Maldad

Posted: miércoles, diciembre 05, 2012 by Godeloz in Etiquetas: , , , ,
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"El escritor que se niega a explorar las regiones oscuras del corazón jamás podrá escribir convincentemente sobre la maravilla, la magia y el goce del amor, por lo mismo que la bondad no puede ser confiable a menos que haya respirado el mismo aire que la maldad".

Nick Cave 


Un día como hoy me gustaría ser una criatura unicelular, submarina, sin extremidades, sin boca, sin ojos. Recibiendo sólo un estímulo del mundo: la deriva que en mi estado sólo significaría placidez o indiferencia. Pero no puedo ser indiferente, algo espinoso hay en mis fibras, algo que no me deja dormir y me hace tener clara consciencia de la lentitud con la que pasan las horas y la paradójica velocidad con la que el amanecer rasga los entresijos de las persianas para anunciarme que mi insomnio no tuvo el suficiente poder para detener el día. 

Paso un día con mi alma atorada en la medianoche, con mi cuerpo suspendido en la ducha de agua tibia que me di en la madrugada, con mis manos inconformes porque el amor solitario que pueden darme no compensa lo que podrían ofrecerme mis amores imposibles, esos que se me escurren casi siempre entre las manos. Y esa medianoche es gris, fría, hay nubes de tormenta y hay tormenta: esa lluvia que en Medellín nos vuelve tristes pero inútilmente optimistas, que también nos vuelve indecisos. Acaso una llovizna que nos vuelve en extremo violentos. La violencia que hay en mí se delata por el silencio encarnizado que le dedico a las personas que amo, la veo desbocada en las imágenes atroces que produzco con frecuencia: en ellas mato, robo, defenestro, violo y muero. 

He vivido solo, acumulando ansiedades diversas como las que surgen en la víspera del viaje. La ansiedad de recorrer indemne el camino del exceso, la de zambullirme en las cloacas de la promiscuidad, la ansiedad de bañarme con un delirium tremens, la de inflar mi cabeza con todo el humo del mundo, la de rasgar mis paredes cerebrales con cristales selváticos, la imperante ansiedad de amar y la más indispensable que es la de ser amado. La ansiedad de escribir y nada más, extinguida en mi empeño testarudo de no hacerlo. 

Escribir, escribir, nada más escribir, escribir solo, vaciar en el papel lo que he visto y luego nada, la ceguera, el mutismo, las escurridizas palabras, la imaginación endurecida, la pérdida gradual del placer que encontraba en la lectura. El advenimiento del miedo. 

Hoy escuché una historia que aflojó la carne de mis huesos. Me atrincheré en la incredulidad mientras la escuchaba. Ensayé uno o dos chistes. Sonreí fríamente ante los narradores que se turnaban para aportar detalles a la historia. Uno decía huesos, otro decía sangre y el otro se apresuraba a agregar cementerio. El uno decía tierra, el otro hablaba de insoportables chillidos. Entre los dos hablaban de la maldad y de la muerte. Ella sonreía porque la esperanza que tiene adentro es más grande que su cuerpo, él se frotaba las manos porque en poco tiempo enfrentará solo la oscuridad más grande y yo en mi incredulidad era hielo, es decir, era miedo. En la historia había alguien que temblaba oculto bajo una cama o en un armario, y lloraba y soñaba con el momento de arrojarse a los carros. Y estaba este hombre en silla de ruedas con poderes extrasensoriales que le permitían enfrentar esa sabiduría atroz de la que algunos mucho saben, como Lovecraft, a través de quien, superficialmente, he explorado esos abismos, pero de la que él y ella sabían poco. Aun así narraban virtuosamente una historia más oscura que el horror de Dunwich y no estábamos en Dunwich, no incursionábamos en las ruinas de una civilización milenaria y perdida, no veíamos a lo lejos la silueta de un pueblo fantasma poblado por los espectros de una familia asesina. Las paredes que le aportaban a esta historia su doméstica acústica sombría no estaban erigidas con restos de criptas ni contenían huesos de diablos, y sin embargo estábamos cayendo hacia el horror, hacia su puro centro, hacia donde vamos todos y de donde, me parece, sólo pueden fugarse los que encuentran el amor o los que se encuentran con su propio asesino. 

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