Ritual para el hombre invisible

Posted: jueves, diciembre 06, 2012 by Godeloz in Etiquetas: , , , , , ,
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Un grito apaga el bullicio callejero de Nueva York y llama la atención de un hombre invisible que flota sobre los edificios. Es un grito breve y seco. Un grito animal, auténticamente desesperado y proferido por alguien que se topa de repente con la muerte. El hombre invisible desvía su atención del paisaje urbano de 1948 para encontrar con rapidez el lugar donde tiene lugar la tragedia. Se acerca a una ventana bloqueada por cortinas color mostaza y usando las facultades de su omnipresencia ingresa al apartamento donde dos gallardos hombres terminan de estrangular a su amigo.

A continuación, transcurrirán ochenta minutos en los que siete personajes celebrarán un insólito ritual alrededor de un cadáver oculto, mientras un plomizo atardecer sepultará a la ciudad de lapidarios rascacielos como si la luz fuera un reflejo directo de la conciencia de los protagonistas, la cual va saturándose de culpa, temor y desconcierto en un proceso que tendrás el privilegio de atestiguar en primera persona, desde el punto de vista de un fantasma imparcial que se filtra por las rendijas de las paredes y los objetos: la cámara.

La soga (1948) es una película sin preludio. Tiene un inicio brutal que logra el efecto de empaparte de inquietud, sobre todo cuando Brandon Shaw y Philip Morgan, los asesinos, lentamente, te hacen partícipe del sacrificio que le ofrecen al dios de su propio ego. Claro, es que tú haces parte de la escena, eres el hombre invisible que se metió por la ventana para observar sin parpadear las distintas fases de un ritual que lo tiene todo para ser macabro y a pesar de ello posee los detalles típicos de una creación concebida para deleitar hasta el espasmo: por ejemplo los diálogos de doble filo que cada personaje esgrime como si en lugar de haber sido invitados a una cena apacible en un penhouse de Manhattan, hubieran asistido a una convención de espadachines.

Dos íntimos amigos, interpretados por John Dall y Farley Granger, llevan a la práctica la premisa de que el arte del asesinato está reservado solo a quienes poseen superioridad intelectual. Como ellos son jóvenes, apuestos, brillantes y muy talentosos, deciden asesinar a su amigo David, a quien no consideran tan inteligente. Sin embargo, no basta con matarlo para que su crimen se convierta en una obra de arte. Hay que preparar una farsa alrededor de esta broma mortal, acercarse peligrosamente a la amenaza de un castigo o una condena y salir finalmente triunfales, a no ser que alguien con las habilidades de un curtido sabueso ate los cabos sueltos y destruya la espina dorsal de ese crimen perfecto. 

Aunque La soga no es la favorita de su director, tiene algo que la diferencia del resto. Es su película más experimental al haber sido rodada simulando un plano secuencia ininterrumpido que le da una atmósfera de obra teatral particularmente perturbadora, pues la interacción de los personajes, por momentos, parece una danza ritual pensada para invocar al diablo.

La soga inaugura una nueva etapa en el cine de Hitchcock. Es la primera película que filma a color, su primera realización bajo el sello de su propia productora, la Transatlantic Pictures, y su primera colaboración con el actor James Stewart, quien protagonizaría también La ventana indiscreta (1954), El hombre que sabía demasiado (1956) y Vértigo (1958), algunas de sus películas más importantes.

Al estar libre del yugo de grandes productoras (como RKO y Universal) y de las intervenciones arbitrarias de hombres como David O. Selznick, quien se tomaba la libertad de modificar el guión y practicar cortes en el montaje final, Hitchcock se sintió a sus anchas para orquestar una extraordinaria parafernalia de rodaje: un escenario movedizo en el que las paredes, los objetos y el resto del decorado estaban engranados con cables y poleas dispuestos para seguir los caprichos dictados por la perspectiva del director, de manera que las características de su lenguaje visual no se opacaran ante el tamaño de su ambición de manipular el tiempo creando una ilusión de realidad que acentuaba sus propias ideas sobre el suspenso, pues los espectadores están llamados a ser testigos, jueces y cómplices en la ejecución de este asesinato premeditado minuciosamente.

El rodaje de La soga debió ser un espectáculo de fluidez equiparable al desarrollo de sus escenas. No solo los actores debían memorizar las estaciones de su trayectoria, marcadas en el suelo con innumerables cintas de colores, sino que todo el personal -técnicos, camarógrafos y el propio director- estaba obligado a mantener un control preciso sobre sus propios movimientos con el mismo rigor que un bailarín emplea en la memorización de sus coreografías.

La destreza de los actores es lo que permite apreciar un poco de todo aquello que sucedió tras las cámaras. El exuberante glamour y la recatada insolencia de las estrellas principales, Farley Granger y John Dall, les permite proyectar su dubitativa condición pues aunque queda sugerida la turbadora esfera homosexual que constituía un enorme tabú para la época, nunca se manifiesta la verdadera dimensión de sus afinidades. Por otro lado, el personaje de Stewart, el profesor Rupert Cadell, ejerce un poder esplendente que con la sola mención de su nombre provoca en Brandon el estimulante placer del peligro y en Philip un ilimitado nerviosismo que llega a su clímax en una de las escenas más interesantes de la película. Mientras interpreta en el piano el Movimiento Perpetuo de  Francis Poulenc, Cadell lo interroga con un hipnótico e improvisado método que va deformando la melodía y socavando cada vez más profundo el secreto aterrador que los dos jóvenes ocultan en ese baúl usado para el doble propósito de servir la cena y fungir como altar de sacrificio.  

La soga fue filmada en ocho rollos de diez minutos cada uno y empalmada en un montaje sin cortes en apariencia con el que Hitchcock superó las limitaciones técnicas de su época y practicó realmente el ejercicio de superioridad intelectual que planteó Patrick Hamilton, autor de la obra teatral Rope´s end, en la que está basada la película. A través de esta película, el director más llamativo de la industria puso a prueba el dominio que había adquirido del arte cinematográfico y de algún modo anunció la magnificencia de sus próximas películas. Si el experimento fallido de estos asesinos ilustrados no alcanza para demostrar que es posible un crimen perfecto, el de Hitchcock es suficiente para confirmar que sus películas son obras de arte sin cabos sueltos.  

2 comentarios:

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