mil rostros anónimos y las telefonistas que, en una imagen digna de las ensoñaciones futuristas de Wells o Verne, representan la tenue manera en que puede truncarse la comunicación entre dos seres humanos. Con este paisaje recreado para mostrar la ciudad boyante contrasta la monotonía cromática de la periferia, donde el polvo, la desolación y la herrumbre anuncian la omnipresencia de todo lo que en nosotros es depredador y salvaje, en resumen, todo lo que todavía nos hace primitivos.

El guionista es un caso particular. Entre lo más celebrado hasta el momento de J. Michael Straczynski se encuentran los guiones escritos para series televisivas de culto. Quince episodios de He-Man y los amos del universo, catorce episodios de Capitán Power y los soldados del futuro y entre muchas otras series, 12 capítulos de La dimensión desconocida. ¿A cuenta de qué sale este hombre con un guión como el de El sustituto? El ex reportero de la revista Times dice que se encontró la historia por casualidad y quiso llevarla a la pantalla grande. En su redacción intervino más la fascinación por el pasado y la ciudad, que la versátil imaginación que pronto podrá ser vista de nuevo en películas de zombis y ninjas. Para darle más credibilidad a El sustituto, Straczynski incorporó en las escenas algunos recortes de prensa de la época que daban cuenta del escándalo y el revuelo que provocó en los Estados Unidos. Este detalle fue admirado por Clint Eastwood y por la actriz Angelina Jolie, quien se identificó con la historia incluso tal vez sintiéndose un poco aludida.
Jolie es nacida y criada en Los Ángeles, no son desconocidos sus instintos maternos y tampoco son un misterio sus gestos humanitarios. Su interpretación es destacada aunque tampoco podría tildarse de realista. Es más bien alegórica. Lo que el público esperaría de una actriz que es madre y al mismo tiempo ícono cinematográfico. La actuación de John Malkovich tampoco es despreciable. La integridad, tozudez y rebeldía del ministro Briegleb cayeron en buen cántaro y al lado de Angelina, Malkovich se convierte en uno de los pocos personajes sin ambivalencias, doble moral o puntos flacos. Por otro lado está la jauría de los infames entre los que no puede omitirse el cinismo y claro trastorno de Gordon Stewart Northcott, interpretado por Jason Buttler Harner –escribir los dos nombres juntos parece un ejercicio de métrica-, que si no fuera por la naturaleza de sus actos, sería el personaje con la cuota de humor en la historia. También el niño que hace de Walter Collins, Gattlin Griffith merece un reconocimiento, pues con los pocos minutos que tiene frente a las cámaras es capaz de ganar mucha simpatía, no generando ternura, que para un niño caucásico e inocente es lo más fácil, sino complicidad y su primer compinche, lógico, no es otro que un director que también fue niño en los años 30.

En esta película como en la que estrenaría después, Gran Torino, Eastwood habla de él mismo como no lo ha hecho en ninguna otra. Habla de su idea del cine y de la vida, dos cosas que en un artista como él no dejan de ser lo mismo. En el festival de Cannes del 2008 Eastwood respondía a la pregunta sobre la vida y el cine de esta manera: “Hablar de cine es hablar necesariamente de mi infancia en los años 30. Para mí era un privilegio poder ir a una sala a ver películas. Eran los años de la Depresión. No tenía mucho dinero. De alguna forma, en las películas de entonces aprendí que el cine no podía ser otra cosa que una forma de reflexionar e interpretar la vida”. En la misma entrevista Eastwood citaba las películas basadas en las obras de John Steinbeck y las de directores clásicos como Sturges o Howard Hawks. Hablaba de actores que fueron su constante referencia. James Cagney fue uno de los que surgió en la conversación que sostuvo con el periodista español Luis Martínez. Remató diciendo que es de esos momentos y obras que nació su idea del cine, es decir que a lo largo de toda su filmografía Clint Eastwood no ha hecho otra cosa que reproducir lo que aprendió vívidamente en su infancia y vaya que lo ha conseguido, vaya que merece ser considerado el último clásico. 

 
Puede tomarse como un autoguiño el hecho de que en El sustituto Walter Collins desapareciera justamente el día en que su madre lo iba a llevar a ver películas, una nueva de Chaplin y El piloto misterioso. Lamentamos la soledad del niño cuando el trabajo de la madre se impone y lo vemos en la ventana decepcionado, después se intuye por supuesto una parte de todo lo bueno pero sobre todo de aquello malo que pasará a continuación y, al final, cuando otra vez la ciudad de Los Ángeles aparece monstruosa con indiferencia es como si el mismo Clint Eastwood dijera en tono de moraleja: si no lleva a su hijo a cine, esto es lo que pasa.

11 comentarios:

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